Colaboraciones

Con las bombas que tiran los fanfarrones

Ya saben que existe una antigua copla muy antigua y muy popular que cantaron con mucha gracia y desparpajo coplistas tan populares como Lola la piconera, en 1805 y más modernamente Rocío Jurado. En realidad, más que copla, es un fandanguillo que en 1812 se hizo muy popular en Cádiz y lo cantaban, ante los reiterados intentos del arrogante y prepotente Napoleón de conquistar la célebre ciudad gaditana, sin haber sido capaz de conseguirlo tras el largo asedio a que la sometió. Ya está casi olvidado, tras haber transcurrido más de doscientos años de que se hiciera tan popular en la simpática y graciosa ciudad gaditana, que derrocha salero por los cuatro costados.

La letra del famoso tanguillo era como sigue: “Cañones de artillería/ aunque pongan los franceses/ cañones de artillería/ no me quitarán el gusto/ de cantar por "Alegrías"/ Con las bombas que tiran/ los fanfarrones/ se hacen las gaditanas/ tirabuzones/ Que las hembras cabales en esta tierra/ cuando nacen ya vienen/pidiendo guerra/ ¡Guerra! ¡Guerra!/ Y se ríen alegres/ de los mostachos/ de los morriones/ de los gabachos/ Y hasta saben hacerse tirabuzones/ con las bombas que tiran / los fanfarrones/ Son de piedra y no se notan/ las murallitas de “Cái”/ son de piedra y no se notan/ "pa" que en ellas los franceses/ se rompan la cabezota/ Con las bombas que tiran/ los fanfarrones/ se hacen las gaditanas/ tirabuzones..”.

Para mejor comprensión de la terminología lingüística de la época de aquella canción, aclaro que los “tirabuzones” eran una especie de rulos para ensortijarse el pelo las mujeres que se hacían las jóvenes gaditanas con el plomo tan malo que se desprendía de las bombas francesas al explotar; riéndose y haciendo burla de la mala puntería que tenían los franceses al tirarlas, porque tenían tan mal tino que casi todas caían fuera del objetivo al que apuntaban; esquivando el pueblo tales bombardeos abandonando la ciudad y refugiándose en pueblos y refugios de los alrededores, de manera que de poco servían las bombas por ineficaces; por eso el pueblo de Cádiz hacía mofa de los franceses, que bombardeando fallaban más que una “escopeta de feria”. Vaya, que “se les iba el tiro por la culata”.

Por su parte, la palabra “mostacho” se refería al bigote largo que los franceses de tropa solían llevar casi todos, presentando un aspecto tieso y serio, que parecía que “se lo debían y no se lo pagaban”. El “Morrión”, era un casco con plumas arriba que también llevaban los invasores, que en España se usó mucho en el siglo XVI; cubría la cabeza de los antiguos caballeros; su forma era algo así como de cresta casi cortante, tenía ala ancha, levantada y abarquillada que terminaba en punta por delante y por detrás.

Aunque el morrión lo utilizaban particularmente la infantería o los peones, no por eso dejaban de llevarlo los caballeros y personajes notables a causa de ser más ligero que el yelmo (armadura de metal que protegía la cabeza de los antiguos guerreros en la Baja Edad Media), permitiendo el morrión llevar el rostro descubierto para poder respirar fácilmente. Se usó muy asociado a los Tercios españoles del Siglo de Oro, a los conquistadores de América. y en la mayor parte de los países europeos en los siglos XVI y XVII. Y, finalmente, “gabacho” es un término despectivo utilizado en España para referirse a los franceses que nos invadieron en la Guerra de la Independencia. En resumen, todas prendas de antiguos caballero de alta alcurnia, de las que el pueblo llano solía hacer escarnio público, riéndose de ellos satíricamente .

Pues el relato anterior quiero utilizarlo como hilo conductor que me lleve a conectar con otros “fanfarrones” y “cabezotas”, como los que ahora están saliendo casi de improviso en Rusia, Ucrania y el bloque que apoya a ésta, formado por: EE. UU., Unión Europea, etc, que parece que tampoco les importaría mucho arrastrarnos a los demás para repeler la posible invasión rusa con la fuerza armada, rearmándose todos hasta los diente para ir a desembocar en lo que parece que podría ser la tercera guerra mundial. ¿Pero es que toda esa gente está ciega?. ¿Puede estar tan ayuna en los grandes dramas que ha sufrido la Historia?

Porque, en la Primera Guerra Mundial de 1914, ya murieron: 10 millones de combatientes (sólo Rusia y Alemania tuvieron dos millones cada una), 20 millones de heridos; 6 millones de prisioneros, 1.300 bombas arrojadas y 180.000 millones de dólares gastados por los países intervinientes, que terminaron todos arruinados y con una pandemia posterior a la guerra, como secuela colateral que la misma entonces nos dejara, que también produjo más millones de muertos; más las ingentes destrucciones, ruinas, pobreza, miserias y severas penalidades que igualmente conllevó aquella gran guerra.

Pero es que, además, en la Segunda Guerra Mundial, en 1942, sólo 28 años después de la anterior, hubo nada más y nada menos que un mínimo de más de 60 millones de combatientes muertos, eso en el supuesto más optimista, porque la cifra hay que elevarla hasta más de 100 millones, contando otros 47 millones de civiles muertos; lo que es una tragedia monstruosa, que no alcanzo a comprender cómo el mundo no se horroriza de pensar que algo así pudiera volver a ocurrir.

Ante una calamidad de tan elevadas proporciones, no se puede permanecer callado de ningún modo. Y no ya por motivaciones políticas, en las que yo procuro no entrar nunca, porque jamás fui político, sino como mero ciudadano corriente y moliente que igualmente puedo sufrir las consecuencias. Si es que, no haría falta nada más tener un mínimo de racionalidad y de sentido común para no intentar nunca más que jamás vuelvan a darse tales sufrimientos y penalidades en tantos millones de víctimas inocentes.

Pero, como aquellos antiguos “fanfarrones” y “cabezotas” de la copla inicial, no escarmentaron de sus propios y gravísimos errores, quizá por aquello que decía Francisco de Quevedo: “Sale de la guerra, paz; de la paz, abundancia; de la abundancia, ocio; del ocio, vicio; del vicio, guerra”, pues resulta que en 1942 volvió a buscarse de propósito tan gravísima irracionalidad con otra nueva guerra mundial. ¿Dónde pretenden llevarnos tales desalmados e irresponsables como pudiera hacer Rusia, que ella misma tuvo sola varios millones de combatientes muertos en ambas conflagraciones mundiales?. Más luego, también “fanfarronean” queriendo “entrar al trapo” la misma Ucrania y el largo bloque que la apoya?

Como aquellos antiguos “fanfarrones” y “cabezotas” de la copla inicial, no escarmentaron de sus propios y gravísimos errores, quizá por aquello que decía Francisco de Quevedo: “Sale de la guerra, paz; de la paz, abundancia; de la abundancia, ocio; del ocio, vicio; del vicio, guerra”, pues resulta que en 1942 volvió a buscarse de propósito tan gravísima irracionalidad con otra nueva guerra mundial

¿Qué derecho tienen, unos y otros, a meternos de nuevo en otra guerra de tal naturaleza y magnitud?

Pues, tal como ahora mismo tenemos el mundo, parece como si entre todos estuvieran prendiendo mecha a la situación para incendiarla, porque está la cosa que arde, derrochando arrogancia, prepotencia, .beligerancia, amenazas y ultimátums. Y había que cantarle en masa dicho tanguillo a otros nuevos “fanfarrones” y “cabezotas” de la talla de Rusia, Ucrania, EE. UU, Unión Europea, etc. Y quienes sufriríamos las horrorosas consecuencias que de ello se derivaran, si el conflicto estallara seríamos las víctimas inocentes, por culpa de quererse igualar a unos y a otros, porque hay que distinguir claramente entre la pretendida invasión y ciudadanos rasos del mundo. Y todo ello, por mero expansionismo caprichoso y afán ciego de poder personal, no conforme a los intereses generales de la comunidad internacional.

¿Para qué están entonces la ONU y su Consejo de Seguridad, sino para dirimir con autoridad internacional los litigios mundiales que surjan en el globo terráqueo?. Y, que yo sepa, las Naciones Unidas, hasta ahora parecen no mover ficha, ni están ni se les esperar. ¿Por qué tienen que rearmarse también a la vez los demás países que apoyan a Ucrania, sin tener competencias para intervenir?. Porque la legítima autoridad internacional existe y debería ser la que pusiera orden en el mundo.

Es cierto que, si a Rusia se le toleran tales propósitos y nadie le parara los pies, pues se saldría con las suyas. Pero, precisamente por eso invoco, muy modestamente, la mediación e incluso la intervención de la ONU, que legitimaría la defensa de Ucrania que por su cuenta pretende hacer con el bloque que la apoya. De lo contrario, todos van a seguir “con las espadas en alto”. Y, para que haya paz sólida y duradera, también todos están obligados a “bajar las espadas”. Si no es así, el mundo se encamina de nuevo hacia otra nueva hecatombe internacional. Y eso, hay que evitarlo a toda costa´. Lo que no puede ser es que en este conflicto todos quieran hacer la guerra por su cuenta. Para eso están los Organismos internacionales competentes, que al menos hasta el día que escribo, domingo 30 de enero, no se ven por ninguna parte.

¿Quiénes son Rusia y las demás potencias concernidas para tomarse la justicia por su mano, precisamente para cometer la mayor injusticia y atropello que, si se lleva a efecto la invasión, podría darse?. Y la situación no es ninguna pequeña escaramuza bélica, sino que es sumamente gravísima y afecta al mundo, poniéndose en juego la vida de millones de personas inocentes, que ya sabemos por las dos guerras mundiales anteriores. ¿Para qué están la diplomacia, los grandes plenipotenciarios, las negociaciones, los buenos oficios, la prudencia, la cordura, la reflexión, la moderación y el juicio sereno y ponderado?

Por Navidad, en mi artículo sobre la “tregua de Navidad y la paz en el mundo”, refería las ventajas que la paz nos depara. La paz y la vida son de los bienes más preciados y deseados, con ella hay bienestar general, desarrollo y prosperidad, es seguridad jurídica al poder gozar y hacer uso del legítimo derecho a la libertad y demás derechos tanto fundamentales como legales de las personas; la paz todo lo construye, a todos beneficia y a nadie perjudica; la paz serena las conciencias y hace más humanos los corazones; la paz es siempre el bien y ahuyenta el mal; la paz es también justicia, que es la constante y perpetua voluntad de dar a cada uno lo suyo, lo que en derecho le pertenece; la paz es contraria a la fuerza de las armas. Y no digo que estas últimas no sean necesarias; pero lo son, precisamente, para preservar la paz y alejar las guerras, como medio disuasorio, de mediación e interposición en los conflictos bélicos con autorización de la autoridad internacional competente, pero nunca para cometer atropellos e injusticias con invasiones por mero capricho expansionista, sin motivos razonables.

La guerra siempre es perversa, salvo si no hay más remedio que hacerla legítimamente para imponer la justicia cuando así lo acuerden y manden ejecutarlo tales Organismos internacionales competentes; sería la llamada “guerra justa”, o “ius ad bellum”, la legítima defensa ante una agresión que ponga en peligro los intereses fundamentales de la sociedad, o sea, en defensa propia si se es atacado. Ejemplo de guerra justa puede ser la del Golfo Pérsico, donde Kuvait fue ilegalmente atacado por Iraq, violando injustamente los derechos humanos de los kuwaitíes por motivos exclusivamente interesados. Pero ningún Estado tiene derecho a declarar una guerra a fin de satisfacer sus intereses racionales, por contraste con sus intereses justos y razonables.

La guerra mata masivamente, destruye, acarrea injusticias, es contraria a los derechos y las libertades, dificulta y paraliza la producción de bienes de primera necesidad, promueve pobreza, miserias, crueldades, agravios, ingentes gastos sin justificación legítima alguna, y todo un sinfín de males de toda clase y naturaleza que produce al pueblo.

Sé que este artículo sólo servirá para “predicar en el desierto”. Siempre seguirán existiendo guerras y casi todas sin causas legítimas. Lo normal será que ni siquiera se me lea. Pero. como simple ciudadano del mundo, me creo con la obligación ética y moral de expresarlo. Si todos hiciéramos lo mismo, entonces, las cosas cambiarían. La opinión pública internacional, todos a una, posiblemente hicieran cambiar las cosas, reconsiderando sus irresponsables propósitos quienes se están lanzando por el precipicio de la lucha alocada por el expansionismo y por el poder.

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