Se cumplen nueve años desde que irrumpió en la vida pública de nuestra Ciudad, un proyecto político innovador, fundamentado en la idea de que Ceuta solo tiene futuro desde la plena asunción de su irreversible interculturalidad. Se puede decir, sin temor a la exageración, que las personas que fundaron Caballas decidieron asumir las consecuencias de un duro sacrificio por amor a su tierra.
Más allá de una verdad oficial impostada, e incluso de la realidad virtual que suponen los deseos (o delirios) por bienintencionados que sean, todos los ceutíes, desde nuestra más íntima y honesta sinceridad, somos planamente conscientes de que aún estamos muy lejos de lograr un espacio común en que el conjunto de la ciudadanía se pueda sentir identificada como un sujeto político con entidad propia. La división es más que evidente. El único nexo de unión real es la resignación. La coexistencia se interpreta como una condena. Aunque bien es cierto que las actitudes individuales reflejan una infinidad de matices diferenciadores.
Existen muchos ceutíes convencidos y concienciados de que es preciso caminar juntos. Aunque siguen siendo mayoría quienes rehúsan la interculturalidad secuestrados por sentimientos o instintos muy primarios que anulan la razón. El problema surge cuando los primeros permanecen ocultos en el silencio de la indiferencia, mientras que los segundos exteriorizan con vehemencia una letal aversión mutua. La conclusión es que el recelo y la desconfianza marcan la dinámica social. En este contexto, quien se posiciona voluntariamente en la intersección corre el inevitable riesgo de concitar la doble enemistad. En ese peligroso lugar habita Caballas. Cosechando ataques, incomprensiones y odios de quienes se resisten a construir una Ciudad en la que el respeto (asumido a regañadientes desde la incomodidad) termine por trascender hasta el afecto muto (germen de la convivencia gratificante). No es fácil. Nada fácil. Caballas está siempre en el centro de toda polémica. Las agresiones son estridentes y permanentes. Revestidas de argumentos falaces que, tras una apariencia de “crítica política normal”, lo que en realidad esconden es la intención de liquidar un proyecto que representa aquello que más detestan o les inquieta. El triunfo de Caballas significa la derrota de las “dos Ceutas”. Y no lo pueden permitir. Por ese motivo la feroz animadversión alcanza cotas a veces insoportables. Los militantes activos y conocidos de Caballas (y sus familias) son auténticos héroes que sufren en su vida personal un constante hostigamiento. Una presión muy difícil de aguantar. Es justo hacerles un reconocimiento público por su entrega a la causa más noble que se pueda defender en Ceuta en este tiempo. A los que están y a los que estuvieron. Cada minuto aportado es de gran valor para el futuro de esta Ciudad. Lo que se conoce como el establishment, que no es otra cosa que la estructura de poder dominante, ha fijado como un objetivo inmediato la extinción de un partido político que impugna la concepción arcaica y colonial de Ceuta. La extensión de su ideario es el fin de los privilegiados por el poder. Y no están dispuestos a que esto suceda. No han escatimado ni escatimaran medios para tan anhelada destrucción. Todo aquello que pueda perjudicar a Caballas, por nimio que sea, es incentivado, promocionado, potenciado y festejado con júbilo y profusión. La lucha es muy desigual. Ellos tienen todo. Dinero, medios de comunicación, instituciones, policías, tribunales de justicia… Nosotros, solo ideas, voz y ganas de luchar por nuestra gente y nuestra tierra. Es posible que terminen venciendo. Pero tendrán que hacerlo enterrándonos. Mientras nos quede un hálito de vida nos mantendremos en pié defendiendo este ideal. Cubiertos de cicatrices. Hemos aprendido a sufrir injusticias, a convivir con la ingratitud y la decepción, a gestionar la frustración y el desánimo, a cometer errores, a asumir contradicciones. Seguimos creyendo en Ceuta. Seguimos soñando. Siempre, lo mejor es soñar.
El próximo día veintiséis de mayo se celebran elecciones municipales. Otro nuevo nudo gordiano de este largo y tortuoso trayecto que es la historia reciente de Ceuta. Una nueva oportunidad democrática. En una coyuntura aún más adversa. La radicalidad que ha introducido el auge de la extrema derecha está favoreciendo el hermetismo y el distanciamiento entre comunidades. Que tiene un claro reflejo en el mapa político. La intensidad aporta nitidez. El panorama se ha despejado. Unos partidos políticos (concretamente cuatro) han optado por desertar, rechazando todo tipo de compromiso, y adornando con eufemismo o lugares comunes una actitud pasiva vergonzante que los pone a salvo del vértigo y del enfrentamiento (indolentes profetas de lo accesorio). De hecho ya sólo quedan visibles dos proyectos de Ciudad distanciados por seiscientos años. La Ceuta de mil cuatrocientos quince sostenida por el PP (y su versión más disruptiva encarnada en Vox), que propugna una Ciudad culturalmente monolítica en el espacio público, sustentada en una relación entre comunidades impermeablemente jerarquizada (una dominante y otra subordinada); y la Ceuta del siglo veintiuno defendida por Caballas, basada en el reconocimiento de la interculturalidad, dotada con unas señas de identidad propias inspiradas en valores y principios fruto de la fusión entre las diversas culturas que la integran en plano de igualad, exenta de relaciones de opresión y configurada desde la solidaridad fraternal entre todos los ceutíes. Dos concepciones de Ceuta radicalmente contrapuestas contendiendo por marcar sus pautas. Una batalla tan dura como desigual. Pero la libraremos, pletóricos de fuerza e ilusión. Eses es el espíritu de la gente de Caballas.
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