Su presente rezuma la historia de su pasado. Del origen y evolución de Ceuta. Es su corazón, el que le inyecta vida que se expande por el resto de la ciudad. Así es ahora y así ha sido siempre. Sin embargo, el centro no ha sido inmune al paso de tiempo. Un regreso a cámara rápida hacia atrás lo tiñe de blanco y negro, hace desaparecer las elevadas y modernas construcciones e, incluso, el trazado de algunas de sus calles, ahora amplias y luminosas.
Esta barriada, si acaso la más extensa de la Ceuta, se extiende desde el Puente del Cristo hasta Maestranza y aglutina a unos 15.000 habitantes. Unos cuantos de miles más de los que residían hacia la mitad del siglo pasado, cuando el centro era un barrio, “con toda su esencia”, apostilla Blanca Vallejo, presidenta de la asociación de vecinos. Pese a las críticas de los vecinos del Campo Exterior conocer ese centro del siglo XX es sumergirse en su aspecto más castizo, compuesto por casitas de planta baja,- cuyo último resquicio se puede comprobar a día de hoy en la esquina de la calle González de la Vega, junto a ‘Ultramarinos Fidel-, patios vecinales que se convertían en el centro de vida y reunión, y un tropel de niños que correteaban por todas esas calles creando una verdadera algarabía.
Pero sin duda, lo que tenía el centro, lo que lo hacía especial, eran sus vecinos y la relaciones que se profesaban, “de auténtica hermandad y fraternidad”, recuerda con añoranza Vallejo. “Nos conocíamos todos, había un ambiente familiar que ha desparecido”, recuerda frente al edificio que se postra hoy en la casa donde nació, en el número 7 de la calle de la Legión. “Se vivía de lujo. Solíamos salir al patio, donde estaban todos los vecinos, y nos preguntábamos qué íbamos a comer para después cambiarnos los platos”.
Si hay una palabra que siempre ha definido al centro ha sido su vitalidad, infundida, en gran parte, por el vasto tejido comercial. Aquellos, los tradicionales, los de toda la vida, quedan tan solo en las anécdotas de sus vecinos más antiguos y alguna imagen con los colores desteñidos. Lugares como el famoso bar Astorga, en calle Antíoco; la academia de mecanografía de Mercedes, en la misma calle, “donde todas las mujeres aprendimos a mecanografiar”, señala Vallejo. La tienda de Leoncio; el bar de los hermanos Julio y Antonio, en Fructuoso Miaja. “Era una tienda de comestibles que se encontraba dividida y, en la otra parte era bar, donde íbamos a tomarnos los chatos. De hecho, lo llamábamos ir a chatear”, comenta entre risas Vallejo. Sin poder olvidar la famosa tienda de las hermanas Alegría, la churrería de los hermanos Méndez, “que hacían los mejores churros y buñuelos de toda Ceuta”; el bar El Cordobés o la antiquísima tienda de muebles Herrera, ambos en la calle Beatriz de Silva. Esto es el centro.
Bajo la mirada escrutadora del dios Apolo, que se asoma desde su relieve labrado en la pared, Daniel Lagares se afana tras la barra de su bar, heredado de su padre que estuvo al frente del mismo desde el año 1978.
Este icónico, e incluso se le podría catalogar como histórico, de la hostelería caballa se ha sustentado gracias al “buen trato” con el cliente y a una situación privilegiada. Sin embargo, la propia historia de este establecimiento se remonta a antes de sus orígenes, cuando allí se alzaba el famoso cine Apolo, del que heredó el nombre y las columnas que todavía alberga en su interior.
El colegio más antiguo de Ceuta hace unos años celebró su primer siglo de historia. El ‘San Agustín’, conocido popularmente como ‘los agustinos’, fue durante muchas décadas el colegio de los niños. La historia de este centro es muy importante en tanto que la misión de los religiosos se instaló en el Norte de África eligiendo, precisamente, la ciudad de Ceuta. Ello tiene una importancia también en el mundo e historia del cristianismo en la zona. El estallido de la Guerra Civil mantuvo durante algunos años este centro cerrado y su plantilla, ocho profesores y un director, tuvieron que marcharse de la ciudad. En los años 40 la comunidad religiosa retomó la labor educativa aunque tuvieron que superar tiempos adversos debido a la falta de alumnado. El reconocimiento como centro de enseñanza y su constitución como centro mixto son algunos de los estadíos por los que ha pasado el colegio hasta llegar a nuestros días como un referente educativo en la ciudad que alberga más de 900 estudiantes.
También histórico, aunque algo más contemporáneo, fue el que se convirtió en el colegio de las niñas, ‘La Inmaculada’, o como sus alumnos lo denominan, ‘las monjas’. En 1946 la Comunidad de Religiosas llevó la compra de la casa Cermi, conocida como la Casa de los Dragones, donde se impartieron las clases hasta el año 1973, cuando el centro se trasladó definitivamente a su ubicación actual en la calle Millán Astray. El reconocimiento como centro mixto, la renovación y ampliación de los espacios así como el creciente número de alumnos ha sido parte de la evolución y la modernidad del centro.
Hablar de cine de verano en Ceuta es retrotraerse a aquellas ‘terrazas’ que tan vivas tienen en la memoria los afortunado que las conocieron. Tales como la del ‘Cervantes’, cerrando la calle Álvarez, decorada al más puro sabor andaluz. Aunque con ese peculiar estilo la primacía se la llevaba ‘El Cortijo’, en la calle Echegaray, la de la imagen, con su profusa vegetación floreada, su pozo, sus rejas, sus macetas y hasta con un escenario que acogía concursos de cante. La inauguración del cine ‘África’ trajo consigo también la creación de sus terrazas de verano. Además de la anterior, la primera se instaló en la calle Camoens, justo en el solar que hoy ocupa el Hotel Ulises. Desalojada la misma, la empresa de Contreras abrió la de la calle General Aranda, la ‘A’, la más confortable por sus asientos y acústica y por ser la única que tenía el suelo en desnivel para facilitar la perfecta visibilidad de la pantalla. Más modesta que las anteriores fue la terraza ‘Apolo’, en la calle Consuelo, la paralela a Beatriz de Silva, aunque siempre a rebosar en las dos sesiones que ofrecían estos cinematógrafos estivales. Sin televisión, Facebook, Twitter, consolas, ordenadores, videos, tabletas, móviles y tantos aparatos al uso con los que disponer, a golpe de click, de cualquier película cómodamente sentados en el sofá, el cine de verano fue el fascinante y gran recurso para jóvenes y mayores de varias generaciones.
En pleno centro de Ceuta, y rodeado de modernas tiendas, se encuentra Ultramarinos Fidel. Una tienda como las de antaño. Entrar en ella supone realizar un viaje en el tiempo. Poco o nada ha cambiado en este establecimiento que fundó Fidel Velasco, padre del actual propietario, en el año 55. “Primero fue una sastrería que se llamó Tresilló y, después, el famosísimo bar Bravo”, explica Fidel mientras corta minuciosamente jamón que posteriormente pesa en una báscula de las que ya tan solo se pueden encontrar en exposiciones de antigüedades. Sin embargo no es la más antigua. En el interior conserva una de las primeras que llegaron a Ceuta.
Mientras, algún que otro cliente, de los que se niega a renegar de los negocios de toda la vida, accede a la tienda en busca de alguno de los productos más típicos, como los licores, las conservas o el jamón, entre otros.
El Bar ‘Real Madrid’ es sinónimo de buen café. Aurelio Pecino Chacón es el último eslabón a pie de mostrador de este clásico de la hostelería ceutí. El legado que dejó el bar ‘Aurelio’, situado frente al establecimiento que rinde honores a los ‘merengues’, fue continuado por su hijo del mismo nombre. Aurelio, sin embargo, quiso rendir homenaje al equipo de sus amores: el Real Madrid. Desde este altar blanco ha servido desayunos y meriendas a toda una generación de ceutíes. Y siempre enfundado en su camiseta del Real Madrid.
Desde detrás de la barra ha vivido los mejores y peores momentos de su equipo: ligas, copas, derrotas… La cafetería es un auténtico santuario dedicado al equipo blanco que, como bien dice, ha tenido que ir renovando durante más de cuarenta años. Hoy, ya jubilado, se niega a abandonar esa barra donde continúa por puro “hobby”.
La famosa heroína Agustina Raimunda María Saragossa i Doménech, más conocida de adulta como ‘La Artillera’ o Agustina de Aragón, residió en Ceuta desde el año 1855. Una casa que ha resistido al paso del tiempo y que luce con orgullo la placa de su histórica residente. Sin embargo, no es el único capítulo de historia que se extrae de este edificio que fue construido con rompeolas del puerto. El diseño del edificio, conformado por laberínticos pasillos entre las diferentes viviendas, cuatro por planta, fue de gran utilidad durante la Guerra Civil, cuando se usó como refugio.
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