Me llamó la atención el comentario de hace unas semanas de un habitual tertuliano político al indicar que el presidente Sánchez estaba capeando el temporal y practicando una política de baja intensidad, para así aguantar lo máximo, hasta que le fuese posible llegar a acuerdos e ir aprobando las leyes necesarias para el desarrollo de la legislatura. Ante situaciones complejas y difíciles, existen técnicas que ayudan a salir de ellas. La oposición le llama a esto parálisis política. Sin embargo, los datos disponibles sobre nuestra situación económica no indican nada parecido a parálisis económica o política. Ser la economía que más crece de Europa y que menos inflación tiene, debe ser por algo.
Capear o correr el temporal son dos términos marineros que se estudian en los libros dedicados a la seguridad en la mar. Yo estoy inmerso ahora en esta aventura de conocer las técnicas de navegación y obtener las licencias pertinentes para hacerlo. Así, “capear el temporal” es aguantar la temporal proa a él o casi proa por la amura, hasta que mejore el tiempo y se pueda navegar sin riesgo. Esto hay que hacerlo con poca máquina, aunque suficiente para gobernar y no perder la proa al temporal, pues si se pierde, los pontocazos serán fuertes y el barco correrá peligro. Si la nave es de vela, la forma de afrontar la situación es algo más compleja, pero igual de efectiva.
Pero cuando el temporal es muy fuere y no se puede aguantar capeando, entonces hay que ponerse a navegar llevándolo por popa o aleta. Es lo que se llama “correr el temporal”. Esta situación es bastante complicada, pues para hacer la maniobra habrá que esperar el paso de la tercera ola de las famosas “tres Marías”. Una vez hecho, la velocidad del barco no debe acompasarse con la de las olas, pues podríamos zozobrar.
Josep Ramoneda hace un lúcido análisis en el diario el País que titula “La quimera del odio”. Lo que sostiene, con razón, es que aunque se diga que el enfrentamiento político con resentimiento es un teatro, sin embargo es un peligro cuando se representa en la esfera pública. Según explica “…La confrontación parlamentaria con insultos y descalificaciones, sin plan alguno, confesable por lo menos, sólo aumentan el desencanto. Y la demagogia es una contribución a lo peor: una imagen falsa de la realidad, que el perdedor crea impunemente porque todo vale para tumbar al adversario”. Y nos pone dos ejemplos, a saber, la inmigración y la seguridad.
Respecto a la inmigración, la derecha y la extrema derecha han logrado que cale en la ciudadanía el mensaje de que nos están invadiendo y nos están quitando el trabajo, las prestaciones sociales, la vivienda…Y ligado a ello, pese a que no hay evidencia científica al respecto, se añade la inseguridad. De ahí los decretos fascistas del Gobierno italiano y otros que están en marcha en otros países. Puras excusas para poner en marcha su auténtico programa de creación de estados totalitarios y no democráticos.
Si, como nos dice Ramoneda, la sociedad es un edificio muy complejo, formado por poderes económicos, sociales, culturales y morales, que luchan por el control y la influencia, algunos, especialmente en el poder económico, con poderosos recursos y capacidad de influencia porque su potencia le sitúa por encima de los demás y tiene a los gobernantes bajo advertencia; y la democracia es un espacio frágil para conseguir un razonable equilibrio entre todos estos factores, entonces la estrategia de la derecha, basada en la banalidad y la descalificación permanente es el peor camino, aunque muy peligroso. Por eso Feijóo está prácticamente amortizado desde el punto de vista político.
En este sentido, la técnica de capear el temporal hasta que amaine la tormenta y sean posibles nuevos acuerdos, es la mejor política que se puede llevar a cabo. Es más. Si la tormenta se hace más peligrosa, habrá que gobernar situándose delante del temporal y haciendo que el mismo esté a la cola, pero sin que nos sobrepase. Hasta ahora ha dado un resultado magnífico esta forma de proceder. Hasta el punto de que algunas y algunos están perdiendo los nervios.
Es decir, las enseñanzas de los viejos marinos, esos que se enfrentaban a situaciones adversas en mitad de los océanos, parece que son las más productivas en situaciones como la actual. Y Pedro Sánchez parece que ha aprendido muy bien la lección.
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