Ceuta atraviesa una de las fases comerciales más esperadas. Las ventas de Navidad y Reyes suponen el salvavidas al que los pequeños comercios se aferran para superar la temporada.
Sin embargo, a pesar de lo evidente, seguimos topando con los mismos problemas. Incapaces de resolverlos, nos vemos atrapados en un callejón sin salida, luchando batallas perdidas de antemano, soñando con alcanzar niveles que ya se perdieron.
Una ciudad no puede confiar su éxito comercial a sus dos puertas: frontera y puerto. La primera, porque supone dejar en manos de otro país una fluidez que cada vez se ahoga con mayor frecuencia. La pesadilla de las colas, la nefasta arquitectura de un Tarajal símbolo de la dejación continuada de gobiernos de todos los colores, la variabilidad de un Marruecos capaz de lanzarnos una seria amenaza si a su Rey se le tose (por ejemplo) conforman un cóctel molotov imposible de frenar. El cliente marroquí, esperado, representa hoy por hoy una clave para ese comercio local. El hasta hace poco despreciado es ahora recibido con alfombra roja, pero debe pasar un filtro cada vez más constipado, más enfermizo, más tercermundista. Llegará el día, y no está muy lejos, que el Tarajal nos dé un disgusto.
El puerto. O mejor dicho, el negocio de unas navieras capaces de cargarse ofertas de la noche a la mañana, dispuestas a presionar a las administraciones, dueñas y señoras de buena parte del peso de nuestros destinos. ¿A qué cliente esperamos por esa puerta?, ¿al que quiera someterse a un atraco a mano armada si se asoma a esta ventana para desembarcar con familia y coche?... Imposible.
Ceuta, su comercio, el futuro en parte de esta ciudad, queda cada vez más oprimido, sin menos espacio para respirar, dejando en un imposible la expansión y rezando porque el mantenimiento de la propia empresa sea un hecho. El pastel ya no es el que era, las guerras sucias están a la orden del día, las formas de buscar calma son inexistentes.
Podemos seguir dando las mismas vueltas, que terminaremos en el lugar de siempre, en un escenario en el que sobreviven los fuertes o los afortunados, en un escenario en el que cada vez resulta más complicado mantener puestos de trabajo, en unas empresas privadas que tienen que formalizar despidos o echar el cierre mientras nuestro presidente valora el que no se haya destruido empleo... público. Claro, será que don Juan se queda contento con la olla intocable del Ayuntamiento. Y el resto qué somos, ¿bichos raros?
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