La indignación de la clase política por el tenebroso asunto de las tarjetas negras de Caja Madrid, mediante las cuales una parte de ella sustraía por el morro las rentas, el patrimonio y los ahorros de la gente, mal puede disimular su carácter fariseo: todo el mundo lo sabía.
Todo el mundo del lado de allá, los agavillados bajo el escudo protector de un Estado corrupto, clientelar y mafioso, esto es, las direcciones de los partidos políticos, de los sindicatos y de la patronal.
¿Cómo ignorarlo si merced a su complicidad, a su cooperación necesaria, obtenían créditos cero, financiación y privilegios? Caja Madrid era la caja que libraba el premio en dinero y especies a quienes desertaban de la sociedad, de sus obligaciones con ella, para pasarse a las filas de la mayor banda de forajidos de la reciente historia de España.
Naturalmente, esa banda trabajaba para alguien, "políticamente" para alguien: la plutocracia, su sector más salvaje, codicioso e insaciable. Y más inhumano y reaccionario: ricos y pobres, amos y esclavos, y nada ni nadie en el abismo entre ellos, ninguna clase media con capacidad crítica, cultural y económica para rebelarse.
La macroestafa de las preferentes, ejecutada por Caja Madrid mediante un plan minuciosamente elaborado, ilustra a la perfección ese golpe de Estado financiero con sus anexos de crimen de lesa patria y de lesa humanidad: la destrucción del ahorro popular, único instrumento para la manumisión del pobre, del esclavo. El gasto de cada viaje, de cada cacería, de cada hotel de lujo, de cada masaje, de cada comilona, de cada joya, de cada extracción del cajero con las tarjetas negras recaía, succionador, sobre el patrimonio de los clientes, siendo los de las Cajas de Ahorros los más humildes, los menos "clientes", de banco alguno.
A lo loco, pues ninguna experiencia bancaria limitada o atemperaba su pulsión, Blesa, el amigo de Aznar, estableció ese sistema de reparto y mordidas a quienes debían controlarle (partidos, sindicatos...) para ganarse su complicidad en el ejecución de la gran sirla al Pueblo Español. ¿Nadie lo sabía? ¿Y tampoco ahora hay nadie que les siente la mano y recupere, para sus legítimos dueños, todo lo robado?
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