“Bienvenido, Mr. Fernández”

Con casi una hora de retraso, atracaba en pleno Muelle España el Río Miño de la Guardia Civil para, seis días después de la tragedia que ha costado la vida a 14 subsaharianos, acoger la visita oficial del director general del Cuerpo. Un desembarco a lo Bienvenido Míster Marshall para una visita que se ciñó al encuentro con los mandos en el cuartel, con la inclusión de los honores debidos en el patio de una Comandancia que se cae a pedazos, y la visita protocolaria al presidente de la Ciudad, Juan Vivas. Ni fue al ya conocido como espigón de la muerte, ni hubo encuentro con los guardias civiles que prestan servicio en la frontera. De haberlo hecho, y según la agenda horaria que iba desarrollándose, se habría topado con el hallazgo del segundo cadáver traído por el mar.
Pero la cadena de actos, decisiones y gestos la marca Madrid. Como ha marcado, de forma errática, toda la gestión que en torno a esta auténtica crisis se ha puesto en escena desde el minuto 1, es decir, desde que a las 5.45 horas del jueves 6 de febrero, empezara a escribirse una de las páginas negras en la inmigración fronteriza que afecta a Ceuta. La acertada gestión de lo sucedido ha brillado por su ausencia.
Fernández de Mesa debía haber estado en la ciudad el viernes, a las horas de producirse la tragedia, cuando las acusaciones contra la Guardia Civil eran constantes y las oenegés pedían un esclarecimiento de los hechos. La excusa de un temporal aún inexistente frenó esa visita, que vino a ser sustituida por un paseíllo por todos los medios de comunicación nacionales que vino marcado por una variación de respuestas dependiendo de las acusaciones públicas que iban haciéndose. Se respondía a golpe de impacto, una dependencia terrible cuando basa la acción de quienes deben llevar la batuta. Y así fue hasta su llegada ayer, escogiéndose unas formas que no han gustado siquiera en las filas del Cuerpo que dirige. Fernández de Mesa pudo escoger cualquier vía de llegada a la ciudad. Y eligió hacerlo en el Río Miño, haciéndose acompañar por sus guardaespaldas, asesores, mandos operativos del Cuerpo y movilizando a la decena de guardias civiles que hicieron posible que el patrullero usado para misiones internacionales de control de la inmigración se empleara para el traslado descafeinado y tardío de quien ha sido elegido políticamente para llevar las riendas de la Benemérita. Atraque, colocación de pasarela, desembarco y todos los medios de comunicación locales y nacionales citados desde las 9.30 horas en el Muelle España para recoger la llegada de quien estaba llamado a saber capear esta crisis. Parecía la llegada de un ministro, con encargo inaugural, que la de un mando político recolocado en el Instituto Armado que tiene la obligación de dar respuestas claras y transparentes sobre una tragedia, alejándose lo más posible de la soberbia o altanería.
El director eligió basar su intervención en una máxima: habrá querellas, sin resolver aquellas cuestiones que aún escuecen, o al menos deberían escocer, en torno a toda esta historia. Las amenazas tienen la función que tienen: dar un titular. ¿Pero sirven para resolver la auténtica brecha que hoy se ha abierto en el cuartel de Hadú? Con las respuestas dadas (algunas tan pintorescas como la utilizada para justificar la entrega a Marruecos de los subsaharianos que llegaron a la playa del Tarajal), las intervenciones publicadas y la difusión de imágenes políticamente escogidas para evitar conflictos con el país vecino: ¿tiene claro la Dirección que la Guardia Civil sabrá cómo actuar ante la próxima avalancha? Porque la habrá. ¿Se sabrá qué hacer?