No es que hayas estado parado, sin hacer nada, casi perdiendo el tiempo pero tienes que volver a un camino, un sendero quizás, que hace tiempo te decidiste a emprender porque sentías en tu alma que lo necesitabas; hablar con la gente por medio de la escritura, por medio de estas líneas con las que hoy retomo el camino después de haber disfrutado de unas vacaciones durante el mes de Agosto que, en realidad, han servido para caminar por otras sendas; las del pensamiento reposado, la de la mirada hacia todo el horizonte tratando de descubrir los impedimentos que pudiera haber para el caminar futuro. Mi viejo amigo, el marinero, me dice que eso es importante y me pone el ejemplo del comandante del submarino que, a través del periscopio, examina todo el horizonte antes de salir a superficie.
Es que la vida, la tuya, la mía, la de cualquier persona en este mundo, es la vida del caminante que, paso a paso, va haciendo su camino a pesar de las dificultades que pueda encontrar. Esta misma mañana, a primera hora, un hombre anciano afrontaba su camino en la ayuda de un bastón pintado de blanco. Acababa de cruzar un camino peligroso en el que los automóviles tenían prioridad y me acerqué a él para ayudarle a pasar por un paso de cebra y dejarle encaminado por una acera de su camino. Ese hombre, con una ceguera casi total, iba haciendo realidad la misión que toda persona tiene en la vida, la de ser un caminante por el camino de la verdad; con dificultades y con las ayudas que pueda encontrar, sus pasos lo encaminaban, poco a poco, por el sendero que debía seguir. Era admirable su tesón y confianza.
Nuestras vidas –las de todas las personas– son caminos... son senderos... son apenas unas huellas que alguien puede que llegue a encontrar si es que quiere seguir esos pasos que alguien dio –tú mismo tal vez– por el suelo agreste, seco y duro que elegiste porque sabías que así, el camino que hacías era camino que te llevaba, con todas las dificultades imaginables, hasta encontrar lo que tú deseabas, en lo hondo de tu alma, desde siempre.
Nuestra vida, la de cualquier persona, transcurre, a veces, en un caminar durante la noche oscura y en esas ocasiones hay que procurar que todos los sentidos se alerten al máximo porque no se puede dejar de caminar. La vida es una ocupación sin descanso que exige estar alerta con los sentidos del alma para no perder nada de todas las sensaciones que en nuestro camino por la vida necesitamos. La noche oscura del alma nos debe remover y buscar la luz como base fundamental de nuestra vida que nos permita caminar con seguridad por los caminos llenos de peligros.
Descanso físico, sí que lo necesitamos pero que no nos lleve a esa oscuridad en la que se dejan de apreciar las verdaderas obligaciones de encontrar el camino de la verdad y de seguirlo sin desmayo. No queremos dejar de seguir, día a día, el sendero que nos conduce a la paz serena del amor. Nos asusta perder el contacto real con lo que es la razón de nuestro ser.
En la noche oscura el caminante es débil, tropieza y se desorienta, ¿dónde está el camino de la verdad, el que yo quiero seguir?. No puedo siquiera dar un paso sin que ello suponga un peligroso traspiés. ¿Acaso cada caminante sabe por donde ir, sin peligro? Él tiene que hacer su camino, como el ciego que me encontré esta mañana, pero necesita ayuda sin engaño.
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