Una acción tan simple y banal como la de pedir un café en una cafetería tiene diferentes connotaciones que normalmente, no son apreciadas por aquell@s que consumimos esta bebida, el estrés de la actual sociedad en la que estamos inmersos ayuda mucho a que la reflexión quede apartada de nuestros quehaceres.
Detrás del aroma a granos tostados hay una conversación con un amigo, un encuentro, o quizás un reencuentro de alguien del que perdiste la pista hace algún tiempo. El café hace que afloren recuerdos, anécdotas, risas.
Este líquido nos brinda relaciones que van más allá de lo que pensamos, existe una línea invisible entre el país consumidor y el productor, que generalmente suele ser pobre, Sudamérica y África son los lugares de donde más materia prima se extrae.
Podríamos hablar del café como rito social porque éste es una mera escusa para que un grupo de personas con diferentes lazos interpersonales se den cita en torno a esta bebida.
En nuestra cultura occidental es un hecho cotidiano ya que, consumirlo es un hábito, forma parte de la rutina personal del ser humano.
Parece casi imposible ver lo que puede llegar a unir una simple taza con agua hervida a la que se le añade café molino y quizás con un poco de azúcar, para poder endulzar toda la jornada.
El dramaturgo y escritor Enrique Jardiel Poncela decía: “el amor, el tabaco, el café y, en general, todos los venenos que no son lo bastante fuertes para matarnos en un instante, se nos convierten en una necesidad diaria”.