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Camarón paseó su agonía por Ceuta

Era una noche de verano en el Parque de San Amaro. No llovía a chaparrones cómo plasmasen en su canción los Pata Negra. Pero sí que recuerdo que el levante hacía estragos en el recinto del concierto. Y allí estaba yo, redactor locutor de Teleceuta, acompañado por los compañeros del medio y muy cerquita del locutor experto en flamenco, Paco Herrera (Cadena SER), uno de los iconos de mayor reputación en la crítica del género reinventado por el de ‘la isla’.
Corrían las manecillas del reloj y éste consumía los minutos, casi las horas, para desesperación del llenazo del aforo sin que se dejase caer por el escenario la estrella pocas veces soñada por un aforo ceutí tan entendido. Muy entendido. Sobre las tablas, el maestro Andrés Domínguez hacía todo lo posible, y más, para calmar la sed de arte de un público sabio, entendido como nunca lo ha habido en nuestra ciudad. Herrera hacía lo propio con sus miles y miles de oyentes; y yo, al tiempo, con mis escasos conocimientos de flamenco, pero sabedor de que aquélla noche era histórica, emulando para los espectadores de la tele, los comentarios de los ‘sabios’ porque a ver qué coño iba a decir yo.
La gente, el público erudito ceutí, reclamaba la presencia en el escenario de José Monje. Andrés Domínguez, ejerciendo de maestro de ceremonias imposible, intentaba calmar unos ánimos del todo desatados.
Camarón debió haber comparecido en el escenario a las 22.00 Hs. Del todo imposible. Monje era presa de una irreparable adicción cuyo material, al otro lado del Estrecho, tenía muy cerca. Tan cerca como en La Línea. Su Línea de la Concepción.
Debió acudir. Y con un exhaustivo cálculo pensó que, al menos, antes de las 12.OO Hs. , hora muy de artistas, podría comparecer en San Amaro.
Y así fue. Sobre la media noche, un Andrés Domínguez mucho más conocedor de los que aguardábamos al ‘monstruo’ entre el aforo, se atrevió a presentarlo. Yo creo que conocedor de lo que se avecinaba: lo peor.
Con el público totalmente fuera de sus casillas, Andrés Domínguez tuvo que soportar silbidos e improperios que no le correspondían: ”Señoras y señores con la guitarra de Tomatito, con todos ustedes…Camarón de la Isla!
Salió, cómo pudo, José, y, muy erguido y presto para el compromiso, el guitarrista almeriense, Tomatito. Éste empezó a a acariciar su guitarra como de costumbre, fantástico…entusiasta con su instrumento.
A su derecha, José Monge, Camarón de la Isla. Totalmente descompasado, pasado de drogas y alcohol. Imposible de seguir al de Almería: “Canta Jozé, Canta” y Camarón: “ No puedo, maestro, no puedo”. Y así por espacio de unos diez minutos que la radio y la tele  sentían incapaces de narrar. Hicieron el silencio porque Camarón no se merecía que España asistiera a tan patético esperpento que, aún hoy, guarda la hemeroteca de la Tele Local. Fue terrible. Yo no lo pude contar. Me inventé un recurso fácil y di por zanjada la transmisión. Paco Herrera (SER) también.
Camarón de la Isla es un nombre imprescindible para comprender el cante jondo de la segunda mitad del siglo XX. Se le considera uno de los mejores cantaores de flamenco de todos los tiempos y, en opinión de muchos, un revolucionario del cante que contribuyó, junto a Enrique Morente, al renacer de un género que atravesaba una grave crisis, transformándolo desde dentro, aunque respetando sus esencias más genuinas. Su figura, que ha traspasado las fronteras del flamenco, así como su temprana muerte y las muestras de su arte que han quedado grabadas han propiciado la creación de una leyenda alrededor de su persona que se ha extendido por todo el mundo.
Pero tengo que volver al tópico. Hay muchos discos de José, de Camarón. Escúchalos. Por favor, escúchalos.

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