“Benedito, el dicizei”

Yo podría decir como dijo aquel: “No me he reído tanto desde que hice la primera comunión”. En verdad, es lo mejor que se puede leer en el ‘Anuario’ de El Faro del día 30 de diciembre. En la página 62 de dicho ‘Anuario’, el tal “Benedito, el dicizei” firma una colaboración memorable, realmente ingeniosa, bien escrita y en clave de humor, titulada “De Tartesia al cielo”. Desconozco a la persona que se esconde tras ese seudónimo –el mito se desvanece cuando se hace carne–, pero ha de ser ingeniosa a más no poder, amén de instruida en el arte de poner negro sobre blanco y, por ende, gran lectora. Maneja bien el idioma. Al menos, eso se desprende de su escritura. Si muy pocos de los artículos que se publican en la prensa diaria merecen ser salvados del final que el destino les tiene reservado, esto es, servir para envolver el pescado del día siguiente, el escrito de “Benedito, el dicizei” ha de ser uno de los que hay que poner rápidamente a salvo de esa maldición y ser recortado y guardado para que sirva de ejemplo a quienes deseen ser ingeniosos y ocurrentes. Si no lo ha leído, amable lector, no se demore más, léalo ya. “De Tartesia al cielo” desprende un humor fino, exento de toda chabacanería, y en donde la zafiedad brilla por su ausencia. Si alguien preguntase de qué trata “De Tartesia al cielo” habría que decirle sin demora que trata del humor. El humor es el protagonista del escrito. “De Tartesia al cielo” está escrito en clave de humor, eso es evidente. Quien crea que es fácil escribir un artículo como este se equivoca de medio a medio. No hay nada más serio que el humor. El humor bien hecho, claro está.
La lectura de “De Tartesia al cielo” me ha recordado el humor de los mejores colaboradores de la inolvidable “La Codorniz”. ¡La revista que le declaró la guerra a Inglaterra! “¡Venceremos al inglés aunque tardemos un mes!”, decían aquellos ‘chalados’ de La Codorniz. Para los que no la conocieron, La Codorniz fue una revista humorístico-satírica que revolucionó el género en nuestro país. ¿Recuerda, amable lector, el lema que aparecía en la mancheta de La Codorniz? “La revista más audaz, para el lector más inteligente” Pues bien, este escrito a fuerza de audaz es ingenioso a más no poder, rebosa humor y se pasa de la sonrisa a la carcajada. Indudablemente, el escritor ha de contar con la colaboración, siempre imprescindible, del lector para que su propósito llegue a buen puerto, para que no quede a la deriva como nave sin timón.  Ya se sabe, escrito audaz y lector inteligente es la ecuación perfecta:  “(…) así que, ya de noche, (para ir con la fresca…, de la que desconocemos su nombre) tomaron esa ruta (…)”. Pues bien, el escrito de “Benedito, el dicizei” me trae a la memoria el aire de los escritos de Tono, Álvaro de la Iglesia, Mingote, Mihura y otros que colaboraban en aquella revista de grato recuerdo. Y tiene ecos del humor del maestro Gila (“Oiga, ¿es el enemigo?”). Asimismo, la lectura del texto nos evoca el humor de lo absurdo de aquel dúo inolvidable, Tip y Coll.
Existen tres tipos canónicos de ‘comicidad’: de caracteres, de situaciones y de lenguaje. Es obvio que “Benedito, el dicizei”, en su texto, apela a esta última, la comicidad de lenguaje. El humor que subyace en el escrito transgrede lo establecido por la lógica o por la experiencia. Así, el lenguaje conduce a lo imposible o a lo absurdo, pero un imposible o un absurdo que provocan risa. Otras veces, se observa una desviación de los comportamientos normales y el efecto es grotesco: “Allí nunca hubo paro, porque nunca hubo trabajo”; “Los Tartessos tomaban el sol casi todos los días un buen rato y luego lo soltaban para que el resto del mundo se calentara un poco…”. “Benedito, el dicizei” ha conseguido un texto delicioso que me ha hecho sonreír, reír, y, permítaseme, reírme a carcajadas. Lo necesitaba.
Se dice que el humor es el territorio de la repetición por excelencia. El gran humor no procede por destilación, sino por acumulación.  Y esto es lo que se manifiesta en todo su esplendor en el escrito de “Benedito”. Son “gags” que se van encadenando unos a otros –acumulando– hasta conseguir una pieza, un todo, en la que el humor se revela como el único sentido del texto. Como el único protagonista. En realidad es el “tema” del escrito. Una vez acabada su lectura, difícilmente nos acordaremos de algún “gag” en particular, pero, eso sí, indudablemente permanecerá en nuestra memoria esa atmósfera mágica que deja un texto que nos ha hechizado, sacándonos, por algún momento, de la difícil y amarga realidad en la que se desenvuelven nuestras ¿miserables? vidas, y trasladándonos  a ese otro mundo en donde el humor es lo único que realmente tiene sentido, lo único que acaso dé sentido a nuestras desdichadas vidas en la hora presente. Si el libro de la naturaleza está escrito en lenguaje matemático, decía Galileo, el famoso vacío cósmico –escribe Vila-Matas– no es tan inmenso si descubrimos que  tiene en el humor un inquilino perpetuo. Y añade que “en ciertas ocasiones, el humor se revela pavorosamente como el único sentido de la ciencia”. Lo dicho, lo mejor del ‘Anuario’.