Un caballa en la DANA: "El reconocimiento más grande son los abrazos de los valencianos”

Después del abrazo, llegaban las reacciones de sorpresa. Un gesto del que Federico Olmedo fue testigo una y otra vez durante cuatro días. Un acto de calidez en la tormenta que recuerda ahora ya de vuelta en casa en Ceuta.

Acostumbrado a correr sobre dos ruedas por pasión, esta vez lo hizo con una meta en mente. Como si se tratara de un trabajador más dentro de una cadena de fábrica, él se ciñó a su papel y a sus tareas como el resto de voluntarios con los que convivió por un breve periodo de tiempo. Montado en su moto, cambió su habitual ruta de ocio por otra con destino a los portones de valencianos con alguna necesidad. Medicamentos y alimentos fueron su carga. Sus acompañantes fueron sanitarios a los que ni conocía de antes.

Aquella escapada a Paiporta se convirtió en una experiencia “muy dura” de la que trató evadirse a base de poner solo atención a sus labores. “Entré en un mecanismo de supervivencia. Solo pensaba en que estaba para hacer un cometido”, traslada. No es la primera vez que se refugia en este método de salvaguarda. Desde los 18 años colabora con Cruz Roja. “He participado en muchas búsquedas y rescates de inmigrantes. Cuando te pones el traje, cumples con tu deber y el bajón ya viene en casa”, señala. “Los grupos que estábamos allí en la zona cero ni si quiera pasábamos noticias ni información o imágenes. Éramos herramientas. Intentábamos no comentarlo. Aquello era mucho peor de lo que nos lo pintaron”, especifica.

Homenaje

Son emociones, anécdotas y memorias que ya cuenta en la tranquilidad de su monotonía. Sin embargo, no todo se ha quedado en una amalgama de recuerdos. Ha sido homenajeado con un simbólico ‘pingüino’ de oro junto al resto de amantes de este deporte que acudieron a la comunidad valenciana para ayudar a paliar las consecuencias más directas de la DANA.

Se trata de una distinción a 250 ciudadanos que hicieron hueco en sus agendas para contribuir con los afectados. El trofeo les viene, de hecho, de una de las concentraciones moteras más relevantes de España. Agradece el detalle, pero, afirma con contundencia que para él “el reconocimiento más grande es el abrazo de los valencianos que lo han perdido todo”. No era para el algo extraño recibir este tipo de muestras por parte de los vecinos. Tras este, su respuesta era de asombro al saber de dónde era. “Es algo normal. Una persona que está en esta situación al ver que alguien de Ceuta se ha plantado allí con una moto para llevarle un cartón de leche o un paquete de arroz lo vive como un acto de humanidad dentro de la catástrofe”. Se encargó de repartir enseres y, de vez en cuando, en hacer de ‘taxi’ de profesionales como médicos o psicólogos. No tuvo nunca ni un inconveniente a la hora de moverse por los caminos.

Todas las autoridades les cedían el paso al ver la pegatina en su vehículo. Gracias a esta seña de identidad él y los demás moteros se desplazaban de un punto a otro. Partía de Alacuás a Paiporta en estos cuatro días y admite que apenas tenía tiempo para hablar con quien se encontraba en el sitio de entrega. “Vi a gente a la que prácticamente una ola les había cambiado por completo la vida. Y a los que no, se los había llevado por delante”, confiesa con cierto amargor.

Un total de 250 moteros colaboraron de forma altruista en la región afectada

Esta desgracia tiene su propio sello de identidad a juicio de Olmedo, una forma de reconocerla que no traspasa el formato de los medios de comunicación. “La tele relata la historia. La puedes leer también en los periódicos. Es cierto que las imágenes son muy llamativas, pero lo más impactante llegó, sin duda, en el momento en el que puse el pie ahí. Los medios no lo pueden transmitir y las cabeceras huelen a papel. Las emisoras, cadenas y móviles a nada. El olor in situ es tremebundo.

Tenía que ir con doble mascarilla. Era insoportable”, expone. “Hasta me enjuagaba la boca antes de beber agua”, añade. No cree que hiciera todo lo que podía. El imprevisto de una alerta roja le dejó con “la espinita clavada”. Su previsión era estar entre una semana y diez jornadas. “El jueves dieron el aviso y cancelaron el voluntariado por seguridad”, explica.

“Las lluvias comenzaron de nuevo y, alrededor del 15 de octubre, tuve que recoger mi saco de dormir y mi tienda de campaña para volver”. Regresó a su hogar, pero, al traspasar su puerta, no podía evitar pensar en quienes estaban en Valencia.

Las ‘avispas’ que volaron a través de las carreteras

El surtido entramado de moteros se adentró en la jerga de las autoridades. Eran apodados las “avispas” y los llamaban por este nombre. No solo se les adjudicó mote. Se les apoyó con alojamiento gratuito. Federico fue a un camping y, en cuanto el propietario supo la razón de su viaje, le dejó permanecer sin coste alguno.

Ellos, en agradecimiento, se volcaron con la causa. “Se hizo popular esa frase de que el pueblo se salva a sí mismo. Así fue. Cada uno contribuyó con su grano de arena. Los que no estaban presentes, se organizaron para hacer donaciones”, menciona. “Te pagaban la reparación si tenías un pinchazo o te pasaban un bizum para repostar gasolina”, asegura. Asevera que las motocicletas fueron “cruciales” ya que sus características permiten conducir por terrenos más complejos.