Hay frases, de las llamadas históricas, que deberíamos interiorizar en lo más profundo de nuestro “consciente colectivo”. Son, casi por casualidad, verdaderas sentencias que marcan un radical cambio de rumbo en el devenir de varias generaciones.
Transcurría el mes de junio de 1940 cuando un joven general francés, desde Londres, y a la cabeza de lo que quedaba del ejército, proclamaba a través de las ondas de la BBC que “se había perdido una batalla, pero no la guerra”. Nadie, o casi nadie, creyó en él. Apenas si se le escuchó, al margen de muchos oídos españoles que sí se enrolaron en la resistencia contra los nazis. Aquello, se dijo, era una causa perdida o poco más que una arenga radiofónica. Pero De Gaulle continuó con lo que él entendía era lo correcto sin hacer caso a quienes, intencionadamente o no, lo daban todo por perdido.
Cuatro años más tarde, el mismo Charles De Gaulle, al frente -dicho sea de paso- de unas tropas plagadas de antifranquistas españoles, caminaba por los liberados Campos Elíseos… Había ganado la guerra.
En los inciertos y duros tiempos que corren, quizás vaya siendo necesario adoptar una nueva perspectiva de los acontecimientos, una mirada que nos procure un enfoque mucho más global, más definitivo.
Entiendo que, ahora y con sólo palpar la actualidad, podría parecer, como en junio de 1940, que todo está decidido, que nada es posible y que lo irremediable es absoluto, sin posibilidad de retorno. La espiral de crisis que estamos padeciendo, perfecto disfraz para el brutal ataque a los retrocesos sociales, está demostrando ser la excusa perfecta para que los chicos de los recados tomen, contra nosotros, una medida tras otra. Sobrepago en Sanidad, recortes sociales, precariedad en el empleo o falta de medios en Educación son algunas de las batallas que, día a día, vamos perdiendo sin que nadie -mineros al margen- se decida a decir o a hacer algo.
Emborrachados de triple corona y de honor patrio, da la impresión de que el 4-0 ante los transalpinos haya ejercido de potente cloroformo que nos tiene sumidos en un letargo del que sólo saldremos, si acaso, con la subida del IVA y otros “sacrificios necesarios”, que según el ministro Martín Margallo ascenderían a unos 30.000 millones de euros… los de esta vez, claro. Curiosa y perversa manera ésta de ir soltando noticias “tóxicas” para que todos las vayamos interiorizando, haciendo del fatalismo una forma de vida.
Sí, parece que hayamos entregado armas y bagajes a quienes aseguran gobernar en nuestro nombre y defender nuestros intereses… si se me permite la pizca de humor negro, claro. Esta rendición se está llevando a cabo con una suerte de resignación sin retorno, como si el futuro fuese un tiempo imposible de conjugar, como si los neo-con tipo Merkel y quienes la sostienen (la canciller alemana no deja de ser otra chavalina de los “mandaos”) tuvieran el poder de detener el calendario, como si de pronto hubiesen adquirido la capacidad de apoderarse de la historia, como si fuésemos meros extras de una superproducción de Hollywood.
Insisto, cierto es que estamos perdiendo batallas, a cual más sangrante o más dolorosa, y no menos cierto es que a cada retirada que llevamos a cabo, más potente se hace el enemigo y más invulnerable se cree.
Sin embargo, y curiosamente, la austeridad luterana y los recortes salvajes están llevando hacia el abismo a los precursores de tanta furia neoliberal, tanto que la Economía alemana se está viendo seriamente afectada. ¿Por qué? Respuesta simple a una ecuación aparentemente irresoluble: si los consumidores de los demás países no tienen para comprar lo mínimo, menos aún tendrán para comprar productos alemanes, generalmente tan caros como de buena calidad. A menos venta, menos dinero. Más que fácil, elemental y nada nuevo, por otra parte… aunque ahora, las ideas se han transformado en balances con cifras en rojo. Evidentemente, surge de inmediato otra pregunta: si esto es así, ¿por qué insisten entonces en esa línea autodestructiva?
La respuesta ni es tan sofisticada, ni es nueva Al Sur del Edén: a quienes manipulan los hilos de las grandes finanzas les importan tanto los ciudadanos alemanes como los griegos o españoles; lo que realmente buscan es acabar con todos derechos sociales y sumergirnos en un medievo de derechos y libertades en el que reclamar lo justo será pura subversión. Además, y por si fuera poco, no están faltando ni chicos de los recados ni voceros que avalen estas tesis claramente fascistoides… Los pesebres es lo que tienen, que admiten a mucha gente a la hora de repartir pienso de engorde.
Por ello, éste es el justo momento para replantearse una redistribución de las piezas en el tablero de ajedrez y pensar que, por muchas batallas que nos ganen, la guerra se encuentra muy lejos de estar perdida; tan sólo se trata de pensar que nosotros, los que estamos a este lado de la trinchera, no tenemos ningún miedo a transformar este caos artificial llamado crisis en una sociedad basada en otros principios.
Si “ellos” han logrado provocar esta catástrofe económica y social a base de codicia y corrupción para pisotearnos mejor, digámosles que aquí estamos, que aceptamos el reto y que frente a su desorden vamos a anteponer nuestro orden en clave de libertad, y que frente a sus políticos serviles y a sus números, nosotros tenemos un modelo nuevo que ofrecer.
Otra forma de Sociedad es posible, de eso no me cabe la más mínima duda, como tampoco me plantea conflicto alguno pensar que somos capaces de gestionarla fuera de los moldes partidistas y/o autoritarios al uso.
¿Razones? Hay muchas, pero tengo una de un irrefutable peso específico: somos más los que queremos que cambien las cosas. ¿Le parece poco?
Mi mañica preferida es tajante al respecto “cuando el ser humano se ha propuesto en serio algo, lo ha logrado… sólo hace falta mirar los manuales de Historia”.
En un Sur del Edén que parece esconder sus frustraciones a base de partidos de la Roja, hemos perdido decididamente la perspectiva de la que hizo gala el General De Gaulle.
El que fuera posteriormente Presidente de la Vª República, proclamó el día de la Liberación de la capital francesa, desde el balcón del ayuntamiento, unas palabras cargadas de fuerza: “¡París! ¡París ultrajado! ¡París masacrado! ¡París martirizado! Pero París liberado”. Vayamos tomando nota, si acaso.
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