Opinión

Las buenas excusas

Los seres humanos parecemos necesitar excusas para emplazarnos en los lugares y momentos que más nos convienen. Siempre me sorprendió, en los funerales, ser testido de cómo las familias y los amigos se encontraban, después de tanto tiempo. Algunos llevaban años sin verse. A pesar del dolory de la tristeza, yo notaba que algo muy humano florecía en aquellas circunstancias: las ganas de disfrutar de la compañía mutua. Sobrará decir que no creo que esto desmerezca la memoria de nadie; al contrario, me gustaría pensar que algo así ocurrirá, dadas las circunstancias, en mi propio funeral. A fin de cuentas, esta vida trata de que la gente se una y se entienda: no sé por qué habría de ser diferente en la muerte. Y entonces yo luego me rompía la cabeza, pensando en por qué todas esas personas, que tanto se echan de menos, que tanto se quieren, por qué entonces no se veían más a menudo. Y llegué a la conclusión de que, simplemente, no tenían una excusa para verse. Necesitaban un motivo, a tal punto de que a veces se requiere de la pérdida de una vida humana para que nos movilicemos.
Nos queremos pensar a nosotros mismos como enteramente libres y con plena voluntad de acción, y en estos momentos de pandemia, confinamientos y restricciones, son muchos los que se quejan de que les están recortando sus libertades, principalmente la de movimiento, pero también otras como la de reunión o acceso a según qué lugares. Si estas personas visualizasen de modo objetivo (y ya hay apps que lo consiguen) las rutas que llevan realizando, día a día, los últimos años, tendrían que reconocerse que su radio de acción es muy limitado y que sus patrones de movimiento se reiteran. Incluso las personas que por su trabajo viajan a menudo, acaban reincidiendo en los mismos esquemas. Y es que la novedad no reside en el movimiento.
Nos duele, pero el confinamiento no nos ha quitado libertad. No la usábamos. Nos ha desprovisto, quizá, de la fantasía de omnipotencia en la que vivíamos. Pero eso es otra cosa. ¿De qué sirve tener la libertad para viajar a Roma o a Montreal, si no encuentras el momento para disfrutar de un pequeño momento con tu madre, o con tu hermana? Y no lo encuentras porque, a pesar de vanagloriarte de tu libertad, en el fondo no eres capaz de presentarte allí con la desnudez y la humildad del que simplemente echa de menos, y del que sabe que el tiempo no es para siempre.
No. Necesitamos los bautizos, cumpleaños y celebraciones sociales; necesitamos de muchas excusas para acceder a lo más obvio: disfrutar de la compañía de las personas que queremos. Cualquiera puede poner esto a prueba. Por ejemplo, en el terreno de la educación (yo y mis alumnos ahora). Querríamos creer que estamos todos allí para trabajar unos contenidos académicos (en este caso audiovisuales), y que de una manera transversal (que es un término muy de moda) se podrían trabajar otras cuestiones, como la ética o la creatividad. Pero yo pienso que es al contrario. El contenido académico y el curso son la excusa, la coartada para reunirse y que florezca el verdadero aprendizaje, que nunca se podrá medir objetivamente pero que siempre conservará su valor subjetivo. Eso es lo que justifica las horas que allí pasamos (por más que a ciertas autoridades les guste atiborrarnos de burocracia y papeleo).
Dadas unas circunstancias humanas superficiales, jamás habría pensado que yo podría tener algo en común con alguno de esos alumnos y alumnas. Era necesaria la excusa: un curso que impartir. Unos horarios, reglas, sueldos, que vienen desde fuera. Ahora, tres meses después, me es imposible imaginar que pudieran haber sido otros alumnos, y me invade la agradable sensación de que tenían que ser ellos sí o sí. De que no podría haber sido de otra manera. Eso tiene un nombre: se llama amor.
No debería haber pudor en llamar a las cosas por su nombre. El amor es un fenómeno esencialmente humano, que consiste en, contra todo pronóstico y contra las leyes de la física y de la biología, asegurar que una persona es irremplazable por la única razón de su propia existencia. No hay otra definición de amor ni la habrá, por más que algunos se empeñen en hablar de hormonas o de comportamientos similares en los animales. Pero nada de esto habría ocurrido sin la excusa. Todas las personas que conformamos ese grupo jamás nos habríamos unido voluntariamente por una cantidad de tiempo tan prolonganda.
¿No es decepcionante que los seres humanos necesitemos de excusas y obligaciones para entrar en la dimensión que nos es más propia? No lo sé. Pero como me dice últimamente una gran psicoanalista, "vamos a hacer con lo que hay". Y parece ser que lo que hay es esto. Benditas excusas, entonces. * josemigarmar@gmail.com

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