Opinión

Berlín infinito

De pequeño viví en Alemania con mis padres emigrantes. Recuerdo cuando a primeras horas de las frías mañanas, me llevaban hasta la guardería (Kindergarten), mientras que ellos desarrollaban su trabajo en las entonces numerosas fábricas de la rica cuenca del Rin. Más adelante, en mi época de bachiller e incipiente universitario, volvía algunos veranos para ganar unos dinerillos. Por aquellos años, había dos Alemanias. Cuando se unificaron y se restableció la capital de la república en Berlín, siempre nos atrajo visitarla. Es lo que hemos hecho esta semana.

Como nos dijo un amigo antes de partir, Berlín es infinito. Está lleno de historia. Allí se han desarrollado los más importantes, y terribles, acontecimientos del mundo moderno. Podríamos estar días y días sin parar visitando lugares y no acabaríamos. Esto nos obligaba a seleccionar los más relevantes e intensos, desde el punto de vista histórico. El viaje lo comenzamos el mismo día en el que se intensificaba la reciente tormenta Gloria en la zona del mediterráneo español. Pese a todos los miedos y prejuicios, el vuelo se desarrolló con total normalidad.

Nuestro primer día lo dedicamos a visitar los monumentos a las víctimas del holocausto nazi. Obligado el dedicado a los casi 6 millones de judíos europeos. Pero también los que recuerdan a los homosexuales y a los gitanos, también exterminados por este régimen de terror. A pocos metros de estos monumentos, un aparcamiento al aire libre y unas fotografías nos recordaban que allí estuvo el búnker de Hitler y la sede de su macabro gobierno. Pensar que desde allí partieron las órdenes para tal genocidio y para tanto sufrimiento, era sobrecogedor. Todo fue bombardeado y dinamitado. Desapareció.

Inmediatamente después, pasamos la puerta de Brandemburgo y nos dirigimos por la elegante avenida Unter den Linen, hasta la mítica universidad de Humboldt, sede y origen del moderno concepto de investigación y docencia, como misión fundamental de la enseñanza superior. Allí estudiaron Marx y Engels. En el frontal de su escalinata principal se inscriben las famosas palabras de Marx: “Die Philosophen haben die Welt Nur verschieden interpretiert es Kommt aber darauf an sie zu verandern” (“Los filósofos, hasta el momento, no han hecho más que interpretar de diversos modos el mundo, ahora de lo que se trata es de transformarlo”) de su tesis sobre Feuerbach. Su primera planta está llena de fotográficas de los numerosos premios Nobel de las distintas disciplinas que por allí pasaron. Einstein, Paul Ehrlich, Emil con Behring, Fritz Haber....Recorrer estos largos e históricos pasillos nos recompensaba, sin duda, del mal trago emocional pasado en la parada anterior.

Pero en Berlín se mezclan los recuerdos de los buenos y malos sucesos de forma intensa y especial. Justo casi enfrente de la vieja universidad de Humboldt se encontraba Bebelplatz, la plaza conocida debido a los acontecimientos que tuvieron lugar la noche del 10 de mayo de 1933, cuando fue el escenario de una gran hoguera en la que se quemaron miles de libros de algunos autores censurados por los nazis, como Karl Marx, Heinrich Heine o Sigmund Freud. En el centro de la plaza se puede ver una losa de cristal que cubre una estantería vacía, en memoria de esta masiva quema de libros. Frente a ella, un sobrio y sencillo monumento contra la guerra, cuya única escultura es la de una madre con su hijo muerto en brazos. Junto a ella unas flores frescas recién puestas.

Y a pocos metros, nuevamente la sede de la cultura y la esperanza. La isla de los museos. Recorrerlos hubiera sido casi misión imposible. Pero la visita al Neues Museum, para ver la sala dedicada a la reina Nefertiti, en la que solo se expone su busto, era obligada. Contemplar un rostro considerado como el símbolo de la belleza femenina de más de 3000 años de antigüedad, te podía llevar mucho tiempo. Pero la cantidad de visitantes que esperaban lo hacía imposible. Entonces entendimos por qué se dedicaba toda una sala sólo a exponer este busto. Con esto y una buena cena a base de cerveza de trigo y codillo al estilo berlinés en un histórico restaurante del antiguo Berlín rojo, se acaba nuestro primer e intenso día en la capital de la Alemania reunificada.

El segundo día amaneció lluvioso y con niebla. Todo lo contrario, al día anterior, frío pero con un sol radiante. Para entrar en calor, cogimos dos líneas de bus urbano, que atraviesan Berlín de este a oeste y de norte a sur. No es que tengamos nada contra los autobuses turísticos. Sin embargo, subir en un autobús de línea te da un conocimiento real de las costumbres de sus habitantes. También de los conductores de estos servicios públicos. Así, el primero que nos tocó no hablaba. Solo gesticulaba dónde teníamos que depositar el dinero o dónde coger el billete. Su barba sin afeitar de varios días le delataba como una persona que dormía mal, se cuidaba poco y tenía peor humor. Suponemos que esto sería a causa de que el hombre tuvo un mal día, pues, de lo contrario, debía ser una persona muy infeliz. Sin embargo, el segundo resultó ser un encanto. Perfectamente aseado y despierto. Con buen humor y ganas de agradar. Y explicando, en alemán o inglés, los detalles del viaje, o respondiendo a lo que le preguntábamos.

Ese día lo queríamos dedicar a visitar lo que queda del histórico muro de Berlín, que construyeron los rusos para prevenir a su población de la influencia “fascista”. Esta era su excusa. La realidad era que tenían que impedir a toda costa que sus gentes se les fueran en desbandada, en busca de la libertad. Dicen que al campo no se le pueden poner puertas. La dictadura de los mal llamados comunistas lo hizo. Pero, al final, todo ha quedado en pequeños trocitos de muro, la mayoría falsos, que se venden en los comercios del llamado Checkpoint Charlie, que es lo que ha quedado del paso fronterizo desde la Alemania comunista de la zona este de Berlín, a la Alemania americana de la parte suroeste, en donde, supuestamente estaba la libertad. Si alguien hubiera pensado durante la Segunda Guerra Mundial que las dos grandes potencias aliadas contra el nacionalsocialismo acabarían dirigidas por un dictador (Putin en Rusia) y un peligroso negacionista del cambio climático, además de racista y xenófobo (Trump en los EEUU), no lo hubiera creído.

La segunda parte de este día lo quisimos dedicar a visitar un barrio muy especial, Scheunenviertel, surgido de las ruinas y el abandono, pero milagrosamente rehabilitado. Es una mezcla de Sojo y barrio judío. Allí te encuentras pequeñas y coquetas tiendas y restaurantes alternativos de todo tipo, además de galerías e institutos de arte moderno, restaurantes y salas de fiestas. Y también la Nueva Sinagoga de los judíos de Berlín, rehabilitada y rescatada cuidadosamente de los escombros a los que casi fue reducida. No es extraño ver en muchas calles, símbolos judíos de recuerdo a sus antepasados, junto a las puertas de las viviendas en las que habitaron, o fueron detenidos o asesinados.

Desde allí recorrimos a pie un gran trayecto. Nuestro objetivo era llegar al restaurante en el que sea decía que se servían las mejores currywurst de Berlin (salchichas troceadas y servidas con curry). Nuestra sorpresa fue que no se trataba de un restaurante al uso, sino de una especie de kiosco, con unas cuantas mesas al aire libre, solo protegidas del intenso frío con una pequeña lona, en el que te vendían estas salchichas en un platito de cartón, con un pincho para poder cogerlas. Sin embargo, estaban exquisitas. Y con el frío, nos sentaron mucho mejor. Una experiencia para recordar, que a mí me trasladó por un momento a la Alemania de mi juventud y al carromato que se situaba cerca de nuestra casa, que también servía unas exquisitas “currywurst mit pommes” en ese caso hechas a la brasa. Todo ello nos hizo dormir de un tirón.

El último día lo dedicamos a comprar algunos regalos para las nietas y a visitar algunos lugares que nos quedaban, como la sede de la famosa filarmónica de Berlín, o la moderna estación central. Una verdadera obra de arte y ejemplo de organización de los transportes públicos. Y ya, lo que habíamos tenido que solicitar con bastante antelación. Una visita al Bundestag y a su soberbia cúpula, obra del arquitecto Norman Foster, que supo mezclar de forma magistral los restos del antiguo parlamento alemán, cuya primera piedra la puso el Emperador Guillermo I, que fue casi destruido por un incendio en 1933 (obra de los comunistas, según la propaganda nazi de la época) y en el que se conservan restos de lo que escribieron en sus paredes los soldados soviéticos que tomaron Berlín al finalizar la II Guerra Mundial. Desde lo alto de su cúpula, aparte de divisar toda la ciudad, se podían contemplar los gigantescos espejos que reflejan y dan luz natural al Parlamento. Una construcción visionaria que se adelantó en el tiempo a la situación de un planeta sometido en la actualidad a una auténtica emergencia climática. Pero también se veían las dos enormes banderas europeas. Después de esto, ya nos quedaba visitar la que denominan la mejor cervecería bávara de Berlín, situada en la moderna Sony Center.

Cuando estaba acabando este artículo, el avión iniciaba maniobras de aproximación hasta el aeropuerto de Granada. Ya sabemos que la situación climática nos impone restringir, en la medida de nuestras posibilidades, los viajes en avión. Procuraremos hacerlo así. Por razones económicas y también medioambientales. Viajar menos y, si es posible, en tren, es la alternativa más sostenible. Pero, en cualquier caso, este viaje a Berlín, justo en el mes en el que más frío hacía, y en días laborables, era algo que perseguíamos desde hace tiempo. Así hemos podido conocer algo más de nuestra historia reciente. Y también valorar adecuadamente lo que significa la Europa de los Pueblos, justo en un momento en el que los nacionalismos excluyentes y los fascismos emergentes, nos amenazan de manera muy peligrosa.

A veces hay que viajar para que las lágrimas no nos impidan ver las estrellas.

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