No es meritorio callar por no dedicar veinte minutos de mi sábado a estas palabras. Ayer despedimos a nuestros alumnos y alumnas de bachillerato del IES Siete Colinas. Es la primera vez que asisto a una de estas despedidas en lo que al día de hoy es mi centro de trabajo. Para que ustedes se sitúen llevo más de veinte años impartiendo clases de filosofía sin apartarme del aula.

He aquí la cuestión. Ceuta presume de interculturalidad y todos los chicos y chicas responden al unísono sobre qué significa esto, y lo hacen conforme a la propaganda institucional (y electoral, propaganda que por manía y desabrida no les voy a volver a repetir. Pero, sí les voy a recordar los principios sobre los que ha de sujetarse la interculturalidad: ninguna cultura es superior a otra; las distintas culturas han de interaccionar y dialogar entre ellas; todas las culturas han de respetar la libertad individual de las personas, autonomía. Si estos principios transitan de la teoría a la práctica, no hay cultura que sea amenaza ni cultura que sea amenazada, porque no hay posibilidad de tropezar con el rigorismo y, al contrario, las culturas se mantienen vivas y evolucionan por el efecto de la interacción de las personas que las componen. Mantener vivas las culturas es lo contrario de los rigorismos y de las poltronas de los gobernantes quienes se contentan con una imagen pública, pero no asisten a más vivencia común que la de la fotografía con personajes públicos y personas utilizadas como ornamento a cambio de algo.

Ayer presencié el futuro de la interculturalidad: chicas y chicos sobradamente preparados que, lejos de nosotros, interactúan con alegría, mimo y amor entre ellos. La despedida del Siete Colinas fue un derroche de interculturalidad donde a través de sonrisas, abrazos, fusión de apellidos, música, humor (…), interactuaban sin ninguna hipocresía ni interpretación. La convivencia en mi instituto es un ejemplo para la ciudad, y lo es por el ejemplo que retroalimentamos docentes y alumnado. Como profesora de filosofía y docente interculturalmente sensible me siento orgullosa porque mis alumnos y alumnas hacen de su ágora asambleas ejemplares para la convivencia. Y esto se refleja en despedidas como la de anoche.

Chicos y chicas excepcionales que serán el futuro de la auténtica convivencia ceutí, la que surge en el aula y se transmite a los barrios, a las profesiones y al mundo entero. Ahí está la semilla que germinará en una cultura mejor. Concibo la cultura como la vida entre las personas, lo que ustedes llaman “cuatro culturas” no son más que componentes culturales que bien ya podía incluir a gitanos, chinos o sudamericanos porque también ellos conviven en la ciudad sin acogerse a los componentes culturales denominados islam, cristianismo, judaísmo o hinduismo. Y así lo percibe una agnóstica que se esfuerza por captar lo más profundo del espíritu humano, humanidad.

Y me quedo con la imagen que mi retina capturó a lo lejos. Una familia de una madre, un padre y dos hijos se dirigía a la puerta trasera del Siete, desde unos diez metros una mujer pronunció el nombre de la primera mujer: un largo abrazo entre una mujer de pelo largo rubio y ojos claros y otra mujer con hiyab de tono muy claro seguido de cuatro manos cogidas sin ganas de separarse me emocionó. Eran las madres de Francisco y Muhammad. Dos alumnos ejemplares, como todos mis alumnos y alumnas del Siete, ejemplares porque transmiten la educación que respiran en casa.

Cuando me encuentre en un futuro, pongamos por caso, a mis “Noors” o a mis “Lucías” en una consulta, por ejemplo, y mi memoria no las ubique, ellas saben que deben recordarme que les pedí que allá donde trabajasen fueran felices,  porque no hay nada peor que no sentir pasión por aquello en lo que pasamos gran parte de nuestras vidas, nuestros oficios. Las personas, en el fondo, más allá de la diversidad cultural, lo único que queremos es vivir bien y para ello nada como mantener la integridad que nos hace humanos, la unidad espiritual expresada en cada mirada al otro, un otro que deja de ser otro en el abrazo.

Mª Remedios Guerrero Trujillo

Profesora de Filosofía del IES Siete Colinas y antropóloga en la frontera.

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