Opinión

El bastardo de Ceuta (II)

  • Una comedia de frontera

Expuse en anterior comentario que en la comedia barroca española, cuando sus argumentos estaban relacionados con moros y cristianos, los esquemas dramáticos, por lo general, eran los mismos y servían para contrastar los caracteres de los personajes, construyéndolos en función de los siguientes temas: amor/desamor, honor/honra; heroísmo/cobardía; por supuesto, la religión y hasta el humor. Era como una plantilla a usar, indistintamente, fuesen de la escuela de Lope de Vega o de Calderón. Es decir, servía para todos.

Sobre Juan de Grajales, autor de 'El bastardo de Ceuta', ya escribí en aquel I Congreso Internacional del Estrecho. A esa comunicación, después recogida en actas, me remito por si alguien precisara ampliar información. También al articulito de José Fradejas, maestro y amigo, que siempre me animó para que hiciera una edición del texto, aunque fuese de factura modesta, con fines divulgativos y sin vericuetos filológicos. Lo que me avergüenza es que el proyecto todavía duerme en el cajón de las cosas por hacer (la rémora de los Abad, como suele definir Gómez Barceló nuestra flojera), aunque confío en poder dejarla en imprenta antes de partir hacia Cuenca, la manera que emplea mi familia como eufemismo para obviar lo de Cementerio de Santa Catalina, por muy marino que sea (como el de Valéry), y que hoy linda con la colina del adiós – un Versalles artificial, firma y rúbrica de una pésima política de medio ambiente; colina surgida de acumular las inmundicias de los caballas, donde ni los jaramagos germinan.

Bueno, dejemos este preliminar con particular función de loa, y esforcémonos en resumir el alambicado argumento de esta comedia que suele fecharse, no más allá de 1615, con 1.500 versos, de un tal Grajales, del que poco, por no decir apenas, se sabe. Mesoreno Romanos, en el siglo XIX lo editó, evaluando al 'Bastardo de Ceuta' como la mejor de las que escribiera y que, en su totalidad, no rebasan la docena. Por lo general, la calificación que merece nuestra comedia es de discreta.

Elena, dama ceutí , viuda y casada de nuevo con el capitán Meléndez, años atrás fue violada por el Alférez Gómez de Melo, también integrante de la guarnición portuguesa de la plaza. La treta fue hacerse pasar por el marido, íntimo amigo, en unas circunstancias favorables al equívoco (“sucedió que estaba a oscuras”, le confiesa Elena a su hija Petronila). De aquel engaño nació Rodrigo que, cuando se inicia la obra, ya es un galán, existiendo entre el y el Alférez (padre e hijo, sin que lo sepan) algo más que un recíproco afecto que solo el público conoce y justifica por lo de la “fuerza de la sangre”. Desde entonces, las pesadillas acosan a Elena que vive atormentada, viendo en sueños que el marido al conocer la verdad, la asesina. Mucho más tarde, cuando sepa la verdad (estamos al final de la comedia) la condenará a pasar lo que queda de vida en un convento.

Más una escaramuza llevada a cabo en tierras de moros por el Capitán Meléndez, el Alférez y Rodrigo, mostrarán a estos últimos como seres cobardes que huyen antes de auxiliar al Capitán, cercado por los tetuaníes y que la oportuna intervención de un joven y valiente musulmán lo libera de una mortal cuchillada. El insólito comportamiento para con el jefe cristiano asombra al enemigo. Las razones las conoceremos mediante la narración de otra historia, semejante a la de la ceutí.

Se trata de la mora Fátima. También en el pasado fue raptada por un militar portugués, en unas huertas entre Tetuán y Ceuta, engañándola con su amor y abandonándola después. Es el tema de la mora cautiva del Romancero (morisco) que Grajales lo hace parte integral de su drama. De igual modo que el Capitán, marido de Elena, el de Fátima, alcalde tetuaní, Muley Hamete, desconoce la auténtica paternidad de Celín, que se así se llama el que nació de aquella aventura. Celín no es otro que el valiente defensor de Meléndez, en la emboscada. Es, pues, el bastardo que da título a la obra. Son historias que hubiesen resultado muy atractivas para folletines y melodramas románticos, pero que en Grajales llevan la finalidad de crear nudos conflictivos, tan del gusto, igualmente, del público que acudía a los corrales de comedia.

Tratándose de un drama, como otros de la época, no ajenos a hechos históricos, que estaban en la memoria por muchas razones (la adhesión de Ceuta a la Corona española) y respetando las recomendaciones del maestro Lope en su poética, será el acto o jornada segunda, cuando Juan de Grajales adelante a primer plano la materia épica, que hasta ahora ha sido un mero referente; las empresas, no muy populares, del portugués Don Sebastián, en un momento de efervescente fanatismo islámico.

Gobernaba la plaza de Ceuta el marqués de Villarreal. En escena lo veremos conversar con Celín, integrante de una embajada de Aben Sultán, solicitando una tregua, a la que el gobernador portugués se niega, pues quiere aprovecharse de las luchas internas dentro de la morería. La figura de Don Sebastián la sentirá muy de cerca el público que estuviera oyendo estos versos, cuando en un diálogo entre el Capitán Meléndez y Celín (padre e hijo), el primero enfatiza las hazañas del monarca lusitano, respondiéndole el joven con posibles agüeros que más tarde (y el público lo conoce), se cumplirán con la derrota y muerte del rey en la batalla de Alcazarquivir. El tapiz bélico ha quedado desplegado. La historia ya está contada, sin haberse hecho realidad. El drama se encamina hasta el desastre y el desenredo obliga a solucionar las tensiones que rodean a estos dos bastardos: Rodrigo y Celín. Este se enamora de Petronila, hija del primer matrimonio de Elena y, curiosamente, en un pequeño relicario con el retrato de Jesús que le ha visto a su amada, cree haber hallado a un competidor, pues lo supone uno de sus enamorados. El amor de Rodrigo poco interesa, pues ni aparece en el escenario. Más importante serán las incitaciones de Fatima y de la misma Elena a que sus hijos maten a los respectivos violadores. Pero no podrán hacerlo por esa “fuerza de la sangre” que impera en ambos y porque el obligado final feliz evita convertirlos en asesinos.

Concluimos: Juan de Grajales nos ha llevado a conocer los conflictos de dos familias, donde se entrecruzan problemas que afectan al comportamiento hhumano. El poeta los ha envuelto en episodios guerreros entre portugueses y musulmanes, coincidiendo con aquel proyecto imperialista que iniciara Juan I, desembarcando en Ceuta. Y se frusta, con la muerte de otro monarca luso, Don Sebastián, en la famosa batalla de Alcazarquivir. De todo esto se habla en el drama mediante coloquios y diálogos, pero que no logran darnos una clara descripción del ambiente, en aquella Ceuta portuguesa y sus episodios de frontera. Cierto que Grajales teatraliza incursiones de un campo al otro, casi siempre de ceutíes en tierras morunas, pero no terminan de convencernos, quizás porque les falten autenticidad y desconocimiento histórico. De ahí que no se acerquen, al menos, a lo que hubieron de soportar los verdaderos combatientes. Pareciera como si Grajales evitase hablar de la guerra, aunque no le cueste hacerlo, de las secuelas que produce. Una de ellas, el deshonor de dos mujeres, la pérdida de sus honras, a través de las mentiras y de las falsas promesas. En ambas damas, pues lo son por su ‘status’, en sus respectivos dominios, los mantienen en silencio, lo que les lleva a conjugar sus dramas íntimos con una insaciable sed de venganza. El mundo se les queda reducido a un mundo de sospechas y a caminar por callejones sin salida.

Y una última consideración. Grajales tampoco permanece indiferente ante el compromiso ético de sus personajes, resolviendo que sea el moro Celín, el bastardo de Ceuta, el paradigma, el ejemplo de la legítima moral. Dicho con más claridad: se alaba al moro y el público lo aplaude. Se repitió en Calderón con “Amar después de la muerte” (1633).

Se apresurarán los lectores con una contrarréplica.Lo virtuoso que define a Celín, dirán, es una lógica derivación de su ascendencia cristiana, no la musulmana. Respondo de inmediato: no es Meléndez, su auténtico padre, ejemplo de caballero cruzado, pues todas sus acciones son reprobatorias. Hasta el mismo gobernador de Ceuta, el Marqués de Villarreal, es de la opinión que sólo la redención de sus faltas podrá encontrarla en el campo de batalla y con la muerte.

Pero, el final ha de ser feliz, como en toda comedia. También ‘El bastardo de Ceuta, acabará en boda. Lo obliga la justicia poética. Más esto no debe llevarnos al engaño de que Celín y Petronila fueron dichosos. Las bendiciones se las dan la literatura, que es la que ha ordenado imponer su código. Claro que si queremos mirar más allá, el mismo desenlace no anuncia esa felicidad, incluso es desconsolador, pues conociendo lo que, verdaderamente, aconteció, no la ficción de Grajales, sabemos que solo tiene de halagüeño, la apariencia. Los protagonistas de “El bastardo de Ceuta”, los que creó Grajales o los que fueron, en realidad, salvan la tormenta, pero en el puerto donde se cobijan, los presagios anuncian otras tempestades y la más horrible catástrofe portuguesa: la que transforma a un muerto, Don Sebastián, en mito. El teatro también se ocupó de él.

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