Una madrugada como la de este 30 de agosto pero hace justo un año se escribía la crónica de la última entrada masiva de inmigrantes por el paso de Benzú. Un paso que nunca más volvió a abrir ya que se aprovecharon los daños ocasionados para echar el cierre definitivo, forzando a los residentes en Beliones a acceder a Ceuta por la frontera del Tarajal. Pero esos eran otros tiempos, eran momentos de tránsito fronterizo constante ahora borrados desde que el 13 de marzo el virus invisible y su virulencia llevó a ejecutar el mayor blindaje nunca visto entre España y Marruecos.
Los 155 de Benzú -así se etiquetó a los jóvenes subsaharianos que consiguieron cruzar a Ceuta- forzaron a tener que dar uso, por vez primera, a la oficina de asilo situada en la frontera. Además, sin pretenderlo, se convirtieron en un pulso para el Gobierno, que ya tenía a sus espaldas la ejecución de la primera expulsión de subsaharianos a Marruecos por orden del ministro Fernando Grande-Marlaska que terminó denunciada por varias oenegés por su ilegalidad. Los 155 pasaron por la oficina pero solo unos pocos consiguieron que su solicitud de asilo fuera admitida a trámite.
Tras aquellas gestiones llegaría el traslado a la Península, cerrándose así un capítulo migratorio en el que volvió a hablarse de mafias, de organización criminal, de atentados... pero lo cierto es que judicialmente no existió ningún procedimiento contra los subsaharianos. El lenguaje belicista enarbolado por algunos partidos políticos e incluso por asociaciones que anunciaban querellas criminales contra los inmigrantes sirvió más para emborronar crónicas periodísticas que para una acción policial o judicial al respecto.
Tras esta entrada, la última conseguida por tantas personas a través de uno de los pasos fronterizos con Marruecos, llegarían nuevos intentos, todos ellos reprimidos por las fuerzas marroquíes cuya función de gendarme se vio reforzada por dos vías: dinero europeo para financiar la construcción de más vallas, colocación de concertinas y apertura de zanjas, además de ‘vía libre’ para actuar a su manera sin generar crítica alguna de la Europa defensora del cumplimiento de los Derechos Humanos cuando interesa hacerlo.
El lado marroquí se convierte en un muro infranqueable para una población subsahariana que busca más el factor sorpresa que la acumulación en los bosques próximos al vallado. Las últimas incursiones que quedaron en meros intentos fueron preparadas en cuestión de horas, acercándose al entorno fronterizo para llevar a cabo los saltos.
Después llegaría la represión solo denunciada por algunas oenegés asentadas en Marruecos que no tienen miedo a las represalias y que denuncian las muertes, las desapariciones, los golpes y vejaciones que sigue sufriendo el colectivo subsahariano en el vecino país. Un país que según la Audiencia Nacional y sus cuestionables sentencias es seguro para que, en la ruta migratoria, se pueda solicitar asilo. Pero la realidad se escribe a base de otros renglones bien distintos a los que recogen esos documentos judiciales.
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