Juan José Contreras Garrido presentará esta tarde en las Murallas Reales un libro sobre la Artillería de Costas en Ceuta.
Se centra en la historia de una de las dos unidades más antiguas de la Ciudad (junto con la Compañía del Mar) que desapareció hace unos pocos años, y de la que este militar, de rango teniente coronel, fue su último jefe.
–¿Por qué se embarcó en esta investigación?
–Hablando en el vino con el presidente el día del último tiro, hice cierta alusión a la memoria reciente del ciudadano ceutí, que conoce el Tercio y Regulares y no le avances más. Le trasladé que, además, había una gran historia de otras unidades. Era una pena que no hubiera nada escrito, me dijo, y yo que soy un bocachancla, le contesté "no se preocupe, que yo haré una serie de recopilaciones".
–¿Resultó fácil investigar?
–Estaba en activo, por lo que primero realizaba una labor de localización por teléfono, para lo que tuve una gran colaboración de todas las instituciones. Cuando tenía un número suficiente de expedientes, aprovechaba para ello mis vacaciones. Mi mujer paseaba por la mañana y yo me dedicaba a la investigación; ella y mi hija tuvieron la paciencia suficiente. Simancas, Segovia, Instituto de Historia y Cultura Militar, Museo Naval, Museo del Ejército, Toledo, Pastrana, Sevilla... muchos lugares y también particulares.
–¿Alguna sorpresa?
–Muchas, sobre todo de lo que se podía haber hecho y no se hizo. Estuvimos a punto de artillar cañones del 30 y medio procedentes del Jaime I, que nos bombardeó; finalmente se llevaron al otro lado del Estrecho. También resulta interesante ver la patente de corso.
–¿Se expedía en Ceuta este documento?
–Por supuesto, y reproduzco una en el libro íntegramente. Eran familias que exponían su patrimonio para luchar en el Estrecho contra Inglaterra. Se trata de una familia que avaló 22.000 reales de bellón para conseguir dos cañones, víveres, pólvora, armas, etc. Y lo que equipó tenía valor de 8.800 reales. Era una apuesta arriesgada, con el botín de un barco podían vivir un año, pero si salía mal, se arruinaban por completo.
–¿Cuál fue el momento en el que más se ha puesto a prueba la artillería de costas?
–Militarmente hablando, la Guerra Civil. En ese momento, hasta que se artilló Ceuta, los barcos asediaban impunemente la Ciudad. Luego no se atrevieron a pesar de que precisamente el Jaime I tenía mucho más alcance que lo que había en Ceuta, pero la armada Republicana no tenía oficialidad apenas.
–¿Qué importancia ha tenido en Ceuta la artillería de Costa?
–Puedo señalar la segunda mitad del XIX, el tiempo de los acorazados, muy turbulenta en Europa; la Guerra de Crimea, la guerra entre Rusia e Inglaterra... fue la época dorada con grandes calibres en Punta Negra(hoy residencia Galera), Valdeaguas, Torremocha (hoy club Infanta Elena), y El Pintor. Sin embargo, rápidamente quedaron en desuso, en apenas quince años.
–¿Es una unidad obsoleta la Artillería de Costas?
–Desapareció, y entramos entre la diferencia de opiniones y hechos, y además algo actual, no histórico. Está claro que el cañón quedó obsoleto como única defensa, hoy día hay que basarlo en medios potentes de localización, adquisición y seguimiento de objetivos. Que el mando pueda decidir en tiempo real, lo que no cumplían materiales hechos para otra época. Fue una reducción dolorosa, pero ahí se muestra la disciplina que hay en el Ejército.
–¿Cómo fue su experiencia al frente de la unidad?
–Primero tuve una época de mejora, tanto logísticamente como tácticamente. Éramos como una familia porque éramos pocos. Dio un compañerismo excepcional, y se salía de lo puramente militar. Con ello se consiguieron unos medios que hoy día ha heredado la Comandancia, como el Puesto de Observación de Ceuta.
–¿Cuál fue el sentimiento el día del último disparo?
–En cierta forma me consideraba responsable de no haber conseguido el milagro de evitar una muerte anunciada. No por eso dejamos de luchar desde el primer soldado hasta mí por ello, al menos quedó un sentimiento de conseguir lo que nos habíamos propuesto. Se había conseguido un espíritu de unidad, y aún hoy nos reunimos para cenar o comer, como ahora que un compañero se ha marchado y le hemos despedido.