Ver cómo amanece el día. Observar esa felicidad que nos aporta este nuevo instante de vivir. Escuchar una canción que nos pueda motivar. Eso es levantarse eufórico. Tomar nuestro desayuno, acompañado por nuestras pastillas, que no nos falte, por favor. Y coger las puertas de la calle acompañado por tus familiares. Poniendo una sonrisa de decir: ‘Aquí estoy’. Y una nueva ruta tengo en mente. Esa que me valga para poner mis piernas en funcionamiento ya que quien mueve las piernas, mueve el corazón. Y hacemos que nuestro cuerpo queme esa grasa. Esa que nuestros galenos nos dicen que debemos de estar bien precavidos de no acumular. Y es cuando uno ve el mundo.
Disfruta de esos bellos instantes que solo se pueden observar cuando uno sale a nuestra ‘rue’, como dicen los franceses. Y mira por dónde que vi un antiguo vehículo, de esos que todo el mundo quería tener y que muy pocos podían darse el capricho de tenerlo. Me vinieron muchos recuerdos. Entre ellos una alerta OVNI que hicimos en las inmediaciones del monolito. Allá por San Antonio. Allí pusimos nuestra base.
Pero más me impactó la cinta que llevaba en la parte de arriba del cristal delantero. Esa de color verde donde se leía: ‘La cueva’. Otro lugar idílico para mover nuestros esqueletos jóvenes allá por los años 80 y 90. Que bonitos recuerdos. ¡Cuánto tiempo ha pasado! ¡Y qué poco parece!
Y es que el tiempo vuela hacia los pelos canosos. Pero de eso nos alimentamos. De unos bellos instantes en nuestra vida actual. Siguió mi recorrido observando cómo unos intrépidos deportistas ataviados con una tabla y un paracaídas hacían un atrevido juego en el mar picado de Poniente. Yo los grabé y además les di mi bendición. Porque hay que ser muy machote para hacer esas diabluras en las olas y además por pensar en unos instantes que estaba en una playa gaditana muy famosa de Tarifa. Pero no estaba en mi bella isla llamada Ceuta y que es mi Perla del Mediterráneo.