Una de las leyes de Murphy dice que por muy mal que vaya algo, siempre puede empeorar. No dejan de ser un divertimento, por mucho que algunas de ellas tengan base científica, pero la verdad es que en ocasiones los acontecimientos cotidianos las hacen casi irrefutables.
Sí, me refiero al vuelco político de los últimos días. Cuando una gran parte de la sociedad pensaba que era difícil superar el estilo de gobierno delictivo instaurado hace años por el Partido Popular, resulta que sí, que sí se puede, ya lo verán.
Nadie es tan inocente para descubrir precisamente ahora, después de la sentencia Gürtel, que la corrupción en el PP era más la norma que la excepción. Bastante antes de las elecciones de 2015, en las que el PP obtuvo más de 7 millones de votos y volvió a ganar las elecciones, ya había muy pocos electores capaces de poner la mano en el fuego por la integridad moral de los electos y cargos del PP. Y sin embargo seguían votándole por millones. ¿Por qué?
No es tan complicado: la campaña se la hacían sus adversarios y la gente votaba al “virgencita que me quede como estaba”. Especialmente activo en la propaganda electoral del PP fue el rutilante partido Podemos, con su prepotente adanismo y sus histriónicas astracanadas diarias. Cada vez que Monedero o Iglesias sobreactuaban con maneras bolcheviques y ensalzaban puño en alto (y previo pago) la dictadura bolivariana de Chávez o Maduro, el PP hacía caja electoral (de la otra ya se bastaban solos) y subía en las encuestas. Cuando Errejón se abrazaba con Otegui e Iglesias lo paseaba fraternalmente por el Parlamento Europeo el PP se frotaba las manos. Cuando Podemos fagocitó a la respetable izquierda histórica -y mucho más auténtica- de Izquierda Unida, o cuando el PSOE de Sánchez quiso parecerse cada vez más a los podemitas, por miedo a que les robaran su cartera de clientes, al PP le caían los votos a espuertas. Con excepción del retrógrado nacionalismo catalán, nadie ha hecho tanto por el PP como Podemos. Muchas veces he pensado que Pablo Iglesias se merece un busto en la calle Génova.
¿Y qué ha pasado ahora? No seré yo quien me entristezca por la salida del PP del gobierno, pero tampoco pienso que haya nada que festejar con la entrada del pusilánime Sánchez, auspiciada por la colaboración necesaria de proetarras, nacionalistas xenófobos separatistas y los inefables populistas bolivarianos de los que hablaba más arriba. Para instalarse en la Moncloa Sánchez ha tenido que buscar estrafalarios compañeros de viaje, y hacer arrumacos y carantoñas a los cómplices de los asesinos de sus compañeros de partido Fernando Buesa, Juan María Jáuregui y Ernest Lluch, entre otros, hacer genuflexiones -por no emplear otra expresión más obscena- a los racistas y xenófobos nacionalistas de PDCat y ERC. Como en el fango del ruedo político nada es gratis, no es difícil imaginar cuáles habrán sido las regalías políticas prometidas a estos partidos, unos de origen abiertamente criminal, y otros racistas e insolidarios (la esencia de la extrema derecha), todos ellos con el denominador común explícito e indisimulado de acabar con el país llamado España tal y como lo entendemos desde hace más de 500 años. Nos hemos metido en un engendro caótico y no es preciso ser Nostradamus para adivinar que la inestabilidad política está más que asegurada. Repasando estos días los comentaristas de columnistas y lectores del diario independentista catalán El Punt-Avui, estos no ocultan una euforia contenida y ven su República Catalana más próxima y factible desde la investidura de Sánchez. Por algo será.
Teníamos Guatemala y ahora tenemos Guatepeor. Además de lo anterior, por otra razón que no es menor. Porque si Podemos engordaba a diario al PP, una vez descabalgado, sus electores más ultramontanos necesitan un nuevo referente patriótico capaz de velar por la integridad de la sacrosanta unidad de la patria en peligro. Y no, no es Ciudadanos. Para ellos Ciudadanos es un partido de centro-izquierda traidor al PP. El nuevo referente es Vox, a cuyo lado el PP nos parecerá marxista-leninista. Éramos uno de los pocos países europeos sin extrema derecha parlamentaria, pero esto puede cambiar. Vox, hasta ahora cubierto con una elegante piel de cordero rojigualda, puede verse muy fortalecido por el engendro recién nacido. En dos años, Vox se colará subrepticiamente en el Congreso si Sánchez no actúa con mano de hierro frente al separatismo y el populismo. Pero no le será fácil, porque precisamente a ellos les debe su existencia política y las llaves de la Moncloa. La deuda contraída no es precisamente una minucia.
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