Colaboraciones

Carlos frente a Carlos

Ayer nos vimos. Quedamos en Murcia en la plaza de la Catedral. Carlos vivía cerca, llegaría a la hora acordada.

De Elche a Murcia el trayecto apenas dura una hora y el tren es un buen espacio para pensar, imaginar, vivir historias virtuales en las que tú representas todos los protagonistas, todas las escenas, todas las palabras, todas las emociones. Tú eres todos, todos son tú.

Cada vez que el tren hace una parada en las estaciones vuelves a la realidad, a una realidad que se confunde con el deseo.

Antes visitaría a una amiga que había sufrido un accidente, aunque hablábamos por teléfono y sabíamos el uno del otro habíamos estado separados más de 35 años, aquellos años en los que estudiábamos Filosofía.

Dori quería ser médico y luchó contra viento y marea para poder empezar la carrera de medicina mientras se recorría medio mundo.

Volví a su casa, me reencontré con sus padres y una de sus hermanas. El tiempo es inexorable y la vida un metro que repite cíclicamente su recorrido. Nos encontramos pero ya no somos lo que fuimos, arrastramos cadenas que nos impiden volver a lo que dejó de existir.

Sobre las 13 horas llamé a Carlos y, mientras la curiosidad, los nervios de la primera vez por un todo es posible aunque nada sea lo más probable.

Un apretón de manos, romper el silencio, comenzar la aventura de dar a saber lo que escondemos con un lenguaje sincero y tamizado para poder llegar a la otra persona sin la crudeza del dolor pasado. Las tristezas asoman la cabeza pero vuelven a esconderse en la primera cita.

Carlos frente a carlos. Carlos difuminado frente a Carlos interpretando el metalenguaje de lo que se dice sin decir o de lo que se cuenta sin contarlo.

Carlos escuchando a Carlos, imaginándolo, acercándolo en una distancia corta que puede hacerse abismal en cualquier instante.

Y luego Carlos empieza a desnudarse sin quitarse la ropa frente a Carlos. La dialéctica de vestirse y desvestirse, en querer agradar e ir de puntillas frente al desagrado.

Dejar las máscaras, romper el hielo, apartar la inseguridad de la incertidumbre.

Luego un café, después el compromiso de una segunda vez sellado con un abrazo; entender que ese abrazo es una esperanza para continuar, para estar de nuevo frente a Carlos, como el que lanza una moneda en la Fontana di Trevi esperando volver a Roma. Y en esa Roma Carlos tendrá la posibilidad de enseñarle a Carlos un diario de bitácora en blanco.

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