Cocinan con leña, lavan la ropa en baldes y duermen sobre cartones. Así viven cientos de subsaharianos en Ulad Zian, un barrio de Casablanca que lleva una década albergando a inmigrantes, antes organizados en el mayor campamento de Marruecos y ahora desperdigados por sus calles.
En la avenida principal de este céntrico y popular barrio de la capital económica marroquí, aprovechando su bulevar en obras del tranvía, malviven la mayoría de estas personas, casi todas de África del Oeste. Son parte de las decenas de miles de inmigrantes que se buscan la vida en Marruecos en espera de cruzar a Europa.
En Ulad Zian, los vecinos han comenzado a protestar contra su presencia y este lunes las autoridades han empezado a desalojarlos, en una operación que acarreó enfrentamientos con la policía y seis inmigrantes detenidos.
Bolsas de plástico llenas de pertenencias se alinean en una larga fila en el suelo en el bulevar, acompañadas de cazuelas y otros utensilios para cocinar. Es mediodía (del jueves pasado) y, guardando el lugar, varios inmigrantes descansan acurrucados con mantas.
Sobre la vía del tranvía recién hecha otro grupo de inmigrantes, casi todos hombres pero también algunas mujeres, se sientan en taburetes de plástico mientras unos cocinan sobre una hoguera. Otros observan su ropa recién lavada y tendida en las verjas de un puente cercano. Los hay que deambulan por el lugar y en las calles cercanas para pedir limosna a los transeúntes y coches.
Su presencia ha desatado en los últimos días protestas de los vecinos, que reclaman a las autoridades expulsarlos o evacuarlos a otro lugar, denuncian las malas condiciones sanitarias y la inseguridad que dicen estar sufriendo desde su llegada.
Una situación que ha llevado a algunos a dispersarse por otros barrios cercanos para evitar choques con los vecinos y huir de las redadas de las autoridades.
"Vivía en Ulad Zian, pero había muchos problemas, somos muchos y eso crea problemas con los vecinos", cuenta Alpha, un emigrante camerunés que acepta hablar con EFE desde un descampado no muy lejos del barrio.
Alpha denuncia sus condiciones de vida, el frío y la falta de trabajo: "¡Mira dónde vivimos! Todas las semanas vienen las autoridades a quemar nuestras pertenencias", dice mientras señala unas carpas hechas con mantas y plástico. "Es vergonzoso estar así en la calle", lamenta apuntando su ropa sucia. Pero asegura que la intención de los emigrantes no es causar molestias a los marroquíes.
"No hemos venido aquí para vivir así, para mendigar y molestar a los marroquíes. No queremos esto. Queremos irnos a Europa, aunque sé que no todos pueden llegar. Dios no dará suerte a todos, solo algunos de nosotros llegarán. Si hubiera escuelas y una casa donde vivir, nos quedaríamos. No queremos comida ni ropa, queremos trabajo".
La tensión Ulad Zian no es nueva. En 2012, se creó un primer campamento de emigrantes en esta zona que llegó a tener hasta 2.000 personas, según estimaciones de las ONG. Allí vivían en barracas cerca de la estación de autobuses, organizados por países y con un jefe en cada comunidad.
El campo quedó destruido tras un incendio en 2019 y desde entonces los inmigrantes se quedaron concentrados en el barrio y en sus alrededores, durmiendo al raso con sus pertenencias y organizados con la misma estructura jerárquica, explicaBeyeth Gueck, presidente de la ONG Bank de Solidarité, que les ayuda a acceder a la sanidad.
Para Gueck, su situación es desesperada, por lo que pide que se les traslade a un lugar decente: "Lanzo un llamamiento a las autoridades marroquíes, a la comunidad internacional, a los embajadores de la Unión Africana. La situación de los emigrantes en Casablanca es difícil, horrible. No han venido aquí para sufrir, sino para buscar la felicidad para ellos y sus familias".
Pese al tenso ambiente de Ulad Zian, no falta la solidaridad de los vecinos con los inmigrantes: "Tenemos que cerrar el portal del edificio porque algunos se esconden aquí para drogarse, pero no son todos malos, no podemos generalizar", comenta uno de ellos.
En un barrio cercano, el propietario de un pequeño restaurante les ofrece comida gratis y, cerca suyo, el dueño de una tienda de barrio guarda su dinero y sus teléfonos móviles para evitar que se los roben o confisquen.
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