Ceuta siempre está esperando. Aunque no sepa muy bien qué. Es el estigma del infantilismo como esencia de nuestro comportamiento colectivo.
El debate sobre el problema de la frontera es, en realidad, un debate sobre el modelo económico y, por extensión, sobre el proyecto de futuro de nuestra Ciudad. Ceuta está situada ante una bifurcación histórica: Ciudad abierta (y eso significa regular de manera estable y jurídicamente segura el tránsito de personas y las relaciones económicas entre Ceuta y Marruecos); o Ciudad cerrada (impermeabilizando de “hecho” la frontera).
La primera opción es (o era) la inicialmente elegida de manera unánime por los ceutíes. Dicho de otro modo, nadie quiere que Ceuta se sólo “una Ciudad de funcionarios”, cuya economía se limite a la gestión de las administraciones públicas complementada con la reducida estructura de servicios que pueda sostener la demanda interna. Esta sería la alternativa descartada.
El problema (eterno) de Ceuta es que la decisión sobre su futuro no está en el ámbito de sus posibilidades, y ni siquiera en las de nuestro estado.
Porque el entendimiento con Marruecos es inevitable. La posición de Marruecos es muy clara y conocida. Pretende anexionarse Ceuta y en consecuencia rechaza categóricamente cualquier iniciativa que pueda interpretarse, siquiera remotamente, como una manera de reconocer o consolidar la españolidad de Ceuta.
Ya nos sucedió con el régimen autonómico, con la aduana comercial, y con un sinfín de iniciativas y actuaciones menores. Este preámbulo nos debe servir para enmarcar adecuadamente el escenario en el que nos estamos moviendo.
Actualmente estamos en una fase de indefinición por confusión respecto a la dicotomía entre ciudad abierto o cerrada que nos dificulta percibir con nitidez cada una de las opciones.
Por eso conviene identificar correctamente causas y efectos. Cuanto sucede en la frontera es fruto de las decisiones políticas de Marruecos (España, hasta ahora, siempre se pliega a sus imposiciones en “justa correspondencia” por la contención de la inmigración y el control del yihadismo).
Su objetivo final es logar la “asfixia total” a largo plazo (con la intención de demostrar que Ceuta es una colonia sin vida propia); pero se ve condicionada por la situación de paro y pobreza que sufre en la zona norte y que le aconsejan mantener un cierto nivel de actividad, aunque sea ilegal, para evitar revueltas contagiosas que desestabilicen el régimen.
De este modo, haciendo un peculiar “punto e embrague”, consiente un paso de mercancías que genera un considerable volumen de riqueza para la que no tiene alternativa a corto plazo, y que necesitan perentoriamente; pero no claudica en sus reivindicaciones soberanistas, porque se hace de manera oficialmente clandestina (disfrazado de equipajes de mano portados por personas que cruzan la frontera por razones humanitarias).
Evidentemente esta estrategia tiene una fecha de caducidad, muy ligada a su propio desarrollo económico (cuando no exista riesgo de contestación social, cerrarán herméticamente). Este razonamiento nos debe ayudar a comprender la magnitud de nuestra reivindicación.
Cuando exigimos una “frontera segura y fluida”. Lo que subyace es la exigencia de un “cambio de la posición de Marruecos sobre Ceuta basado en la aceptación (aunque sea de hecho) de nuestra españolidad”.
No es una cuestión baladí, si tenemos en cuenta el profundo significado político que tiene para la monarquía alauita su “integridad territorial”.
Ceuta tiene que “convencer” al Gobierno español (apoyado por la Unión Europea) de que tiene que “obligar” a Marruecos a asumir la españolidad de Ceuta, y aceptar, en consecuencia, una gestión de la frontera normalizada. Es una negociación de extrema dificultad (para muchos, imposible).
Porque los argumentos de la otra parte de la mesa, tanto los económicos como los geopolíticos, son descomunales y prioritarios.
Ceuta y Melilla quedan terriblemente empequeñecidas. Llegado este punto, surge la pregunta que provoca tanta inquietud como desazón ¿es posible ganar este pulso? Es muy difícil saberlo.
Muchos ceutíes (optimistas) pensamos que aún existe una posibilidad de lograrlo (contando para ello con la capacidad de “persuasión” de las instituciones comunitarias).
Pero lo que tenemos muy claro es que la dimensión del reto nos obliga a “poner toda la carne en el asador”. Y aquí es donde se abre la enorme brecha entre el PP (que sustenta los Gobiernos de España y Ceuta) y el resto de partidos políticos, asociaciones empresariales, sindicatos y demás entidades ciudadanas.
Es algo parecido a lo que le ocurrió al PSOE (entonces en el Gobierno) con la movilización por la autonomía.
Para el PP, la forma de abordar esta cuestión es la discreción institucional que da cobertura a interminables conversaciones opacas que, hasta el momento, no han surtido ningún efecto.
Para todos los demás, solo es posible impulsar esta reivindicación desde la presión popular. Sólo el pueblo lanzado masivamente a la calle es capaz de hacer reaccionar al Gobierno (sigue valiendo el paralelismo con el Estatuto de Autonomía). Es el único modo de equilibrar (algo) tan desigual contienda.
Sólo la voluntad del pueblo, expresa, combativa y visible puede romper los límites impuestos por el statu quo (sin duda, las buenas relaciones con Marruecos forman parte del actual).
Se puede ilustrar esta afirmación con las movilizaciones recientes de mujeres y pensionistas. La semana pasado hemos tenido la oportunidad de visualizar este contraste.
La primera “página” de todos los medios de comunicación era compartida por una foto de la manifestación convocada por los agentes sociales (y apoyada por todos menos el PP), y la foto del Presidente Vivas sentado en un sillón de la Moncloa.
No hace falta explicar las diferencias. La sumisión nunca fue una solución. Con esta actitud, la máxima aspiración posible es verse afectado por el “síndrome de Estocolmo”.
Nuestro Presidente volverá convencido de que el Gobierno de la Nación lleva toda la razón (es imposible solucionar este problema), intentando convencernos de que las manifestaciones no tienen ninguna utilidad, y que lo único que se puede hacer es confiar y esperar.
Sabiendo perfectamente que no hay nadie en quien confiar, y nada que esperar. El pueblo de Ceuta se enfrenta (como otras veces) a un desafío crucial para su futuro.
De su actitud (como otras veces) dependerá el desenlace. Como corolario, podemos resumir que estamos ante una elección muy simple: la calle, o el candado.
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