Tras el fallecimiento el 8-06-632 en Medina (Arabia Saudíta) del gran profeta Mahoma, fundador del islam, el mundo musulmán se dividió en dos grandes ramas: Los “chiitas”, que apoyaron a su yerno Alí para que le sucediera, casado con su hija Fátima. Y los “sunitas”, que entendieron que debió sucederle algún familiar consanguíneo del profeta. Eran los más ortodoxos o tradicionalistas. Pues estas dos corrientes religiosas continúan todavía enfrentadas, cuya representación más radical del desencuentro se tiene en los chiitas de Irán y los sunitas de Arabia Saudí. Una tercera rama, los “abasidas”, fueron partidarios de Abbás, tío de Mahoma.
Mahoma sólo había dominado en vida la Península Arábiga, pero tras su muerte, el año 647 los árabes invadieron África (Egipto, Siria, Yemen, etc), instaurando el año 661 el Califato de Damasco en Siria. Llegaron hasta al Norte de África, o Magreb (Marruecos, Mauritania, Argelia, Túnez, Libia y Sahara). Al llegar al territorio del actual Marruecos, se tropezaron con los “bereberes”, pueblo de los más antiguos que lo habitaron y que opuso firme resistencia, hasta el punto de que les costó conquistarlo el envío desde Arabia de tres sucesivas expediciones cada vez con mayores efectivos. En Marruecos surgieron los “fatimíes”, que apoyaban que el cuarto califa debía ser descendiente del matrimonio Alí-Fátima.
Cincuenta años después del primer intento de invasión, los árabes todavía no habían podido vencer por completo a los bereberes; hasta que el año 709 se adueñaron ya de todo el Norte de África, excepto de Ceuta. Desplazaron hacia las montañas a los bereberes, desposeyéndoles de sus tierras más productivas y dejándoles las más pobres. Y es que, los árabes llegaron como una aristocracia militar y social; es decir, como clase dominante que tomó a los bereberes como clase dominada, lo que creaba enormes tensiones. Consiguieron también convencer a los bereberes para que abrazaran la religión del Islam, que antes no habían profesado. Cuando llegaron al Norte de de África, también estaban allí los cristianos practicando libremente su religión, en la provincia romana de la Mauritania Tingitana, igualmente llamada Hispania Transfretana, de la que los cristianos fueron luego expulsados.
El mismo año 709, los árabes intentaron ocupar Ceuta; pero se toparon con la dura resistencia del conde don Julián que la gobernaba, sobre el que todavía la leyenda no ha aclarado por completo su verdadero origen. La inmensa mayoría de los historiadores coinciden en señalar que fue nombrado gobernador de Ceuta por el rey visigodo don Rodrigo. Otros creen que lo designaron los bizantinos. Los menos, entre ellos el historiador Valdeavellano, refieren que pudo ser un bereber destacado. Esto último parece lo menos creíble.
El mismo año 709, los árabes intentaron ocupar Ceuta, pero se toparon con resistencia”
Don Julián, en principio, dio un portazo en las narices a los árabes que por la fuerza quisieron ocupar Ceuta. Pero, habiéndose percatado éstos de que el conde mantenía con el rey Rodrigo un contencioso familiar de honor, porque éste había enviado a su guapísima hija Florinda para que la protegiera y fuera educada esmeradamente en la corte real, pues luego resultó que su amigo el rey se vio deslumbrado en palacio por la joven fémina, y pronto se olvidó del real cuidado y regia protección con que debía educarla. Al rey la pasión le borró el conocimiento propasándose en exceso con ella, hasta que la ingenua Florinda se vio superada por los acontecimientos.
El año 711, los caudillos árabes Tariq y Muza (o Musa), aprovechándose de esa fricción entre rey y conde, convencieron a éste del gran deshonor que la lujuriosa audacia del rey Rodrigo había supuesto para la familia y que, como padre, le correspondía repararlo, convenciéndole de que debía vengar semejante traición, y terminó facilitando el paso y sus propias embarcaciones para que los árabes atravesaran el Estrecho e invadieran España. Don Rodrigo les salió al encuentro al conocer el desembarco, pero era ya tarde. Ambos ejércitos, árabe y visigodo, se enfrentaron a orilla del río Guadalete, donde don Rodrigo fue totalmente derrotado. Los árabes siguieron avanzando hasta adueñarse de casi toda la Península Ibérica, y a todo el territorio hispano conquistado lo llamaron Al-Andalus.
Anteriormente, el año 661, los abasidas, seguidores de Abbás, fundaron en Siria el Califato de Damasco, que duró desde el año 661 hasta el 750. Pero el año 751, un joven llamado Anderramán llegó a Ceuta huyendo de una matanza secretamente urdida por los abasidas contra su familia, sospechosa de no ser fiel desde Córdoba al califa de Damasco. Con engaño, fingieron ofrecerles un gran banquete y, cuando estaba la familia degustándolo, los abasidas hicieron una auténtica carnicería de la que sólo pudo escapar el joven Abderramán y dos hijos pequeños. Abderramán sería el primer Omeya que arribó Al-Andalus. Era hijo de Hixam I de Córdoba. Tardó cinco años en llegar a Ceuta con los dos niños; pidió ayuda a los bereberes, que le cobijaron. Desde Ceuta buscó apoyos en la Península, y en septiembre desembarcó en Almuñécar (Granada); después marchó a Archidona (Málaga), donde el 16-03-756 se proclamó “emir independiente” de Damasco, como Abderramán I.
Sería luego Abderramán III, quien el 16-01-929, creó el Califato de Córdoba, también llamado Califato de Occidente, desobedeciendo ya abiertamente a Damasco. Fue primero emir (especie de gobernador) y luego “califa independiente”. Era hijo de Muhammad, primogénito del emir Abd Allah, y de la cristiana y concubina, Muzna, de origen vasco. Por eso Abderramán III tenía ojos azules y piel blanca, al igual que su padre, hijo a su vez de Abd Allah y de la también vasca Onneca. Tras el asesinato del padre a manos de un tío, también llamado Abderramán, su abuelo Abd Allah lo protegió, nombrándolo su sucesor, siendo proclamado emir en 912 con 21 años.
Durante el mandato de Abderramán III (929 a 961) y el de su hijo Alhakén II (961 a 967), el Califato de Córdoba alcanzó su más alto grado de esplendor. Ambos combinaron dureza militar con suave diplomacia, que duró hasta la cuasi regencia del general Almanzor. En poco tiempo hicieron del Califato de Córdoba una de las mayores potencias del mundo. También el general Almanzor, sostenido en el poder por bereberes, supo controlar con habilidad a unos y a otros. Pero ni sus sucesores ni los últimos representantes omeyas tuvieron suficiente firmeza para imponer su autoridad.
Abderramán III favoreció mucho a Ceuta. En marzo de 931, a petición de los habitantes ceutíes, el califa la ocupó, construyendo poderosas defensas. Recientemente, el 28-06-2002, fue descubierta la puerta califal ceutí, al lado del Hotel La Muralla, vestigio de su paso por Ceuta. Hizo que los bereberes de la tribu Miknasa - antes favorables a los fatimíes - se pusieran de su lado, y utilizó Ceuta como cabeza de puente para su penetración en el Norte de África contra los fatimíes. Creó también una especie de protectorado sobre los isidríes. Además, pese a ser Ceuta geográficamente africana, la hizo depender directamente de Córdoba, aduciendo que nunca antes había estado bajo poder africano alguno, porque siempre había dependido de la Península (con romanos, bizantinos y visigodos).
“Esa es la lección a aprender del separatismo español..."
Después de Alhakén II, el Califato de Córdoba comenzó a declinar, desmoronándose. Las causas: Pues que Hixam II, Sanchuel y Sulayman, fueron ya incapaces de controlar a sus respectivos contingentes militares y mucho menos a la masa social. Unos por impotencia, otros por excesiva confianza y también por una fuerte injerencia en los asuntos políticos, así comenzó la disgregación progresiva del homogéneo cuadro de las poblaciones que antes habían estado muy unidas, y después fueron conformando partidos afines a sus etnias y el alzamiento general de los andaluces que a principios del siglo XI dejó el país agotado.
En 1009 Al-Andalus estaba ya muy resquebrajado. Su unidad califal se desplomó en cuanto se declararon independientes varios emires. Rápidamente, cundió el ejemplo en los demás territorios y todos fueron cayendo por el mismo efecto que las fichas del dominó cuando una de ella se cae y arrastra a todas las demás. De la férrea unidad con Abderramán III y Alhakén II, incluida la regencia de Almanzor, se pasó en poco tiempo a la creación de multitud de estados pequeños, poco sólidos y de efímera existencia, llamados “reinos taifas”. Varios emires fueron asesinados por sus propios hijos o hermanos en la lucha por el poder y, desde 1031, tanto Córdoba como otras muchas ciudades pasaron a estar bajo jurisdicción de una veintena de “reyezuelos”.
En la caída del Califato cordobés tuvo también bastante que ver la depravación moral en la que cayó aquella sociedad. Los califas y altos dignatarios, tomaban a las cristianas como concubinas y esclavas, con las que formaban su harén. Algunos califas llegaron a tener hasta 5.000 a su servicio entre esposas, concubinas, favoritas, amantes, asistentas, administradoras, etc. Eso llevó aparejado que buena parte de príncipes musulmanes fueran luego de origen semicristiano. Por ejemplo, al morir Al-Hakén II el año 976, su hijo Hixám tenía sólo once años. Se encargó de su tutela y gobernación Almanzor. Todo ese ambiente liberticida, al igual que antes les ocurriera a los romanos, fue lo que puso fin el califato cordobés.
Se dice, que el rostro algo redondeado de los cordobeses y la tez y pelo morenos de las cordobesas con sus grandes ojos rasgados se debe a aquel cruce entre ambas etnias musulmana y cristiana. La viuda madre del joven príncipe Hixam, fue la cristiana vasco-navarra que al convertirse pasaría a llamarse Sum Umm Walad. Fue primero amante y después esposa de Alhakén II. En palacio era conocida como “señora de señoras”. Al enviudar, fue también amante de Almanzor, tutor del niño Hixam, hasta que ella misma se dio cuenta de que Almanzor tramaba proclamarse él mismo nuevo califa en perjuicio de su hijo, momento en que rompió con él la relación de concupiscencia que mantenía. Esa mezcla de las dos etnias, musulmana y cristiana, fue el motivo de que claramente se notara hasta en la fisonomía de los príncipes y después califas.
Aquella súbita caída del Califato de los Omeyas nos pone claramente de manifiesto que la causa principal de su ruina estuvo en la impotencia del poder central frente a la desunión interna, la disgregación y posterior independencia. Es lo que actualmente llamamos separatismo, independentismo, soberanismo o secesión. Lo mismo sucedió con la rápida disolución de bloques tan sólidos como recientemente lo fue la Unión Soviética, tras la “guerra fría” con Occidente hacia 1992 que, en cuanto el poder central comenzó a debilitarse, algunos territorios que habían estado fuertemente unidos, enseguida empezaron a declararse independientes, como las numerosas repúblicas que habían venido formando la Federación de la vieja URSS, de la que se independizaron Ucrania, Estonia, Letonia, Lituania, Georgia, Bielorrusia, Armenia, Acervaiyán, Kazakistán, Kirguistán, Tayilistán, Uzcebikistán y Moldavia. No es de extrañar que algunas de estas repúblicas tuviern luego que pedir su anexión por Rusia cuando vieron que por sí solas les era imposible mantenerse.
Igual sucedió en los Balcanes de 1992 a 2006. En cuanto el dictador yugoslavo, Josep Broz Tito, comenzó a ponerse decrépito y falleció, lo que había venido siendo la aparentemente sólida e inquebrantable República Federal de Yugoslavia, empezó a debilitarse y se fueron independizando Eslovenia, Croacia, Bosnia-Herzegovina, Serbia, Montenegro y Macedonia del Norte y Kosovo, en procesos sangrientos de triste recuerdo para los de mi edad.
Pues, precisamente, esa es la lección a aprender del separatismos español. No sólo es ya que quieran independizarse Cataluña y el País Vasco, pese a que nunca pasaron de ser un simple condado y meros señoríos, sino que el efecto se extendería rápidamente a otros territorios menos independentistas como Galicia, Valencia, Baleares, etc. No se olvide la fiebre separatista cantonal de los años 1873-1874, cuando llegaron a formarse hasta 27 cantones independientes en España (Valencia, Murcia, Cartagena, Andalucía, Cádiz, etc), declarándose la guerra y bombardeándose unos a otros. Así sucedió también con el Estatuto de Autonomía de Cataluña de 1932, que enseguida propició en 1934 la declaración del estado catalán. Pues, aprendamos la lección por los demás y por nosotros mismos.
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