Este Teatro, como detalló en un estudio el miembro del Instituto de Estudios Ceutíes Luciano Alcalá, tenía una capacidad entre el patio de butacas y los seis palcos de 500 personas. Tras el foso de la orquesta se abría un escenario de reducidas dimensiones. Los accesos se repartían entre las calles de González de la Vega y de Camoens. Tres escaleras comunicaban con el nivel superior, en él se situaba la grada de “general”-con unas 700 plazas- donde desembocaban seis vomitorios dispuestos según la simetría axial del conjunto.
Un año antes se inauguró el Teatro del Rey, tomándose para los bailes de carnaval. El concejal Martínez Durá para promocionar la fiesta propuso al pleno municipal se dieran premio a las mejores máscaras y grupos. Llegando al acuerdo de que para el mejor grupo se concediera 100 pesetas, otro de 50 pesetas para la máscara que luzca más lujosamente su disfraz, y un tercer premio de 25 pesetas al disfraz más original.
El diario La Opinión del 28 de febrero, en relación a estos premios escribiría en una original sección referida a las cosas del carnaval llamada Menestra: “Una idea, ya que creemos que sería de gran utilidad a los señores que han de formar el jurado para otorgar los premios de carnaval, el nombrar como complemento del jurado a los simpáticos modistos Enrique Gabarrón y Adolfo Torres cuyo gusto y arte refinado son bien conocidos de atrás, seria una buena adquisición para el jurado y una nueva garantía para los concursantes”.
Los bailes públicos se celebraron en el Salón Regina y Variette en la zona de la Barría (Pasaje Recreo, calle Sevilla…) donde existían muchos cabarets y los bailes organizados por las distintas sociedades culturales y recreativas en el cine Luz, Sociedad recreativa La Peña, Café Royal y el señalado Teatro del Rey.
En la prensa de aquella Ceuta de los años veinte, se reflejaba nada más terminar las fiestas de reyes, que las distintas asociaciones culturales comenzaban a preparar sus bailes. Pero el Ayuntamiento comprobando la máxima afluencia y los muchos ceutíes que se quedaban fuera por no pertenecer a estas asociaciones, organizaba los llamados “Bailes Públicos”, donde no hacia falta ser socio de ninguna entidad.
Que mal llevan los dictadores la palabra libertad, es algo que les causa rechazo, pues eso, es lo que pasó durante la dictadura del general Primo de Rivera, y nuestras murgas tuvieron que “guardarse muy bien” desde 1923 de no molestar con sus coplas al poder establecido. El comandante general de Ceuta Manuel Montero en un bando publicó y distribuyó por toda la ciudad, con varias normas, en uno de sus artículos decía: “No se tolerará que las máscaras o murgas ofendan con coplas, aptitudes, frases o acciones a persona alguna”.
Recordemos que el capitán General de Cataluña, lanzó un manifiesto la noche del 13 al 14 de septiembre de 1923 en el que puso fin a la Constitución de 1876. Alfonso XIII le llamó a Madrid y la misma noche del 14 le encarga formar gobierno. El golpe de Estado se prolongará hasta finales de 1929. No fue un régimen fascista el que establece, sino más de carácter bonapartista; no de clase, de oligarquía. La burguesía delega el poder político, a cambio de mantener el económico, en el dictador.
Pero seguramente los autores de carnaval burlarían al bando y sus coplas continuaron satirizando todo aquello que el pasado año de 1923 fuera noticia y recorrer las calles, llenándolas de alegría y de imaginación, en una explosión incontrolada de libertad que ha sabido aglutinar perfectamente la esencia de esta fiesta universal: por unos días no hay límites, la única regla es el desenfreno, desaparecen los tabúes y las normas, y la libertad, la más completa expresión de la libertad, es lo que mejor define al carnaval.
Los establecimientos de aquella Ceuta de 1924 se llenarían de coplas como el Bar El Sardinero de Lorenzo Lesmes situado en la Puntilla, este era un lugar fijo de reunión principalmente de aquellos que trabajaban en las obras del puerto. También en la calle Gómez Pulido (Paseo del Rebellin) José Ibáñez anuncia sus tejidos, al igual que Tejidos La Favorita, o el kiosco bar de Francisco Molinillo y el Ritz de José Sánchez Arjona en la Plaza Azcárate, donde los murguistas del patio de la Tahona se daban cita. Y en un curioso anuncio en la prensa de aquellos años se podía leer: Cervecería La Maruja, es la cervecería más alegre y más bien servida, vinos espumosos, licores y tapas de buen humor para el carnaval”.
Sin embargo, tan anárquica algarabía no tiene nada de improvisado ni de desordenado. Las murgas se preparaban hace casi un siglo, como lo hacen hoy en día nuestras comparsas y chirigotas con ilusión durante varios meses. Invierten en ello una desbordante imaginación y un contagioso buen humor.
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