Quien le iba a decir a aquel chiquillo que se afanaba en los tablones de conglomerado de los agustinos y en el local de juegos de Las Vegas que terminaría aprendiendo el oficio del tenis de mesa.
Entregado a la práctica de este deporte como remedio a la incertidumbre de quien no conoce su destino, recibí con un espasmo de ilusión la llegada a Ceuta de un maestro chino.
Jiade Fang era un veterano de nacionalidad alemana, pero su forma de pinzar la raqueta y su técnica eran de la tradición china.
Rápidamente me presenté y me puse en actitud de aprendizaje. No había cosa que me subiera más la autoestima que hacerle una reverencia al inicio de un entreno, pues durante las siguientes dos horas iba a modificar mi lenguaje corporal y prestarme toda su experiencia, atesorada en el pasar de una vida.
Poco a poco, Jiade Fang fue fecundando mi gestualidad en el golpeo del top spin, o máximo efecto. Cada día percibía mi evolución, y me marchaba a casa con la satisfacción de haberme entregado, y en la seguridad de que pequeños detalles esconden grandes hazañas.
El orgullo del tenista de mesa radica en la belleza de este gesto técnico. La intensidad del efecto y la velocidad con que se controla la bola determinan si estás llamado a ser un jugador profesional.
Evidentemente, yo era muy mayor para este extremo, así que mi objetivo era inculcar mis conocimientos a mis jóvenes pupilos.
Una tropa destartalada, en comparación a la escuadra china, de tal manera que Jiade me llamaba la atención cuando permitía ciertas actitudes en los alevines de mi competencia.
Me venía a decir que la disciplina y el respeto al maestro han de darse por sobreentendidas, para que el hecho educativo, o transmisión de la técnica, se produzca en plenitud.
Sin un escrupuloso sentido de la obediencia, la China se convertiría en un gigante con pies de barro.
Y es así. Según mi observación al cabo de los años, en el sistema educativo español, los profesores y maestros gastan demasiada energía en mantener el orden y pedir atención. Así, el relevo de la técnica se retrae y no llega al cien por cien. Y esto puede lastrar el sistema español para el futuro.
Según me contaba Fang, en la China los padres entregan a sus hijos al maestro, se los presentan y se los confían para que los valores del deporte, como son la disciplina y el sentido del honor, permanezcan en la memoria. La reverencia, o en su defecto cualquier signo de respeto a la autoridad, son necesarios en mi opinión.
El relevo generacional cierra el círculo y perpetúa el saber acumulado por años y años de superación.
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