Dos antiguos barrios marcados por una esencia, la del mar, la de las faenas y la pesca. La de sus gentes humildes y sencillas que vivían en familia y unidad. Todo ello es el origen y el germen de la barriada de Juan XXIII, heredera de los barrios de San Antonio y la ‘playilla’. El vecindario todavía respira esa brisa marinera que escapa de los balcones de vecinos que se asoman ante cualquier inesperado movimiento en la calle. Se saludan, hablan y conversan. Intercambian los últimos acontecimientos. Ese es el ambiente de Juan XXIII, unidad y, sobre todo, familiaridad. Del barrio de San Antonio toman sus raíces la mayoría de sus vecinos. Sobre todo los que habitan en el primer bloque de viviendas que se erige al entrar al barrio desde la explanada de Juan XXIII. En él todavía se puede encontrar a algunos de esos antiguos que habitaron en ese conocido barrio de barracas del que las generaciones más jóvenes cuentan las historias que han ido pasando de padres a hijos. Todos tienen las mismas raíces, las de familias que se conocen desde hace más de un siglo. Cien años en los que han permanecido unidos y luchando para mejorar y prosperar. El programa contra el chabolismo de los años 60 puso fin a este poblado y llevó a la creación del Patronato de Juan XXXIII que albergó a las primeras familias en el Grupo Carvajal, fue el inicio del barrio que hoy se conoce.
Poco ha cambiado Juan XXIII, en cuanto a fisonomía y relación de sus habitantes. Sí que quedan en el recuerdo y la añoranza esas calles repletas de niños que cada tarde llenaban de alegría y vitalidad al barrio. De todos esos conocidos juegos infantiles se acuerdan a la perfección Rafael Ángulo y Noelia Pereira. Ellos ya nacieron en el nuevo barrio, aunque sus familias proceden de los antiguos de barracas y no barajan salir de allí. La afición por el fútbol ha sido una de las actividades más sobresalientes, recuerdan, como lo eran las reuniones en uno de los dos locales sociales, ya desaparecidos, donde los jóvenes podían disfrutar de una ‘discoteca’ adaptada a su edad, “que solía cerrar sobre las 22.00 horas. Allí lo pasábamos genial”. Se han perdido tradiciones, como las verbenas o las Cruces de Mayo, pero si hay una actividad que permanece a lo largo de los años, muchos años, “porque ya lo hacíamos en San Antonio”, apunta Dolores Artiel, son las reuniones nocturnas a las puertas de las viviendas para jugar a la lotería, “y nos pueden dar a diario las 2.00 o las 3.00 horas”. Muchos han tenido la oportunidad de trasladarse a otro barrio, quizá ‘mejor’, pero se niegan. “Lo único que pediría sería retroceder a aquellos años”, confiesa Pereira.
El carrillo de Loli, un icono del barrio que suma varias generaciones
Dicen que el carrillo de Loli es el lugar más famoso de Juan XXIII y de parada obligatoria. Podría decirse, incluso, que se presenta como el lugar de unión y reunión de sus vecinos. Situado casi a mitad de camino del primer bloque de edificios, Dolores Artiel, más conocida como Loli, mantiene este carrillo como si no hubiera pasado el tiempo. Lo heredó de su suegra y en él suma ya varias décadas. Loli tiene de todo y, ya sea por eso, por su simpatía y desparpajo o “porque sabe todo lo que pasa”, dicen algunos vecinos, acumula un tránsito diario de los que pocos carrillos de la ciudad pueden presumir. “Si necesitas algo vas a Loli y si quieres enterarte de lo último que ha pasado, también”. Ellos, sus vecinos, entran y salen del carrillo, le piden, conversan y, sobre todo, se profesan un enorme respeto y cariño.
Noelia Pereira, la primera niña que jugó en un club de fútbol en Ceuta
A aquellos jóvenes de Juan XXIII solo se les llena la boca de agradecimiento cuando recuerdan a Juan Pereira,-antiguo presidente- y Antonio Muñoz, vecino este último que dirigía el equipo de fútbol del barrio. Aunque si hay alguien que los recuerda con especial cariño es Noelia Pereira quien, gracias a ellos, se convirtió en la primera niña en jugar en un equipo de fútbol de Ceuta, ‘El Ceutí’. “Fui, además, la máxima goleadora de Juan XXIII, respecto a los niños varones, y a partir de mí más niñas se animaron”.
Las volaeras: el último resquicio de esa herencia de la mar
Frente al barrio, justo al otro lado de la Nacional, se encuentra la explanada que lleva su mismo nombre, y que desde mediados del mes de abril acoge el último resquicio de esa herencia marinera que envuelve a Juan XXIII. Las volaeras, estos secadores de bonito, volaores y aguja, principalmente, son una tradición en peligro de extinción. “Antes suponía una ayuda económica para afrontar los meses de invierno cuando no se podía faenar”, señala Rafael Pérez, más conocido como Fai, tal y como reza el cartel de su volaera. Lleva 24 años y es el más veterano. Ya jubilado, como el resto de los artesanos que frecuentan los seis secaderos que quedan en la explanada, continúa con la venta del salado “porque me gusta y por sacar una ayudita”. Ver el pescado secado al sol, movido por los vientos de poniente y levante, es un espectáculo del que presumen muy pocas localidades españolas, al menos con la tradición de la que lo hacen en Ceuta y en el Campo de Gibraltar. Una tradición que ha pasado de padres a hijos: la pesca del volaor, el posterior proceso de secado, el mantenimiento en sal durante ocho o diez horas, el lavado y el secado al sol para su posterior venta. “Es algo natural y auténtico, una verdadera delicia”, afirma Fai. “Ya quedamos pocos pero volaores y bonitos hay muchos en el mar“, sonríe un pescador que se asoma a los puestos para saludar a unos compañeros que han dejado el mar por la tierra, pero que en su sangre siguen llevando su olor a pescado. Aunque ahora sea en secaderos.
La playa de Juan XXIII, una historia escondida a través los nombres y leyendas de sus rocas
La playa de Juan XXIII es, para sus vecinos, una parte más de su barrio. La sienten como suya porque en ella ha trascurrido parte de esa vida de barriada, entre familiares y vecinos. Entre juegos, comidas, chapuzones y pesca. “No es solo una playa, alberga historia”, subraya Rafael Ángulo. Historia que hay que escuchar a través de sus rocas, esas a las que cada generación se ha encargado de nombrar y de atribuir una leyenda. “La mayoría las desconocemos, pero hay algunas muy famosas como la del ‘Pineo”. ‘El Pineo’ es, sin duda, para los habitantes de los barrios anexos a esta bahía sur, la más famosa. La gente, cuando ve la piedra , suele decir que tiene la figura de un toro sentado, otros que parece un león tumbado. Pero solo los habitantes del mar saben que es Tritón, su rey, que espera paciente el regreso de su amada, la bellísima Yasmina. Otra leyenda menos agradable es la del ‘Pico de la Muerte’, “dicen que un legionario se tiró desde ahí y se mató”. Del resto poco se conoce, aunque sí sus nombres, como la ‘boca del León’, ‘la pirámide’, ‘la tortuga’ o la ‘isla’.
“La Virgen del Carmen se vive muy intensamente, hay muchos devotos”
Si hay una festividad que se vive “con el corazón y el alma” y que cada 16 de julio desata una auténtica fiesta de devoción en el barrio, esa es la Virgen del Carmen. “Aquí se vive muy intensamente, hay muchos devotos”, dice Noelia Pereira quien, precisamente, viste la camiseta que hizo la cofradía el pasado año y con la que se adentró junto a la imagen en el agua. Esa Virgen del Carmen que parte desde la Almadraba atraviesa Juan XXIII donde todo el vecindario la está esperando. “Los vecinos salen a la puerta de sus viviendas y le cantan, es muy bonito”.