Las horas de cada día son las que son, ni una más y ni una menos, salvo cuando se llevan a cabo los cambios de horario; sin embargo no siempre le dedicamos la atención debida a lo que hay que hacer en cada una de esas horas y, al final, acabamos atropellados por querer hacer lo que ya debía estar hecho. Ya saben lo que ocurrió en el parido jugado entre el Elche y el Real Madrid hace tan sólo unos días. Todo el mundo esperaba un partido plácido y brillante por parte de las estrellas de cada uno de los dos equipos y con un saldo de goles importante a favor del Real Madrid y no fue así, ni mucho menos. El Real Madrid estuvo a punto de marcharse con un lastimoso empate a un gol hasta que se dio cuenta de la catástrofe que ello le suponía y empezó a descolgase, en tromba, sobre la portería del Elche, justo en el tiempo de prórroga.
Yo creo que “dormirse” es algo común a los seres humanos, precisamente cuando hay que estar más despiertos y diligentes. Alguna que otra vez cada persona piensa que es un ser afortunado porque tiene su vida para hacer grandes cosas y sin embargo deja pasar las horas sin dedicarlas a lo que verdaderamente es importante para sí mismo y para los demás. Soñar despierto es algo verdaderamente gozoso porque se construyen grandes proyectos en los que todo sale muy bien hasta el momento en que uno se dice a sí mismo que ya está bien de soñar y que hay que llevar a cabo tal o cual misión que es verdaderamente real y además completamente necesaria, imprescindible tal vez para que no se venga abajo lo que ya se había realizado y que era de sumo interés para la sociedad. Entonces se corre y se atropella todo.
Eso fue lo que le pasó al Real Madrid en ese partido y tuvo suerte en una cadena de acciones que parecía habían sido diseñadas para ese equipo. Primero la prórroga de tres minutos y esos minutos avivaron las mentes de unos y otros. Hay que meter un gol se decían unos mientras que los contrarios adoptaron una defensa numantina con violencia y atropellos generalizados dentro del área del Elche hasta que el árbitro juzgó que se había cometido una falta grave contra uno o más jugadores del Real Madrid, en ese atropellamiento general que se había organizado casi en la misma linde de la portería del Elche. Total, sonó el pito del árbitro y su brazo se orientó, decididamente, hacia el punto de penalti. Los nervios y algo más al cien por cien y finalmente el disparo de Ronaldo que dió la victoria al Real Madrid. Y así vamos nosotros en muchas ocasiones, abusando de nuestra propia libertad. Empleamos el tiempo de la vida, que se nos ha concedido, en crear confusión o en dejarnos arrastrar por esa que ya ha sido establecida por unos u otros, sin darnos cuenta que el orden es lo que realmente posibilita, en gran medida, que las cosas se hagan a su debido tiempo y con el fin que realmente deben cumplir sin atropellar a nadie con ese juego sucio que se establece cuando el tiempo se nos agota y nos damos cuenta de lo que había que hacer. Nadie queda satisfecho con esa forma de actuar, aunque haya verdaderos especialistas en esa materia. El orden en la vida es una verdadera obligación para con los demás y para con uno mismo. ¿No habría sido mucho mejor un partido jugado correctamente y aprovechando los tiempos para mostrar las excelencias de unos y otros? Pues eso mismo ocurre con las personas en su vida; hay quienes van, decididamente, a cumplir sus obligaciones y con la conciencia abierta a corregir cualquier deficiencia porque saben que han de dar cuenta de la forma en que emplean.
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