Opinión

Don Álvaro de Bazán, militar avanzado y estandarte del Imperio Español

España, siempre ha sido cuna de valerosos y denodados marineros al servicio de la Patria y la Corona; lobos de mar que fraguaron un Imperio colosal y la hegemonía sobre los océanos impertérritos.
Pero, desafortunadamente, tanto la génesis, como la semblanza y el devenir de nuestros más gloriosos marinos son para una amplísima mayoría de españoles, nada o apenas conocidos. Ciertamente, si le otorgásemos la trascendencia que adquirieron en el frontispicio de la Historia Universal, de suponer, que quedaríamos fascinados.
El encaje anónimo, excelso y pródigo para salvaguardar los intereses de la nación, es la evidencia muda que argumenta más allá de cualquier cuestionamiento, como los hombres de bien, destacaron en tierras lejanas e, inexcusablemente, habría de ser la Armada, quién más tarde enarbolara la Bandera de España, ‘Señora de los Mares’ bajo la protección de la Virgen del Rosario, ‘la Gaelona’ y, posteriormente, la que todos conocemos como la ‘Virgen del Carmen’.
He aquí, a uno de ellos, y a cuyo nombre y apellidos, como no podía ser de otra manera, era de linaje guerrero y emblema del Imperio Español, alcanzando su esplendor en el siglo XVI (1501-1600), llamado el ‘Siglo de las Colonias’. Imbatido a lo largo de su vida, únicamente superado por la muerte natural, se erigió en el sostén de las vías de comunicación y en el Señor de las aguas ignotas durante buena parte de su trayectoria, siendo el fracaso de las potencias marítimas de la época como Francia, Inglaterra o Portugal y el Imperio Otomano.
Obviamente, me refiero a don Álvaro de Bazán y Guzmán (1526-1588), quién no solo aglutinó sobre su persona el ingenio del atrevimiento, valentía y resolución, sino que mismamente, aglutinó la forma magistral de un estratega extraordinario. Perfilando las naves de guerra y los galeones que supeditarían por centurias las inmensidades marinas, y la gloria y fama que en medio mundo nos otorgó.
Estos buques bien equipados, tenían el inconveniente de su excesivo volumen y limitada maniobrabilidad, pero gozaban de una potencia de fuego grandiosa, que favorecía la irrupción cara a cara frente al enemigo. Conjuntamente, su amplitud de embarque permitía el transporte de numerosos infantes de marina pertenecientes a los Tercios, el arma más mortífera del ejército español.
Pero, sin lugar a dudas, esta figura ilustre, gloriosa y consagrada como se irá fundamentando paso a paso en este pasaje, le debemos el establecimiento de la legendaria Infantería de Marina, la más antigua del planeta y especialista en operaciones anfibias.
Con estos matices preliminares, que ya son muchos, lo retratado en estas líneas, es la viva descripción de un héroe y orgullo de España, que se convirtió en I Marqués de Santa Cruz; Señor de las Villas del Viso y Valdepeñas; Comendador Mayor de León y de Villamayor, Alhambra y La Solana en la Orden de Santiago; miembro del Consejo de Su Majestad Don Felipe II de España; Capitán General del Mar Océano y de la gente de guerra del reino de Portugal, con semejante capacidad para doblegar a sus contendientes, habitualmente en inferioridad numérica notoria y al que la muerte le sorprendió en Lisboa, empeñado en la gestación de la ‘Grande y Felicísima Armada’, o lo que es lo mismo, la ‘Armada Invencible’.
Antes de ceñirme en los precedentes de la plasmación de Bazán, es preciso hacer una ubicación sucinta de España y Europa del siglo referido, en la que para bien o para mal, se desencadenaron diversos acontecimientos.
Generalmente, estaríamos refiriéndonos a una etapa de prosperidad económica para el Viejo Continente. España, se erigió en el principal actor que dominaba y congregó sin precedentes, una fuerza inmensa, con posesiones repartidas por la amplia geografía y dando por concluida la primera vuelta al mundo.
Evidentemente, la economía se globalizó, auspiciándose un antiguo capitalismo.
Asimismo, los reinados de los Reyes Católicos, Fernando II de Aragón (1452-1516) e Isabel I de Castilla (1541-1504) y de los dos primeros Austrias, Carlos I (1500-1558) y Felipe II (1527-1598), tuvieron gran repercusión en los hechos que estarían por llegar. Con ellos, el estado entró en una coyuntura de unificación y expansión territorial.
En otras palabras: se eclipsó el período medieval y con ello irrumpía la Edad Moderna. Consumándose la ocupación de los espacios musulmanes y, como no, se descubrió el Nuevo Mundo y la colonización de las Américas.
Del mismo modo, se establecieron otras relaciones entre los monarcas y nobles, que conllevó a una Monarquía autoritaria en la que los reyes intermediaban en las cuestiones económicas. Igualmente, se condicionaron las prerrogativas de la Iglesia. Es así, como la Monarquía se robusteció, paulatinamente concentrando la autoridad.
En esta breve radiografía que enmarca el panorama nacional e internacional del momento, si de por sí, este granadino llegó al mundo en tierra firme, portaba en sus genes la brisa de aquellos hombres experimentados y resueltos: su abuelo, contribuyó en la conquista de Granada junto a los soberanos de la Corona de Castilla y de la Corona de Aragón, y su padre en la ocupación de Túnez con Carlos V (1500-1558). Con lo cual, sus predecesores destilaban la heroicidad de las tropas españolas.
Y, es que, estaba emplazado a ser el más acreditado de una conocida estirpe de capitanes al servicio de España, estrenada por su patriarca Álvaro, designado ‘el Viejo’, Capitán General de las Galeras de España y su hermano, Alonso.
Inicialmente, cuando Bazán tan solo tenía dos años, Carlos V le confirió el hábito de Santiago, en atención a los servicios prestados por su familia; más adelante, fue dispuesto Caballero de Guadix. De su instrucción y apoyo se encargó don Pedro González de Simancas, distinguido en letras, ciencias y humanidades, quien lo adoctrinó en el empleo esmerado de las armas y le facilitó una educación humanística escrupulosa, lo que le hizo admirar a poetas, escritores y artistas, a los que continuamente preservó.
En la inocencia de su niñez, comenzó a relacionarse con el universo marítimo, residiendo en Granada, pero en constante proximidad con Gibraltar, base de las Galeras, de cuyo Castillo quedó nombrado Alcaide perpetuo a la edad de nueve años; si bien, estando supervisado por su padre hasta regirlo con la madurez pertinente.
Debía de ser Bazán muy promisorio, como se revela en la Cédula de Concesión, considerándose una vez más, la distinción a los méritos heredados: “acatando vuestra suficiencia y habilidad y los muchos y leales servicios que el dicho vuestro nos ha hecho, y esperamos que vos nos haréis [...]”. Lo cierto es, que el pequeño transitaba por la cubierta de la nave capitana como uno más y con el humilde cometido de grumete, para formarse en todo lo que atañe al espectro náutico.
Con dieciocho años, el 25 de julio de 1543, celebración del Apóstol Santiago, contribuyó junto a su padre en la triunfo naval contra la escuadra franca, enfrente de la ría de Muros.
Transcurrida una década de esta importante efeméride, se ocupó de su primera misión al mando de 1.200 hombres en la salvaguardia de los derroteros comerciales españoles con el Nuevo Mundo, incesantemente intimidados por ingleses y franceses, que frecuentemente desbalijaban embarcaciones cargadas de oro y otros metales valiosos. Sin inmiscuir, las incursiones de piratas y corsarios que complicaban los itinerarios de abastecimiento y protección con las plazas africanas.
Digámosle, que la Carrera de las Armas de Bazán, se hallaba firmemente fusionada a vicisitudes de especial relevancia para los intereses de España. Hombre de confianza de Felipe II y asignado Almirante de la Marina, sus campañas más notorias hay que enmarcarlas en la ya citada derrota francesa en aguas de Galicia; la recuperación del Peñón de Vélez de la Gomera; el refuerzo a la Isla de Malta y, como no, la Batalla de Lepanto.
En su corazón quedaría antes de morir, el proyecto de la Armada Invencible.
Son lapsos intermitentes en que los otomanos y berberiscos pretenden hacerse a toda costa con algunos de los puntos neurálgicos de la cuenca mediterránea, como es el caso del Peñón de Vélez de la Gomera, donde parte una expedición dirigida por Sancho de Leyva y Mendoza (1543-1601), con Bazán entre sus oficiales. El trayecto se frustró y las naves retornaron al puerto de Málaga.
Los piratas hicieron hincapié en sus acometidas y Felipe II dispuso que esta vez no se podía fracasar: fuera como fuese, había que reconquistar el Peñón de Vélez de la Gomera. Pronto, el jefe de la nueva tentativa recaería en García Álvarez de Toledo Osorio (1514-1577) y con Bazán como lugarteniente. En este ocasión la victoria se alcanzó. En vista de los sucesos, los turcos eligieron el asalto a Malta, primera puerta para la arremetida de Sicilia. Pero el Archipiélago se salvó con uñas y dientes, contando con la insustituible colaboración de las tropas españolas guiadas por Bazán.
A los cuarenta años, Bazán es propuesto Capitán General de las Galeras de Nápoles y seguidamente, el 19 de octubre de 1569, Felipe II le confiere el título de Marqués de Santa Cruz.
La situación en el Mare Nostrum, nombre dado al Mar Mediterráneo por los romanos en su época regia, era insostenible y entre los hispanos, algunos insinuaban que los turcos estaban decididos a asediar España. Irremisiblemente, había que tomar una decisión que no se prolongase en el tiempo.
Y la determinación terminaría llamándose Lepanto para combatir en 1571, donde se produjo una coalición militar integrada por la Monarquía Hispánica, los Estados Pontificios, la República de Venecia, la Orden de Malta, la República de Génova, el Gran Ducado de Toscana y el Ducado de Saboya, junto a los Caballeros de San Lázaro y la Orden Militar de San Esteban. La armada congregada por la denominada ‘Liga Santa’ o ‘Santa Liga’, se compuso por más de doscientas galeras. Treinta de ellas, gobernadas por Bazán.
Cabe recordar, que por entonces, las superficies del Imperio otomano comprendían Turquía, Arabia y Oriente Próximo y una significativa extensión del Norte de África y los Balcanes.
En la Batalla de Lepanto, la intervención de Bazán hay que catalogarla de crucial e incuestionable. Teniendo la encomienda de la retaguardia, sus flotas resolvieron muchas de las equivocaciones perpetradas entre los nuestros. Es sabido que no era el principal almirante de la armada, pero el aporte esencial de la estrategia, derivó de sus amplios conocimientos.
Por activa y por pasiva, sus consignas y advertencias se interpretaron brillantemente, que unido a su coraje, como era de costumbre, obtuvieron los mejores réditos en aguas que se tiñeron de sangre: transcurría el 7 de octubre del año 1571, en el Golfo de Lepanto, entre el Peloponeso y Epiro, en la Grecia continental, una fecha que quedó labrada de oro en la Historia de España, con la que se reprimió el expansionismo otomano en el Mediterráneo Oriental y originó que los corsarios aliados de los otomanos, desistieran en su avance hacia el Mediterráneo Occidental.
Era irrebatible la supremacía cristiana en la órbita del Mare Nostrum.
En 1580 moriría Enrique I de Portugal (1512-1580) y con ello, Felipe II estimó oportuno que era el momento cumbre de alcanzar el sitial lusitano, ya que era hijo de Isabel de Portugal (1503-1539) y pariente de Manuel I (1469-1521).
En estas circunstancias nada satisfactorias, no quedaría más remedio que echar mano de los arcabuces y las alabardas: Antonio de Portugal, prior de Grato (1531-1595), apodado ‘el Determinado’, creía estar convencido de ser el único heredero; como además, las reinas Catalina de Médicis (1519-1589), regente de Enrique III de Francia; e Isabel I de Inglaterra (1533-1603).
Mientras, Fernando Álvarez de Toledo y Pimentel (1507-1582), el ‘Gran Duque de Alba’ y el ‘Grande’, discurría en Lisboa y Bazán conduciendo la Armada, bajaba el curso del río Tajo hasta la capital lusa, donde en 1581 Felipe II accedía triunfal.
Entretanto, la Isla Terceira, perteneciente al Archipiélago de las Azores y zona pequeña, pero de gran influencia estratégica, se amotinó. Entre algunas de las razones, porque las naves de la flota hispana desfilaban demasiado colindantes a la hora de realizar la ruta de las Indias, y aquel territorio no asimilaba que estuviese a merced de los enemigos.
En esta tesitura, tanto británicos como francos acabaron respaldando a los sublevados. Inmediatamente, Felipe II ordenaría a Pedro de Valdés y Menéndez de Lavandera (1544-1615) su presencia, que estrepitosamente quedaría abortada en su intento por ocupar la Isla. Después, mediaría Bazán, que se toparía con la todopoderosa escuadra francesa encabezada por Felipe Pedro Strozzi (1541-1582).
El estrago naval de Terceira se desencadenó el 26 de julio de 1582, entre una armada española de 25 embarcaciones y otra marina gala conformada con 64. La diferencia numérica era considerable, pero concluyó con un abrumador e irrevocable éxito para los españoles con Bazán al frente. Por sí misma, se erigió en la primera batalla naval librada en mar abierto y en la que contribuyeron galeones de guerra.
Los resultados de esta lucha encarnizada no pudieron ser más evidentes: en el lado hispano se contabilizaron 224 decesos y 533 heridos; los franceses se dejaron en las aguas más de 1.000 muertes.
Sin embargo, Bazán no desembarcó en Terceira, al sopesar que no disponía de unidades suficientes. Una vez más, Felipe II tantearía llevar a término la paz con el gobernante de la Isla, quedando en aguas de borrajas.
En los prolegómenos de un nuevo acometimiento, Francia e Inglaterra pusieron en escena otra escuadra formidable para desarmar a los españoles.
Según revelan las fuentes documentales consultadas, llegado el instante de la invasión en la cala de ‘Las Molas’, los primeros en tocar tierra fueron el capitán Luis de Guevara y el Soldado Rodrigo de Cervantes, hermano de Miguel de Cervantes Saavedra y el alférez Francisco de la Rúa. Escasos minutos mediaron para que acudiera Bazán, con la premisa de apoderarse del fuerte de San Sebastián.
Pero Felipe II, sabía que el adversario indiscutible estaba situado más al Norte y ese era Inglaterra, tomando más fuerza la teoría de penetrar hasta someter la Isla. En esta coyuntura, Bazán planteó su ofrecimiento para tomarla y, definitivamente, el 26 de enero de 1586 el rey dictaminó al ilustrísimo marino organizar una armada para su abordaje.

Conforme se entrelazaron coyunturas ajenas a la voluntad de Bazán, la iniciativa se pospuso en demasía con la incomodidad añadida de Su Majestad Felipe II. Eventualidad que persistiría hasta el 4 de febrero de 1588, intervalo crítico en la vida del protagonista de este relato, al recibir la triste noticia de su cese en la cama con la muerte acechándole. Finalmente, el día 9 de febrero de 1588, entregó su alma y espiró en la gloria de Dios y admiración de España.
Bazán declaró testamento en la cercanía de su tránsito al Padre, ante Martín de Aranda, Auditor General de la Armada. Sus restos mortales embalsamados se sepultaron en la Iglesia de Santa María del Viso, a la espera de la ejecución de las obras del Convento de San Francisco, fundado por él mismo. Dicha exhumación no se realizó hasta el año 1643.
Abandonado este recinto al ser expropiado, el 22 de julio de 1836 se repusieron sus restos a la Iglesia y, en 1863, se rehízo su sepultura. Ya, en 1988, se reubicaron en la Capilla del inmediato palacio del Marqués de Santa Cruz, en el municipio de Viso del Marqués, Ciudad Real, que alberga el Archivo Histórico de la Armada.
El Memorial de los servicios de la Casa de los Marqueses de San Cruz redactado por su nieta, Eugenia de Bazán, recapituló sus servicios con estas palabras respetando su literalidad: “Rindió ocho islas, dos ciudades, veinte y cinco villas y treinta y seis castillos fuertes: venció ocho capitanes generales, dos maestres de campo generales, soldados y marineros de Francia 4.753, ingleses 780, portugueses rebeldes de las islas y de la armada del río de Lisboa, y tres galeones que estaban en Setúbal, 6.460 esclavos que hizo en la isla Tercera y la del Fayal 2.500, turcos que cautivó 1.605, moros 2.138, dio libertad a 1.574 cristianos que estaban cautivos, rindió cuarenta y cuatro galeras Reales, veinte y una galeotas, veinte y siete bergantines, noventa y nueve navíos de alto bordo y galeones, una galeaza; y ganó en todas las ocasiones 1.814 piezas de artillería”.
He aquí la evocación de un célebre como don Álvaro de Bazán y Guzmán, que apuntaló la idiosincrasia y magnificencia de todo un país como España, y de quién se refirió con todos los honores “que peleó como caballero, escribió como docto, vivió como héroe y murió como santo [...]”.

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