Profundo amante de nuestra Semana Santa, soy un fiel asistente al tradicional Pregón de todos los años. Ya fuera por obligación cada vez que en radio o en este medio hube de cubrir tal información, o por simple vocación hacia cuanto esté relacionado con el mundo cofrade, acudo puntualmente a esta cita desde que, de muy joven, disfrutaba de tan solemne acto en el noble marco, por entonces, del tristemente desaparecido ‘Teatro Cervantes’ del que, por cierto, como reflejaré más adelante, las circunstancias han hecho que me venga una vez más, inevitablemente, a la mente.
De regreso a la ciudad después de una breve ausencia, en la mañana de ayer acudía al punto de información de la Gran Vía para hacerme con las entradas del Pregón del próximo domingo. Cual sería mi sorpresa cuando, en taquilla, me informaban de que todas las invitaciones estaban agotadas, que las colas el día anterior habían sido continuas y que, nada, que se acabó lo que se daba. Todo ello, ya digo, alrededor de las once de la mañana de ayer miércoles, para un acto que iba a tener lugar cuatro días después, el domingo.
No me cabe la menor duda de que la personalidad del pregonero, Javier Pérez, es de por sí un cartel de lujo capaz de arrastrar a un numeroso auditorio. Más aún si tal y como manifestaba a la revista ‘Cruz de Guía’, pretende que el suyo “sea un pregón atípico” basado en sus vivencias personales, que, me imagino, deben ser interesantes y emotivas, además de su proclamado intento de materializar “el pregón más bonito que se haya escuchado”. Magnífico, Javier.
Todo está muy bien. Lo que no es de recibo es que, a cuatro días de la celebración de un acto tan tradicional y que pretende ser el pórtico y la exaltación de nuestra Semana Santa, no haya una sola invitación disponible para quienes tuvieran intención de asistir al mismo.
Cómo organizador del acto, ¿se reserva, para sí, el Consejo de Hermandades un generoso número de invitaciones en detrimento de quienes, ajenos al mismo, nos hemos quedado sin ellas en el puesto de la Gran Vía? ¿O es, sencillamente, una consecuencia más del reducido aforo del auditorium, como una vez más parece volverse a poner de manifiesto?
No merece el Pregón tal suerte. Jamás, ni en la Catedral ni en el ‘Cervantes’, alguien interesado en asistir al mismo quedó fuera del recinto. Tampoco lo merece la proyección de nuestra Semana Santa, a la que poco beneficia tal circunstancia. No nos lamentemos después de que la gente, esos días, se marche fuera de la ciudad como algunos comentaban en la taquilla.
Decía que me acordaba de los pregones en aquel histórico teatro que tan dignamente regentó hasta su fallecimiento ese gran empresario artístico que fue D. Antonio Delgado. Pues bien, en el ‘Cervantes’, con sus mil butacas entre platea, palcos, general y balconcillo, ahora nadie se hubiera quedado fuera, ni del pregón ni de cualquier otro espectáculo o acto multitudinario.
Pero no sólo tal pregón. Resulta también que, anteayer, ya no había entradas para el concierto de Semana Santa de la Agrupación Musical ‘Virgen de los Reyes’ de Sevilla, del próximo sábado. ¡Ah!, y si pretenden asistir al otro gran concierto de Semana Santa, el ‘Requiem de Mozart’, a cargo de la orquesta de Bohemia y el Coro Nacional de Praga del día 27, apresúrense a adquirir sus localidades porque estaban ya próximas a agotarse.
Decimos muchos que, ¿para qué un auditorium tan millonario y con tantas excelencias acústicas de la última tecnología punta si sólo sirve para albergar a 532 espectadores? Lamentable inversión, sí. En esto, Melilla, como en las deudas de su administración autonómica, supo darnos también una lección con la recuperación de su viejo teatro ‘Kursaal’ con sus 760 butacas. Un teatro, teatro en toda regla, oiga, que costó muchos menos millones de euros y en el que los problemas de aforo que aquí lamentamos y los seguiremos lamentando, serán mínimos, porque la capacidad de la obra de Álvaro Siza no da para más. Distinto es que a su tiempo se hubiera sabido rectificar el proyecto inicial, por más que ello hubiera contrariado al genio luso, como algunos clamamos en su momento, entre ellos el firmante de esta columna.
El Pregón merece un gran marco. El actual vaya si lo es. Véase simplemente la afluencia de público. Lo que no puede ser es que queden demasiadas personas fuera. Y si para ello hay que volver a trasladarlo en el futuro a la Catedral, pues que se haga. Así de claro.
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