“… que soy su nieta Ángela y que la quiero muchísimo y que me acuerdo mucho de ella. Que no se preocupe que se va a poner bien y que la quiero mucho mucho. Muchas gracias solo por intentarlo y contestarme”. La ceutí Dolores Lazo Piñero, ‘Loli’ para todos, se encontraba ingresada aquellos días de marzo en el Hospital Universitario de Getafe, en Madrid. Era una de esas personas que nunca llegó a ser atendida como debería en las primeras semanas de la pandemia. El personal sanitario estaba sobrepasado y Loli aguantó cinco días en una cama en los boxes de Urgencias. Ese mensaje que su nieta nunca pudo decirle en persona lo hizo en su lugar un sanitario que cuidaba de ella.
La figura de los trabajadores de la sanidad pública, durante esta pandemia, ha trascendido más allá del mero hecho de curar. Este sanitario que hizo llegar el mensaje de su nieta, también la acompañó en sus últimos momentos: “Fue un ángel para mi madre. No sabemos cómo se llama, y he tratado de contactar con él para darle las gracias, pero no he podido aún”, arranca con la voz quebrada Juan Andrés Rodríguez Lazo, el padre de Ángela e hijo de esta caballa fallecida el 26 de marzo.
Porque Loli, nacida un 21 de abril de 1941 en Ceuta, primero fue caballa y luego andaluza. Eso lo tenía claro y lo mostraba orgullosa desde Getafe, donde vivió casi dos décadas. Desde esta localidad madrileña cantaba a nuestra ciudad, a la que volvía una vez al año y en una fecha nada elegida al azar: el Día de los Difuntos.
“Es difícil describir a una mujer que se tuvo que ir reinventando en cada curva que la vida le fue presentando, como muchas otras mujeres de su época. A pesar de la muerte de mi padre, ella supo crecer de una manera ejemplar”, recuerda su hijo. Una muerte ocurrida hace 18 años que marcó a Loli: su marido murió en sus brazos tras caer desde una escalera cuando estaba haciendo una chapuza en su casa.
Pero no se rindió. Tenía claro que volvería a reunirse con su marido, enterrado en el cementerio de Santa Catalina, algún día. Los dos descansarían juntos. Y lo harán: las cenizas de Loli están custodiadas por uno de sus hijos en Madrid, a la espera de que vengan a Ceuta y sean enterradas junto a Francisco Rodríguez del Canto, su marido.
Pero el coronavirus está complicando que se reúnan de nuevo. Esta semana que acaba iba a ser cuando se oficiase una misa en su recuerdo en nuestra ciudad. No pudo ser a causa de los brotes surgidos a principios de semana que han provocado un aumento de casos notable. Se tuvo que posponer el momento, previsto para lo antes posible gracias a la colaboración de la familia que también tienen aún en nuestra ciudad. “Se me pone la carne de gallina de pensar que ellos van a cumplir su sueño y van a estar allí para siempre”, reconoce su hijo.
Esas palabras de la sanitaria del 112, enfundada en un traje EPI, que acudió hasta la casa de Loli, no las olvidará Juan Andrés nunca. Cuando llamaron a emergencias porque las convulsiones de su madre iban a más, y vieron a los sanitarios llegar con los trajes de protección, una doctora se acercó a él. "Yo la pedí que si podía acompañar a mi madre, y me dijo la doctora: “Por Dios que no vengas. No te van a dejar pasar de la puerta del hospital, y una vez pase tu madre a Urgencias, hasta que no la den el alta no la vas a volver a ver. Te van a informar una vez al día, y esa información te va a llegar exactamente igual en la sala de espera del hospital que en tu casa. Te pido por Dios que te quedes en tu casa”.
La cara de esta médico era un reflejo de cómo estaban los sanitarios: al límite de sus capacidades. Juan Andrés describe con dos palabras lo que vio: agotamiento y miedo. Aunque el momento para él es “indescriptible”. “El dolor sobrepasa a nada que yo haya podido vivir y conocer en mi vida”.
14 días encerrado en casa de su madre por una cuarentena obligatoria al estar en contacto con una persona a la que se daba por hecho que había contraído coronavirus. Con la única comunicación al exterior del móvil y las llamadas que cada tarde recibían de los médicos del hospital informando del estado de Loli.
Se la llevaron y no tenía fiebre, ni tenía una tos grave, ni falta de oxígeno. No tenía nada de aquello que se supone que un enfermo por coronavirus tenía. Eran las mencionadas convulsiones. “Como Párkinson”, dice Juan Andrés.
Fue el tiempo que Loli resistió a la pandemia desde un box de Urgencias. No pudieron mandarla a planta ni a la Unidad de Cuidados Intensivos porque “no había sitio”, admite su hijo. El sentir de la familia cabía en las letras de la “desesperación” que tenían.
“No sabíamos qué le pasaba, el personal sanitario, los médicos que la atendían nos llamaban todas las tardes, pero eso no era suficiente, no sabían qué decirnos. Lo único que nos decían es que la habían puesto oxígeno. Hasta que el jueves por la mañana nos comunicaron que había fallecido”.
Ese jueves 26 de marzo, en su acta de defunción, se le indicó como causa de la muerte: ‘Posible Covid-19’. Nunca se llegó a confirmar su positivo en coronavirus.
“Posible Covid”, repite Juan Andrés, que continúa: “Es una de tantas personas que han fallecido por culpa del Covid y por una escasez de medios en un momento determinado y que no la pudieron atender. A ella y a tantísimas personas que en esos días han fallecido. Es simplemente la hipótesis de una circunstancia. Las estadísticas no van a demostrar nunca realmente cuánta gente ha muerto por Covid porque no había test para comprobar si tenían Covid”.
Madrid en aquellos momentos, en los inicios de la pandemia y del estado de alarma, era la zona cero de los contagios. El número de muertes a causa del virus no paraba de crecer y las consecuencias de ello, lo que su hijo también nacido en Ceuta califica como “el levante de aquellos días”, se explican en los momentos que sucedieron a su fallecimiento.
“Estuvo cuatro días en el mortuorio. No se la llevaban a ningún tanatorio, después terminó en el de Móstoles, de allí la terminaron incinerando en Córdoba, porque en Madrid la dimensión era tal que no daban abasto. De Córdoba la devolvieron al tanatorio de Móstoles. Allí nos llamaron para que fuéramos a recoger las cenizas. Fueron tres semanas las que tardaron en darnos las cenizas de mi madre. Esto es para vivirlo”, sentencia Juan Andrés.
Se sobrepuso a un revés refugiándose en un micrófono. Loli disfrutaba encima de un escenario y le daba igual si era cantando, actuando, disfrazándose, bailando... Aunque “no era una artista”, reconoce su hijo, si elige algo con lo que se queda de su madre, eso era su ‘arte’.
Sus ganas de vivir y su alegría. Las chirigotas, el flamenco, la mantenían física y mentalmente activa y eso facilitaba que tuviese un ritmo de vida alto para sus 79 años. Sin ir más lejos, en un vídeo de este febrero estaba disfrazada de monstruo junto a sus compañeras de la Asociación Flamenca Iérbola de Getafe, que fue su “segunda familia”. En aquella grabación se la ve interpretando una chirigota en un centro comercial.
Fue en esta agrupación y en la Hermandad Rociera de la Casa de Andalucía en la localidad madrileña donde ella pasaba la mayor parte del tiempo. Fue aquí, también, donde probablemente contrajo el virus, entre los días 6 y 8 de marzo, preparando los actos con motivo del Día de la Mujer. Pero su hijo se apresura a dejar claro que no quiere entrar “en polémicas de ningún tipo”. De esa reunión se contagiaron varias personas. Tres fallecieron, entre ellas Loli.
Por todo lo que hicieron mujeres como Loli, su hijo en nombre de su familia, insistió en reconocer a todas aquellos mayores que son, debido a la pandemia, el colectivo más vulnerable: “Quiero mandar ánimo y un abrazo muy grande a aquellas personas que nacieron entre los años 30 y 40, estén o no estén: inventaron el pluriempleo, la Ruperta… y creo que no hemos hecho por ellos ni la mitad que han hecho por nosotros. Y en especial a las mujeres de aquella época”.
Más de 25.000 fallecidos por coronavirus suponen un punto de inflexión de esta época. Más para quienes han perdido a algún ser querido. En el caso de la familia Rodríguez Lazo, quieren pensar que el sacrificio hecho por Loli y “tantas personas sirva por lo menos sobre qué tipo de sociedad queremos”.
“Que quién debe estar por delante de quién a la hora de disponer de recursos públicos: un virólogo, un biólogo, un médico, un ATS, un ujier, un celador de un hospital… o un futbolista de Primera División. Se abre un debate (aunque este no es el momento) que quizá solamente entre lo público y lo privado, y si los medios públicos tienen que estar para pagar clubs de fútbol o para pagar científicos o sanitarios. Espero que todos hagamos una reflexión.. Es donde quiero encontrar la paz. Si nos hacemos esa pregunta, yo viviré tranquilo y daré por bueno el sacrificio de mi madre y el de toda mi familia”.
“Eran sus brújulas”, confiesa Juan Andrés. Apasionada de la Virgen de África, Loli siempre recibía una figura que le traía Carmen, la esposa de un primo suyo. Este año, cuando Carmen llegó a Madrid para verla, Loli le dijo que tenía “una gripe muy fuerte”. No le pudo dar su Virgen de África, una imagen que ha marcado a toda la familia, cuyo origen es caballa y andaluz.
“Mis padres primero eran caballas pero luego eran andaluces. Para los de su generación no es una cosa distinta”. Su hijo lo resume de la siguiente manera: “Son nuestras raíces, son nuestras creencias, es donde hemos pedido, hemos agradecido y hemos llorado. Ante los pies del Cristo del Medinaceli y de la Virgen de África”.
“Me llamó un doctor con la voz quebrada y me dijo que mi madre había fallecido, pero que esté tranquilo porque él la había acompañado hasta el último momento, que había terminado su jornada pero que se había quedado acompañándola. Ese hombre se quedó con mi madre después de su guardia de 24 horas, dos o tres horas más esperando a que mi madre falleciera, para que no estuviera sola”. Juan Andrés reconoce que ha tratado de averiguar la identidad de este sanitario: “Nunca me dio su nombre...”, admite.
Pero no piensa bajar los brazos y, “en cuanto pase todo esto” revisará si la persona que firmó el certificado de defunción fue la misma que le llamó aquella mañana de marzo. “No sé cómo averiguarlo pero tengo que intentar localizarlo”, persiste su hijo, que no escatima palabras para todos los trabajadores del ámbito sanitario: “Han hecho mucho más allá de lo que cabe esperar de cualquier profesional”.
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