Son tiempos de crisis, tiempos en los que la moralidad se ha puesto en entredicho hasta en instituciones que parecían intocables como la Monarquía. ¿Qué periódico, por ejemplo, iba a atreverse hace unos años a abrir a cinco columnas con la imputación de la infanta? Imposible. En esta época cualquiera es el guapo que no se hace con un discurso programado, de esos de copia y pega, en el que se alardea de la transparencia y se denuncian las malas artes políticas como la de la colocación porque sí, burlando los principios básicos de transparencia y equidad.
Lo que resulta chocante es que haya quienes hacen uso de un discurso crítico obviando su pasado. Políticos y sindicalistas se lanzan los trastos a la cabeza, culpándose mutuamente de prácticas torticeras. Los primeros atacan a los segundos y éstos se revuelven poniéndoles de vuelta y media. Explotan el juego de la dignidad, pero evitan hablar del pasado cordial en el que todos navegaban en la misma línea porque el dinero se repartía en abundancia, había exceso de subvenciones para cursos y todo funcionaba adecuadamente.
En estas últimas semanas ha tocado escuchar de todo. Cada cual presentaba un discurso vergonzoso para quienes, desde el otro lado, escuchamos pero, sobre todo, recordamos. ¿Alguien puede vender transparencia cuando ha sido el vivo ejemplo de las colocaciones a dedo?, ¿alguien puede tener complejo de mosca cojonera si siempre ha sido un manso, que callaba y no protestaba porque sacaba tajada y beneficiaba a todo su equipo?, ¿alguien puede, en estos momentos, pretender ocupar el puesto de la defensa a ultranza de esos valores tiempo ha perdidos?
Sería de hipócritas defender lo contrario. La historia hay que recordarla, los pactos encubiertos deben ser reavivados en la memoria colectiva, los cupos que por derecho siempre se han exigido para tener cuotas en planes de empleo o en subvenciones de todo tipo no deben ser olvidados. Esa realidad ha acompañado la época en la que, manejándose dinero, nada se temía. Ahora, cuando la situación ya no es así, hay quienes experimentan transformaciones cuando menos sospechosas y se convierten en defensores de la transparencia y la pureza. ¿Dónde se escondían hasta ahora? Si han experimentado tamaña transformación, ¿dónde queda el oportuno examen de conciencia para reconocer y, por tanto, publicitar la lista de colocaciones hecha, las subvenciones para destinos que ahora resultarían indecentes que se han recibido, los pactos de poder logrados...?
Habría mucho de lo que hablar y habría tanto que denunciar... pero no merece la pena en una sociedad que arrastra un sector inmoral, corrupto y podrido que aún tiene la poca vergüenza de dar lecciones de una dignidad que hace tiempo perdieron. Lástima.