Sociedad

Barrios de Ceuta | Villajovita, “la flor de Ceuta” que homenajea con su nombre a una vecina

“Bienvenidos a la flor de Ceuta”. Es el recibimiento de Abdelkader Hamed al equipo de FAROTV. Vecino antiguo de Villajovita y bien conocido en el barrio. Frecuenta el quiosco situado frente al instituto Almina desde hace varias décadas. Un punto que puede considerarse el principio o el fin de la barriada. Su límite o frontera son las Murallas Meriníes o Merinidas, que separan al barrio de su vecino Zurrón. Es uno de los emblemas de Villajovita y del que bien presumen orgullosos sus residentes. “Tiene su origen en 1328 durante la época del sultanato de Abú Said”, apunta Hamed. El sultán decidió construir un recinto denominado ‘afrag’ (lugar cercado), en el campo exterior de la ciudad meriní, donde tropas y caravanas comerciales quedaban a salvo de ataques hostiles. Con un perímetro de más de dos kilómetros de longitud, tan solo ha llegado una parte hasta nuestros días. Su abandono definitivo se produjo en el siglo XIX, aunque la expansión de la ciudad y el nacimiento de la barriada llevó a la preocupación por esta muralla, afectada por la cercanía de algunas viviendas. Entre la década de los 50 y 70 comenzaron las primeras actuaciones de restauración, pero en el año 2000 las fuertes lluvias provocaron la caída del terreno y aparición de importantes fracturas que obligaron a la aprobación, en 2003, del Plan Especial de Protección de las Murallas Mariníes. El origen de la barriada procede del nombre de una vecina: Jovita, que bautizó su finca como ‘Villa Jovita’. Así surgió esta barriada, una de las que más solera tiene en la ciudad. Su vivienda se construyó en 1915 y fue una de las primeras que se levantó en la zona.

Curiosidad: Un libro sobre el barrio. ‘Crónicas de Villajovita’ recoge las memorias de los niños que vivían en los años 60 en la barriada, es una reflexión sobre la vida de hace 50 años”.

Pertenecía a la familia Casares Vázquez, procedente de Galicia y que llegó a Ceuta debido a que su progenitor, funcionario de prisiones, fue destinado al presidio del Monte Hacho. A su llegada a nuestra ciudad, Jovita tenía 3 años. Se casó con un ceutí y tuvo cinco hijos aunque, a día de hoy, ningún miembro de la familia reside en la ciudad. Era la época en que las pequeñas tiendas de ultramarinos y sus tenderos también formaban parte de un escenario de casitas bajas y de vecinos que se reunían para organizar distintas actividades y “charlas nocturnas a las puertas de estas viviendas”, señala Hamed en la travesía de la calle Lope de Vega, una de las más antiguas junto con su paralela Calderón de la Barca, que aún conserva las antiguas viviendas que resisten al paso del tiempo, e invita a retroceder varias décadas. No solo por su arquitectura. Sus colores, la magia de la vegetación que adorna sus fachadas, los halos de luz que caen sobre ellas, la arquitectura disforme que se presenta entre unas y otras, deprende una esencia con olor a antaño a la que se sucumbe con deleite y placer.

El corazón de Villajovita

“Este es el famoso Casino de Villajovita, el corazón del barrio”, dice Albdelkader Hamed parado frente a un edificio relativamente reciente situado casi a la mitad de la calle Lope de Vega. La nueva construcción ha venido a reemplazar al lugar que congregó a todos los vecinos durante décadas. Muchos residentes del barrio aún recuerdan con cariño y añoranza el antiguo Centro Parroquial, Recreativo y Cultural, conocido popularmente como ‘Casino de Villajovita’. Abrió sus puertas el 12 de octubre de 1963, reemplazando al antiguo cine Rex, y estuvo activo hasta la década de los 90. Acogió numerosos eventos culturales, deportivos o sociales, siendo el teatro una de sus actividades estrella y se potenció con la creación de un grupo teatral formado por vecinos de la barriada. Las fiestas como Carnaval o Navidad se vivían de forma especial. Además organizaba eventos como el baile de Año Nuevo o la Cabalgata de Reyes que recorría la barriada.

Abdelkader Hamed: “Esto era pura convivencia, la palabra racismo no existía”

“La esencia de Villajovita era la convivencia”, exhala entre desesperanza y añoranza Abdelkader Hamed. “Este barrio era pura convivencia. La palabra racismo no existía. Todos nos conocíamos, había una gran relación y compenetración entre los vecinos. Yo vuelvo a ese tiempo”. Un tiempo que ha quedado en el recuerdo, porque reconoce con tristeza que “ya no queda nada”. Abdelkader rememora las más de dos décadas que lleva en el barrio con su familia. “Aquí se ha vivido muy bien, hemos sido muy felices y sigo en Villajovita”. Paseando por la explanada en la que se erigen las Murallas Meriníes, señala a este emblema fruto del paso del tiempo. “Durante muchos años los vecinos nos juntamos aquí para hacer un Belén viviente. Una iniciativa de la que más tarde tomó las riendas Festejos”. Este Belén iba más allá del simbolismo religioso, era una excusa más para dejar evidencia esa unión y convivencia vecinal. En él participaban todos los habitantes de la barriada, independientemente de la cultura o religión. “Yo soy musulmán y mis hijos participaron y se vistieron todos los años como los que más”. Esas reuniones vecinales se trasladaban a la playa de Benítez llegada la temporada estival. “Teníamos una caseta del Centro Cultural y durante el verano hacíamos muchas fiestas. Se pasaba estupendamente”.

Nona Alguacil: “Pasé una infancia muy feliz. Sin grandes cosas, pero plena”

Antonia Alguacil, o más bien, Nona, como toda Ceuta la conoce, es una de las vecinas más antiguas e ilustres de la barriada. La matrona condecorada con el María de Eza, la Medalla de la Autonomía y la del Mérito del Trabajo, no renuncia a sus orígenes pese a haber pasado largas temporadas alejada de Villajovita. “Tengo la oportunidad de vivir en el centro y, sin embargo, no quiero. En Villajovita me siento en casa. Todo el mundo me conoce, si no abro la ventana vienen a preguntarme si me pasa algo”. Nona pertenece a una de las familias de la Colonia Weil. Ella nació en Villajovita hace 87 años, “en la calle I, porque antes las calles del barrio tenían nombre del abecedario”, y posteriormente se trasladó con su familia al centro, para regresar nuevamente al barrio. “Mi padre era trabajador de la empresa Weil que hizo todas estas casas de la colonia”. Confiesa que ella y sus siete hermanos disfrutaron de una infancia plena. “Fui muy feliz, sin grandes cosas, pero feliz”. Unos años que transcurrieron entre los juegos tradicionales y sin mayores preocupaciones en un barrio al que define como “selecto, o al menos a mí y a muchos vecinos nos lo parecía”. Aunque asegura que, en general, ha cambiado y evolucionado, este pequeño caserío con encanto en el que reside todavía conserva su esencia. “En la colonia sigue ese ambiente vecinal y familiar. Nos conocemos todos”.

‘El Rubio’, la primera hamburguesería del barrio con un té cargado de secretos

Hay un lugar en Villajovita donde los vecinos pueden disfrutar de un buen té o algo para comer. Se trata de la ‘Hamburguesería El Rubio’, ubicada en las inmediaciones del instituto de Educación Secundaria Almina y el campo de fútbol Benoliel. Está regentada desde hace 30 años por Amina Naime y su marido, conocido por ‘El Rubio’, “porque de joven era pelirrojo, era muy rubio”, dice Amina, a la vez que elogia su té, “prepara los mejores de Ceuta”, aunque se reserva el secreto que lo diferencia de otros. Amina también presume de haber alimentado los recreos de varias generaciones que han pasado por el centro educativo, y lo sigue haciendo. La hora del recreo supone un hervidero de estudiantes y profesionales que se lanzan a la carrera por encontrar una mesa al sol en la que disfrutar de los fabulosos bocadillo de la dueña. “Los de tortilla, esos son los más demandados”. ‘El Rubio’ se ha consolidado como uno de los emblemas de la barriada que se niega a desaparecer y con pretensiones de continuar durante muchos años. Fueron la primera hamburguesería de Villajovita, “por aquel entonces desató la locura porque no había nada igual”. Ahora, con la locura desvanecida, cuentan con una clientela fiel que se congrega cada tarde y echa en falta las reuniones en este lugar en las épocas de cierre.

Colonia Weil: la esencia familiar de varias generaciones

Entrar en la Colonia Weil es hacerlo en un lugar muy especial, en una barriada pequeña y acogedora donde sus vecinos viven prácticamente como en familia. Sus orígenes se remontan a hace más de 75 años, cuando la empresa Weil, casa fundada en 1908, adquirió unos terrenos a un agricultor llamado Policarpo. En esta ubicación la empresa construyó ‘La Colonia’. Una pequeña barriada, dentro de Villajovita, de 28 viviendas sociales destinadas a sus obreros de la fábrica de bebidas carbónicas y de la fábrica de hielo. “La colonia fue un lugar de una muy buena convivencia, como si se tratara de una gran familia. Aún quedan antiguos empleados, ya jubilados, que siguen viviendo aquí”, comenta Juan Alguacil, quien lleva casi ocho décadas en la antigua casa familiar. Una barriada de raigambre que ha sabido mantener la tradición y familiaridad del trato entre vecinos de toda la vida. En la Colonia Weil son una piña. Varias generaciones de diferentes familias que han nacido y se han criado en su calles, compartiendo alegrías y desdichas. Un vecindario entrañable que cuenta en su interior con la parroquia titular de Villajovita, la de San Juan de Dios. Estas casas pasan de abuelas a padres y de estos a sus hijos. Son muchas las generaciones que han pasado por un barrio clásico y tradicional a la vez que lleno de encanto. “Muchos de los vecinos hemos nacido aquí, como en el caso de mis hermanos y el mío propio. Mi padre era trabajador de la empresa y después nos quedamos en la casa. Otros han seguido con la misma tradición. Las casas han pasado a los hijos o familiares”, explica Alguacil. Los vecinos se muestran orgullosos de su barriada a la que miman como si de su propio hogar se tratara.

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