‘Bullying’, el cáncer de las aulas

Miles de escolares sufren a diario vejaciones en el colegio, una situación que no pocas veces termina en suicidio. Y ante esto, ¿obran bien las naciones y sus estructuras?

De nombre horroroso, todo un homenaje cacofónico, si bien en nuestra lengua existe el término 'acoso escolar', y de consecuencias tan espeluznantes como funestas, el 'bullying' ha estallado como una de las grandes miserias que pudre la estructura y la vida del grueso de países y continentes del Primer Mundo, sin excepción alguna: Estados Unidos, Japón, Canadá, Francia, Perú. América, Asia, Europa; un drama que destroza familias y que acaba con la existencia de meros chiquillos, personas sanas aún en la adolescencia.
Víctimas de ataques diarios, que minan el estado físico y sobre todo psíquico, aquellos escolares indefensos y vulnerables, por norma habitual los que presentan un aspecto que sobresale de lo común pues hablan de manera distinta al resto, o son silenciosos, los poco agraciados, los que más saben, los que creen en otro Dios y su piel es de otro color o simplemente los que son la diana de los bárbaros porque sí, van perdiendo la paciencia y el ánimo, el aire va escaseando para respirar, la ilusión por seguir adelante minando a cada minuto que transcurre, se van encerrando en sí mismo sin encontrar apoyo institucional y, en ocasiones, tampoco familiar pues los padres suelen desconocer el asunto, hasta desembocar de manera indefectible en trágicos epílogos: bien la autolesión; bien la eterna secuela mental del sufrimiento pasado; bien el suicidio, la muerte.
La luz roja hace décadas que se encendió pero es desde hace escasos años cuando los casos de alumnos que sufren acoso escolar han ido incrementando a diario con la misma intensidad con que se constituye la atrocidad de los ataques de unos criminales para los que debiera recaer todo el peso de la Ley, como así sucede en sociedades más avanzadas que la española, véase la estadounidense. Pues ¿acaso la prisión no sería el lugar que le corresponde a la persona que, pese a tener menos de dieciocho años, siendo en todo caso absolutamente consciente de sus actos por mucho que tenga catorce, quince o deiciséis, golpea a compañeros con inusitada maldad entre risotadas de la cohorte de miserables que le rodea; obliga a desprenderse en los servicios de chicas la ropa interior a cuerpos temblorosos muertos de miedo; quema cabellos; clava un bolígrafo bajo el ojo o directamente contra las pupilas; soborna mediante amenazas de paliza; orina sobre bocas abiertas; 'invita' a comer bocadillos de hormigas y cucarachas?
Para quien cometa y secunde estas situaciones, ocurridas en colegios neoyorkinos, sevillanos, limeños o tokiotas, no cabe más que una dura condena penal, sin atenuantes que valgan por la edad pues unas sanciones ridículas, como se imponen en España (en el supuesto de que haya reprimenda), tipo expulsión de días o semanas del colegio en cuestión, prestación de servicio social u obligación a asistir a un centro de psicología cada equis tiempo son amén de insuficientes, una manera de amparar la crueldad y dar cuerda a quien la comete y una risa en la mismísima cara de la víctima y de su desconsolada familia.
El fenómeno 'bullying' aumenta día a día, erigiéndose en una realidad que, no sólo escapa de la Justicia, de los padres, de los profesores o del ámbito gubernamental local, sino de las propias estructuras que rigen las naciones. Leo en El Comercio que en lo que va de año en el Perú se han reportado 32 casos que han merecido la intervención del Ministerio de Educación. Entre ellos, dice el artículo, siete suicidios de menores, que cansados de los abusos y agresiones, optaron por quitarse la vida.
En España mientras tanto, se calcula que uno de cada cuatro estudiantes han sufrido algún tipo de acoso en las aulas. Los expertos alertan de que este fenómeno es especialmente peligroso en la edad adolescente y también puede generar graves secuelas psicológicas.
Sin embargo, las estadísticas elevadas, como ocurre en la totalidad de países afectados, no contemplan las decenas de casos que no son denunciados por los agraviados, ese terreno de nadie donde la víctima, asustada, ni denuncia el caso, ni lo combate, ni encuentra luz al final del túnel, ese alero donde siente que su ser es la personificación misma de un valle de lágrimas, de un monigote sin sentido.
Regresando a la información de la mítica cabecera peruana, se aprecia que en un informe se detalla que en los colegios de Lima no sólo se registran casos de 'bullying' sino que también se denuncian agresiones, acoso sexual, actos de pandillaje y consumo de drogas, una jodida realidad que marca la crudeza del día a día de las aulas de todo el mundo civilizado y que, de cuando en cuando, estalla a la luz pública con un caso grotesco sin que luego de conocerse a través de periódicos, tertulias radiofónicas o escabrosos espacios televisivos, nada cambie y se pongan los remedios que la situación precisa. Una bola de fuego que crece mientras todos la vemos aumentar cruzados de brazos.
De modo que hasta que no se focalice la tragedia a nivel político, haya absoluta concienciación social, purga judicial y escarnio público hacia los criminales, en El Comercio, en ABC, en The New York Times o en Frankfurter Allgemeine no dejarán de salir, pues por generalizado que se haga un mal éste no deja de ser noticia, informaciones haciéndose eco de la muerte de Amanda Todd, la chica canadiense de 15 años que se suicidó tras pedir ayuda a través de un vídeo en Youtube; de Jokin, el chico de 14 años que se arrojó al vacío cerca de su casa, en Hondarribia, en septiembre de 2004 después de llevar un año siendo víctima de las burlas de sus compañeros de clase; o de Rebecca Ann Sedwick, la adolescente que se quitó la vida tras sufrir 'ciber bullying' de parte de sus compañeras de escuela del estado de Florida en Estados Unidos.