Opinión

Barberá y Castro: Más de lo mismo

Ironías de la vida, supongo. El pasado miércoles 23 fallecía la exalcaldesa de Valencia durante 24 años –y hasta entonces senadora– Rita Barberá en un céntrico hotel madrileño, a buen seguro digno de la exclusividad que le acompañó a medida que fue ganando poder en la política, esa exclusividad que en los últimos ha pasado factura a una extensa lista de nuestros representantes.

Murió en una mala época, acuciada por las numerosas informaciones que vertían los medios de comunicación acerca de sus hipotéticas implicaciones en asuntos de corrupción, como no podía ser de otra manera, habida cuenta del mal endémico que hemos sembrado y mimado durante años, el cual nos concede ahora sus manidos frutos. Su partido político, otrora protector y al mismo tiempo protegido, había experimentado (no tanto sufrido, a tenor de las recientes elecciones) bochornosos espectáculos mediáticos de corruptelas que no querían volver a sortear, y menos aún protagonizado por figura tan relevante como la valenciana, por lo que su condena al ostracismo fue inmediata.

Como sucede a menudo (por no decir casi siempre) su desaparición dio paso a un proceso de dulcificación de un personaje asfixiado por sus concienzudamente cosechados problemas, hasta el punto de que el propio Partido Popular y sus afines, que la habían abandonado a las primeras de cambio (como debería ser obligado y honesto ante casos de corrupción), reivindicaron la grandeza personal y profesional de su antigua compañera, e incluso acusaron a los medios de comunicación de haber acabado con ella, los mismos que cuando aquella vivía presentaron como ejemplar, a golpe de pecho, su expulsión. Curioso.

El Congreso de los Diputados, en un acto extraordinario, ofreció un minuto de silencio que Unidos Podemos no quiso compartir marchándose del hemiciclo. Sus cabezas visibles no tardaron en explicar su ausencia basada en el rechazo de las tramas de corrupción que, a su juicio, estaban relacionadas con la protagonista de este artículo. A ello se unía la realidad de que la popular jamás fue diputada, otro de los puntos que los contrarios a este homenaje han esgrimido para defender que la honra estaba fuera de lugar.

Las redes sociales fueron más radicales. Entre su características efervescencia y su predominante ideología (contraria a la de Barberá) se cocinaron cientos de burlas, cuando no insultos, sobre la senadora.

El maremágnum intentó ser detenido por las críticas morales de políticos y votantes conservadores, que expresaron su incomprensión ante un trato tan vejatorio.

El destino, tan quisquilloso como de costumbre, no podía perderse la cita. Dos días más tarde, el viernes 25, cayó Fidel Castro, uno de los instigadores claves de la Revolución Cubana. Con ello se invirtieron las tornas: muchos de aquellos que criticaron hirientemente a Barberá mostraron su respeto por el dictador cubano, mientras que los defensores de la dignidad de la finada valenciana asaltaron sin piedad la de Castro. Como ven, más de lo mismo de unos y de otros.

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