El día de ayer todos los medios de comunicación dieron cuenta de la más terrible y temida noticia: el cuerpo sin vida de Olivia aparecía escapando de la sima más profunda del océano.
Las siguientes horas permanecimos impávidos y en silencio ante la radio, televisión y el reguero de todas las redes sociales. El país se sumió en un silencio viscoso, en un dolor que hiela el alma apagando la palabra incapaz de expresar emociones y sentimientos.
Pensé en Beatriz, en sus hijas, en su constantes denuncias, en su lucha diaria para que la la sociedad no olvidara un instante que Olivia y Anna habían sido secuestradas por el padre.
A la desesperada preparó la estrategia de mostrar las imágenes de sus niñas, divulgar sus rostros, sus voces; era esencial ocupar la primera plana de los noticieros.
Beatriz jamás pensaría en el destino anunciado por el padre: Jamás volverás a ver a tus hijas.
Y así, todos fuimos buscando a las niñas . En todo momento la sociedad española aparcó las diferencias, la pandemia, los indultos, el Covid, las vacunas, la economía. Todo pasó a un segundo plano.
Ayer nos resistimos a comprender la realidad, una realidad que nos dejaría sin aliento, sin entender por qué una persona puede llegar a convertirse en el monstruo más espantoso que podamos imaginar.
En los institutos, en la calle, en los bares, en el autobús, en el mercado, nos mantuvimos unidos, abrazándonos simbólicamente para defendernos del parricida. Anna y Olivia también eran nuestras hijas.
La historia reciente ha sido testigo de los más espantosos crímenes contra la humanidad: genocidios, Campos de concentración, bomba atómica, torturas, guerras, trata de personas para ser vendidas como esclavos, terrorismo.
Yo, como profesor de Valores Éticos intento debatir en la escuela la esencia de un mundo en la agonía. Dialogamos sobre el compromiso de cada uno para poder salvar y salvarnos de este rumbo a la deriva.
Es curioso que nadie preguntara hoy por la pena de muerte, por el sentimiento de venganza, por el machismo o la violencia de género. Hoy eran las emociones colectivas las que nos mantenían a flote. Eso es lo único que nos devuelve la humanidad cuando alguien nos la arrebata.
Los monstruos nos acechan, viven con nosotros, se visten de personas. No queda otra que actuar como sociedad para no caer en sus garras.
Beatriz somos cada uno de los que estamos leyendo estas letras.
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