Opinión

El Brexit, quizás, abocado a una salida caótica de la Unión Europea

La Historia reciente, particularmente la que ha acontecido en estos últimos tiempos, se ha definido por un sinnúmero de desafíos al orden internacional; pero, sin lugar a dudas, el Brexit ha sido una de estas manifestaciones y advertencias que ha reconfigurado el proyecto común que atesora la Unión Europea (UE).
Quién sabe, tal y como lo asimilemos, esto podría ser el comienzo del desmantelamiento de esta alianza de naciones o, al menos, la segmentación del viejo continente. Por lo tanto, el Brexit ha determinado un antes y un después en la política europea y en la aldea global.
Cuarenta y tres años más tarde de su entrada en la Comunidad Económica Europea, el Reino Unido consultaba a referéndum la disposición de marcharse de la Unión, haciendo balancear los cimientos del ideal europeo que a paso acompasado había progresado en los últimos años. Y es que, la UE derivó como un dispositivo de cooperación entre los estados que lo abanderan; pero, su relato relativamente cercano, hace que el sistema aún sea frágil.
A su vez, la diversidad ocasiona que la elección entre las alternativas posibles, no sean nada fáciles, entrando en acción diversos intereses políticos que pueden desentrañar en conflicto. En la actualidad, los efectos desencadenantes de la retirada del Reino Unido son en su mayor parte inexplorados; si bien, la mayoría de investigadores presienten que este será un proceso amplio, que demandará de más de diez años para conseguir la totalidad de las áreas que, hoy por hoy, pasan por la reglamentación europea.
A ello hay que añadirle, el temor progresivo por próximas rupturas, porque algunas naciones ya saben de primera mano lo que es el auge de partidos xenófobos y ultranacionalistas, lo que pondría en jaque la aspiración europea que por momentos ha sido censurada, al ser considerablemente burocrática y cargar con políticas proteccionistas y retrógradas.
Probablemente, haya que estar dispuestos con instrumentos de política financiera, económica y social y más planes de contingencia, para evitar una posible recesión en la UE.
En todo caso, sin entrar a cuestionar la amplia lista de contenidos que entran a debatirse en un futuro inmediato, si el Reino Unido acuerda definitivamente desmarcarse de la UE, existen algunas otras materias lógicas con la puesta en escena del Brexit, que se abordan sucintamente en este pasaje.
Inicialmente, es preciso tomar como punto de partida, los prolegómenos que acompañaron la configuración de la UE; porque el motor preferente de este pacto sería poner fin a las disputas entre los países limítrofes, pretendiendo conservar la paz tras la Segunda Guerra Mundial (1/IX/1939-2/IX/1945), como impulsar la cooperación entre los actores colaboradores y emprender el desarrollo económico.
Del mismo modo, se aprovecharía la disyuntiva de la Unión, para que los países miembros alcanzasen más protagonismo en la esfera mundial, puesto que a la hora de refrendar los tratados internacionales, la UE es sujeto internacional con personalidad jurídica específica de los veintiocho estados a los que encarna.
Tal, como expuso la Comisión Europea en 2017, la importancia que han adquirido estos países, esencialmente se manifiesta en el recinto comercial, donde a pesar que el conjunto poblacional de la UE implica tan solo el 6,9% de la urbe mundial, su comercio con el resto del planeta, significa poco más o menos, el 20% de las importaciones y exportaciones.
Haciendo una breve reseña al porqué de la fuga del Reino Unido de la Unión, vuelvo a remitirme al referéndum celebrado el 23 de junio de 2016, en el que el 51,9% de los electores respaldó dejar la UE; hecho puntual, que llevó a la administración británica a invocar el Artículo 50 del Tratado de la Unión Europea, dándose por estrenado un proceso de dos años que tenía que finalizar el 29 de marzo de 2019. Posteriormente, se prorrogaría esta fecha hasta el 12 de abril de este mismo año.
Actualmente, continúa vigente un segundo aplazamiento, que vencerá en breves días, más en concreto, el próximo 31 de octubre. Franqueado este plazo y salvo acuerdo en contrario, Reino Unido con o sin acuerdo, dejará de forma automática la Unión.
No obviándose, que tras ratificarse el visto bueno de los votos en detrimento de renunciar a la UE, afloraron las primeras evidencias. Entre ellas, caben destacar: el rendimiento de los bonos británicos, que descendieron hasta los mínimos históricos; mismamente, se desplomó la libra esterlina y comenzaron a aparecer toda clase de reacciones políticas y económicas, aunadas a un entresijo de críticas.
Ahora bien, como en cualquier pugna política, el Brexit ha sido protagonista de un mar de maniobras populistas y un elevado nivel de argumentaciones de los grupos políticos, para respaldar una retórica fundamentada en ejes económicos, migratorios y de regulación. Inexcusablemente, uno de los principales discursos en favor del Brexit, ha radicado en el comercio.
Una salida a las bravas de la UE resulta poco justificable, por ello los conservadores se han escudado que una vez desechen cualquier vínculo con la Unión, renegociarían los tratados habidos de comercio, pero sin estar sometidos a la ordenanza europea. Esto, indudablemente le capacitaría a renegociar potencialmente y con total libertad, convenios con terceros países como India o China. Sin embargo, el tándem de relación en lo que respecta al comercio internacional con la UE, está por determinarse; en tanto, han sido numerosas las proposiciones trazadas.
Otro de los pilares en el blindaje del Brexit, incluye el fondo de los presupuestos. Según contemplan varios medios como el diario británico ‘The Guardian’, o la agencia privada de noticias españolas ‘Europapress’, o la publicación semanal de lengua inglesa ‘The Economist’, el gasto periódico consignado a los presupuestos europeos, está en torno a los 350 millones de libras, que pudieran estar dedicándose a cualquier otro destino directamente relacionado con el estado.
En ampliación a esto, gran parte de las prescripciones que se administran en Reino Unido están consignadas, por lo que los ciudadanos ingleses se denominan burócratas europeos. Esto revertiría la situación, confiriendo las competencias precisas al gobierno para legislar más desenvueltamente en asuntos como el área sanitaria, el empleo o la política migratoria, hasta regresar al control sobre sus fronteras.
Una apreciación bastante recurrente, es que por el número de inmigrantes derivados de la UE que entran al año, las actividades materializadas por los organismos del Estado como los de sanidad, se hallan al límite de la paralización. Asimismo, se han utilizado antiguas tesis en contra de la inmigración, como las que justifican que reducen las ofertas de trabajo o las plazas de los centros e institutos.
En el panorama de influencias, Reino Unido se siente condicionado por Europa, porque con anterioridad a su pertenencia a la UE, encabezaba la Mancomunidad de Naciones, en inglés, Commonwealth of Nations, una cuestión que entra en los supuestos y que fomentaría el influjo y apoyo que tiene de Europa.
Con este cariz, maniobraría en los sectores internacionales con idéntico poder y más autonomía. En contraposición a las connotaciones anteriormente expuestas, las premisas con las que se objetan, contienen los mismos temas y sirven para vislumbrar el rango de dificultad que define este debate. Por ejemplo, con respecto a la comercialización, cerca del 44% de las exportaciones de Reino Unido se destinan a los estados de la Unión.
La pérdida de ventajas competitivas como las que en este momento muestra, entrevería ver frustrado casi un millón de ocupaciones laborales y ajustes específicos a los presupuestos, lo que categóricamente incurriría en partidas de gasto como la enseñanza o la salud pública.
A esto ha de sumársele, las consecuencias de la fluctuación en los mercados; de hecho, hay compañías que han reubicado sus establecimientos en naciones de la UE, lo que conduciría a una tracción remolque entre las empresas multinacionales, cuyas sedes se localizan entre otras, en la City de Londres. E inclusive, se ampliaría a la libra, con una pérdida inmediata del valor nominal que sustrae poder adquisitivo a los residentes británicos.
La regulación que llega desde Bruselas, proporciona igualmente el comercio, toda vez, que implanta unos patrones en componentes de productos químicos o patentes, lo que aporta secundariamente las actividades comerciales, al asemejar los reglamentos de los veintiocho miembros.
En cuanto a las variantes que se elaborarían en política migratoria, éstas no resolverían las dificultades que se desean remediar. Ni tan siquiera, se afianzaría la disminución habitual de la inmigración.
En la otra cara de la moneda, la no libre circulación, entorpecería a los británicos a desplazarse libremente por el continente o a trasladarse tras la jubilación a estados del Sur de Europa, ya que se les solicitaría un visado o visa.
Al referirme a la política exterior del Reino Unido, el Brexit le hace perder poder de negociación al no estar patrocinado por la Unión, aunque estuviese consolidada en la Commonwealth. Ni que decir tiene, que apenas es debatible sostener, que la crisis política, constitucional y emocional que ha agrietado a este país en los últimos tres años y medio, conlleva toda una serie de secuelas sociales, económicas y políticas que sentarán las bases para el futuro de las naciones implicadas.
Corresponde subrayar, que en última instancia estos cambios generarán tanto a corto, como medio y largo, una repercusión en el terreno de lo económico, puesto que los aspectos anteriores están estrechamente entrecruzados y no se conciben los unos sin los otros.
Es sabido, que con el impulso del mecanismo comercial que se compone de una combinación de unión aduanera y zona de libre comercio en la UE, se instauró lo que se conoce como “Las cuatro libertades”. Me refiero a un espacio sin fronteras interiores, que en principio avalaría el tránsito autónomo de individuos, bienes, servicios y capital entre los estados pertenecientes a la Unión.
En esta tesitura, cualquier empresa puede negociar sus géneros en la Unión sin ser sancionada; análogamente, proporciona servicios mientras los ciudadanos transitan independientemente entre los estados, al igual que los bienes de capital. Conviene indicar, que la integración hace irrevocable que tanto Reino Unido como la UE, tengan que desafiar en los años venideros, si acaso décadas, toda una amalgama de impactos colaterales al Brexit.
En primer lugar, el libre movimiento de bienes pasaría a no ser aplicable a los británicos, por lo que se implantarían tarifas como aranceles o contingentes a las importaciones en ambas direcciones. Es decir, de Reino Unido a la UE o al contrario.
Consiguientemente, los costes de las importaciones aumentarían, no solo las procedentes de la UE, sino de igual forma, las resultantes de los estados con los que la misma Unión mantiene tratados destacados. En el peor de las circunstancias, comenzaría una ofensiva en términos comerciales con desenlace y daños incógnitos.
Por su parte, al no verse perjudicado por la ley europea, las mercancías británicas no tendrían por qué continuar con los estándares exigidos desde Bruselas. Aunque, bien es cierto, que ambos bloques parten de una misma norma, según avance el tiempo estas leyes irán discrepando unas de otras.
Así, manufacturas, productos químicos o agrícolas, entre algunos, se hallarían fuera de lo requerido para ser comercializados en otros lugares, lo que tendría una proyección directa en las compañías de la mayoría de los sectores productivos.
El acuerdo de salida con la UE, obliga al Reno Unido a toda una sucesión de principios de origen para diseñar la procedencia de las mercancías, así como verificar si llegan de terceros países y si procediera, incorporarles un arancel. Correspondiendo la adopción, que pueda beneficiarse de su marcha renegociando y mitigando los impedimentos a la demanda con otros países ajenos a la Unión.
Pese, a que ya no podrá ampararse a los tratados convenidos por la UE y con los que se decretan diferencias comerciales con determinados estados; se tantearía la coyuntura que la Unión influyese en éstos, para favorecerse ella misma antes que el Reino Unido.
De ello se desprende, que la perspectiva negociadora británica se vería ampliamente reducida con su salida, en los que difícilmente ganaría tratos favorables con naciones externas a la Unión.
No debiendo soslayarse, que en los últimos tiempos, la UE ha logrado grandes destrezas en lo que respecta a la experiencia de negociación de los tratados comerciales, un matiz que específicamente puede haber quedado reducido en los estados miembros.
Al hacer alusión a la libre circulación de servicios, Reino Unido es un país de sector financiero y banca, dispuestos como uno de los más importantes en el horizonte global y el más predominante en Europa. En este ámbito, obtendría más poderío a la hora de negociar, teniendo en cuenta, que no son pocas las organizaciones que están reasentando sus domicilios en otros sitios europeos y reconstituyendo sus inversiones en este mismo estado.
Curiosamente, la libertad de movimiento afín a la inmigración, se ha monopolizado como uno de los primeros motivos en favor del Brexit. Reino Unido reemprendería la soberanía necesaria para disponer su política migratoria y de asilo político. Como prueba más representativa, no tendría que aceptar su correspondiente cuota de refugiados implantada por la Unión.
En comparación con la libre circulación, este país no saldría favorecido en la senda del turismo, porque se acortaría el flujo de residentes británicos, así como la duración máxima de permanencia. A fin de cuentas, la libre circulación de capital lleva aparejado, como con el resto de casos, empezar un proceso de desajuste entre el nuevo régimen de esta nación y el europeo, donde los mercados de capital se verán menos integrados.
En este sentido, sin estar declarado si la salida será consensuada o abrupta, la inversión directa extranjera se divisará como restringida por los inconvenientes que presagia la salida. Luego, las luces y las sombras que auspician el Brexit, redundará negativamente en la producción y el empleo, lo que a la par, incidirá en la productividad debilitando la competitividad.
Todavía faltarían innumerables flecos por deslindarse en cuanto al Brexit en estas líneas, pero, por falta de espacio son imposibles de abordar. Posiblemente, el más elocuente a groso modo, es como se dispondrá los nexos económicos entre la UE y el Reino Unido desde el inicio de 2021. Concurriendo dos escenarios que han tenido últimamente resonancia en su valoración: el llamado hard-brexit y el soff-brexit.
Con el hard-brexit, los vínculos comerciales entre la UE y el Reino Unido estarían prescritos por los criterios de la Organización Mundial del Comercio (OMC), lo que revela que en promedio, las tarifas arancelarias serían algo superiores al 4%. En cambio, la soff-brexit, comporta mantener una relación lineal, parecida a la de la UE con Noruega, quien a través de una impuesto económico anual, forma parte del Espacio Económico Europeo, no teniendo costes arancelarios con los miembros de la Unión.
En este entorno de volatilidad, los obstáculos reinciden en que la UE instaría al libre movimiento en territorio británico, como comparativamente se necesita en Noruega. Esto es poco viable, porque como ya se ha expuesto, la migración de Europa hacia el Reino Unido ha sido y es, uno de los caballos de batalla por los que se optó por el Brexit.
Más allá de las fórmulas que plantea el hard-brexit o el soff-brexit, habría una tercera vía; obviamente, con tasas arancelarias menores que las de la OMC, pero sin la imposición del libre tráfico de personas.
Por ende, ante una realidad imprevisible, cuando finalice definitivamente el Brexit, bien el próximo día 31 de octubre o, tal vez, más tardíamente, ante la solicitud de una nueva prórroga, irremediablemente afectará de manera visible a la economía, política y diplomacia que quedan en el aire; porque, una comunidad política de derecho como es la UE encaminada al crecimiento, notará por vez primera, el desmembramiento de una de sus veintiocho piezas. Un lance perjudicial que crea un serio precedente y que podría hacer tambalear los pilares de la Unión.
La redefinición tras la ruptura, como no podía ser de otra manera, menoscabará el encaje que articulaba al resto de estados de la UE; lo que conjetura el regreso de las fronteras con marcos muy complicados, como el que hoy retrae a Irlanda del Norte con la República de Irlanda, uno de los puntos más calientes de esta confrontación.

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