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Bandoleros andaluces, con un par

Las expropiaciones y robos de Sánchez Gordillo y su horda son lamentables, pero no lo es menos la connivencia de   la Junta de Andalucía, de la Policía y de la Justicia

 

 

Parece inconcebible que en pleno siglo XXI y en un país que aún en evidente estado de putrefacción se cataloga del Primer Mundo, existan, actúen e incluso gocen de la simpatía de buena parte de la sociedad amén de la complicidad del Gobierno Autonómico y de la Justicia, grupos caciquiles como el Sindicato Andaluz de Trabajadores, el denominado SAT, esa infame manifestación de un populismo que caldea una realidad vergonzosa y que ejemplifica de la manera más gráfica la situación real que atraviesa el Sur español.

Ataviados con trapos, la mirada inyectada en odio, puños al alto, pelo cano y mugriento, trote propio de estampida y berrido en el cielo, la última irrupción por las bravas, ésta acaecida la semana pasada, de un  centenar de miembros del citado colectivo en un supermercado de Sevilla para robar en el interior del mismo, supone una nueva demostración de cuán peligrosa y ancha puede ser la necedad humana, infinita en quien además, ciego de ira y carente de inteligencia, obra creyendo estar haciendo el bien y una acción encomiable y justa en pos de librar al pueblo del decaimiento, la pobreza y del enemigo simbolizado en el sistema capitalista.
Lustros de esfuerzo para que en Andalucía (en España) hubiera paz y un sistema democrático con el que se rigiera la vida cotidiana y el desarrollo de la sociedad, y que el tan necesario desarrollo económico aupara a los ciudadanos a vivir en un estrato más próspero, para a base de atropellos a la razón, corruptelas, sinrazones y mamarrachadas terminar tirando por la borda, así como si nada, el sentido de los puntos capitales de la Constitución, los principios básicos de la moralidad y la ética e incluso aquellas elementales normas que cumplen hasta los animales de mayor ferocidad que conviven en la selva. En nombre, eso sí, del buenismo, la solidaridad, la justicia social, Andalucía ha ido a desembocar en lo que es hoy en día, una tierra hermosa vapuleada por estas hordas: ¿Para qué van los integrantes y seguidores de SAT a respetar al prójimo? ¿Por qué han de concentrarse ellos en luchar por el bienestar social mediante acciones legales, por la vía diplomática, a través de manifestaciones o expresándose en libertad y respeto por los distintos cauces que otorga la democracia si así les manda actuar su escaso sentido cívico y común? ¿Para qué irán a desnudar una cruel realidad, la que atañen a las personas sin apenas recursos económicos como para afrontar los gastos escolares, mediante la palabra, oral o escrita, la reflexión profunda, la sensatez, el sentido común y el voto en la urna?
La respuesta en este caso, y que me disculpe el querido Dylan, no se halla soplando en el viento sino en la propia acción y en la bilis de esos bandoleros del siglo XXI que abochornan a aquellos demócratas convencidos que aún pensamos, y así será siempre, que el mejor cauce para depurar las injusticias, voltear la pobreza y crecer como una sociedad unida se encuentra en el propio y absoluto cumplimiento del sistema democrático que, aunque imperfecto, se ha revelado a lo largo de la historia como el menos nocivo dentro de las naciones más desarrolladas del mundo.
Pretender cumplir por la fuerza aquella obligación que la Administración no lleva a cabo, bien por ineptitud, bien por falta de recursos, bien por dejadez, bien por la tres cosas de una misma tirada, es además de un ejercicio de brutalidad mental propio de los años más oscuros de la Andalucía más trasnochada, un peligroso escaparate de cara al exterior (el turista sabio huye de los navajeros) así como para la propia juventud del lugar en cuestión.
Pero más lamentable todavía que la actuación delictiva, hipócrita, soez, cerril y demagoga (“Dame dinero de los Fondos Europeos para Marinaleda”) de esta gentuza del SAT, lideradas por ese pobre diablo llamado Sánchez Gordillo, y alentadas por esa vedette grosera de apellido Cañamero o por el tal Pablo Iglesias, un fulano de la peor calaña que da clases de civismo en tertulias de televisiones y radios, es la extraña connivencia de la Junta de Andalucía e incluso de los Cuerpos y Seguridad del Estado y de la Justicia en toda actuación que acomete el SAT y en los días posteriores: el Régimen por ser incapaz de, mediante un comunicado, un palmero soplagaitas que tanto abundan en la región o una hipócrita y gélida declaración vía circular electrónica, rechazar con firmeza toda acción de expropiación; la Policía porque, (¡coño, qué torpeza más curiosa!), cada vez que los bandoleros se han asentado en una finca de la Duquesa de Alba, robado alimentación en el Carrefour de turno o arramplado con los libros escolares, siempre han llegado unos minutitos tarde al lugar de los hechos, el tiempo justo para que los asaltantes huyeran y se marcharan de rositas y triunfantes con el botín en la furgoneta; y la Justicia porque es inconcebible que, aún con cámaras de televisión como testigo infalible, no se castigue mediante faltas o delitos de hurto, robo y lesiones (pobre cajera aquella a la que un muy valiente miembro del SAT le amedrentó en una anterior ‘hazaña’) a aquella persona que ha cometido un hecho punible con el Código Penal Español entre las manos.
Será que, en nombre del buenismo progre y amparado en el sueño socialista, cubano, andaluz o de donde quiera Dios que sea, y a diferencia de lo que a un ciudadano de a pie le sucedería, no existen barreras  y, en efecto, el campo es de todos y nada es de nadie: Es decir, que como animales se vive en total paz y justicia. Y sin más Ley que la Ley de Con un par.

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