Los pronósticos que vaticinaban una legislatura nefasta se han tornado dramáticamente certeros. El ayuntamiento se ha atascado de tal manera que cualquier objetivo, por modesto que sea, se convierte en un imposible. Esta situación es, en sí misma, un serio problema. Entre otros motivos, porque es inalterable durante, al menos, tres años más (no se puede olvidar que el PP gobierna la Ciudad con mayoría absoluta), y no está muy claro que Ceuta pueda soportar esta situación sin pagar un elevado coste por ello. Demasiado tiempo perdido.
No me refiero, en esta ocasión, a la tremenda frustración que supone no registrar el más mínimo avance en ninguno de los grandes retos políticos a los que se enfrenta Ceuta (Reforma del Estatuto de Autonomía, incorporación a la Unión Aduanera, revisión del modelo de transporte marítimo, modelo económico alternativo, política de inmigración o regulación del espacio transfronterizo); y que la Asamblea, en tanto que depositaria de la soberanía popular, tendría la obligación de abordar. La posición política del PP (resignación presentada como prudencia) y el complejo contexto político nacional (incertidumbre provocada por la ignota fragmentación de la representación parlamentaria) e internacional (profunda crisis en Europa) han sepultado toda posibilidad, no ya de lograr, sino incluso de plantear nuestras reivindicaciones. Pero es que hasta en la gestión ordinaria de los asuntos más sencillos se ha entrado en una espiral de incompetencia difícilmente comprensible, y en cualquier caso, inaceptable. El Gobierno se limita a renovar una y otra vez las mismas promesas sobre las mismas cuestiones, en un bucle exasperante que nos identifica plenamente con el famoso “día de la marmota”. Hace años que no se acomete un proyecto de envergadura. El plan de inversiones se cambia quincenalmente, lo que permite repetir hasta el aburrimiento las mismas iniciativas ante un inofensivo descreimiento de la ciudadanía (sería curioso contabilizar la cantidad de veces que han reformado los mercados o construido pistas de atletismo durante la última década). No digamos ya el “plan de barriadas”, eternamente anunciado y jamás ejecutado. Así podríamos seguir indefinidamente, poniendo ejemplos de toda condición que harían sonrojar a cualquiera… menos al PP, que se mantiene tranquilo y confiado en la conciencia de que su consolidada hegemonía se mueve en otras claves inmunes a una calamitosa gestión.
A mi juicio, son tres los factores que explican este penoso bloqueo.
Uno. La administración local se encuentra en un estado de descomposición muy preocupante. Una desastrosa política de personal sostenida en el tiempo, ha llevado a desmantelar prácticamente todos los negociados (sencillamente no hay funcionarios suficientes para tramitar los expedientes a un ritmo normal), a desincentivar a los empleados públicos (tolerancia con agravios comparativos vergonzosos, como por ejemplo, que se permita que funcionarios de alto nivel cobren regularmente sus elevadas nóminas sin acudir siquiera a su puesto de trabajo) y a una evidente pérdida de confianza en la dirección política. Este hecho se ha visto agravado como consecuencia de las acciones judiciales. Muchas de la denuncias que se presentan en los juzgados (o en el Tribunal de Cuentas), terminan por imputar a los funcionarios en lugar de los políticos. Aquí siempre opera el principio de “sálvese el que pueda” (a la hora de la verdad, uno siempre está sólo frente al juez). Y esto desmoraliza y retrae, con toda la razón, a los empleados públicos. Todo se mueve con una lentitud desesperante, y a la menor dificultad, queda paralizado “sine die”.
Dos. La deprimente inmadurez del debate político. La asamblea está fragmentada en cinco grupos políticos. Cuatro en la oposición. La relación entre ellos se limita a una constante y obsesiva competición por buscar notoriedad o protagonismo. No existe un consenso mínimo sobre aquellos asuntos esenciales que van más allá del interés partidista, ni la madurez necesaria para distinguir lo fundamental de lo accesorio, ni la voluntad de aunar esfuerzos cuando la magnitud o la importancia del la tesitura así lo demanda. La batalla política se centra en las fechas de los plenos, el cumplimiento de los reglamentos, la proliferación de ocurrencias, la anticipación en las iniciativas, y cosas similares. Es como un proceso inacabado de autoafirmación ante la opinión pública. Un patético concurso sobre “quién hace mas oposición al PP”. Ante este panorama, el PP (férreo controlador de los medios de comunicación), se dedica a juguetear con todos y a participar congratulado de esta absurda farsa autodestructiva que evapora toda posibilidad de ejercer una oposición fuerte y decisiva.
Tres. El poder del trece. El Presidente de la Ciudad no está acostumbrado a gobernar con una mayoría absoluta tan ajustada. Cada uno de los trece concejales del PP es consciente de la fuerza que tiene (la mayoría depende de él, o de ella). No se vislumbra la posibilidad de que ninguno abandone el grupo; pero eso no obsta para que cada uno de ellos sea más renuente a la hora de “tragar sapos”. O se muestre más contundente a la hora de imponer alguna condición… Esta no es una situación fácil de manejar cuando entre los trece no existe la menor cohesión, y la persona que ejerce el liderazgo “no quiere líos” (y menos en la legislatura de, en principio, su despedida) Así, queriendo contentar a todos a la vez, lo único que se puede hacer es… no hacer nada.
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