Categorías: Opinión

Atracador de pacotilla

El guardia civil , que estaba destinado en Ceuta, no vio demasiadas películas y por eso lo atrincaron , con el rabo entre las piernas, justo cuando volvía a recoger la nota que había servido , para indicarle a la cajera del banco -que había limpiado-que debía ponerle en la saca, la cantidad exacta de trescientos mil seiscientos euros.                               
En las películas no dicen que esa sea la cantidad, que hace que no salte la alarma del banco y que puedas irte de patitas, como fue el caso, a pie ligero y tranquilo, cruzándose por zonas de los Jereles ,por donde es imposible ir de otra forma, dado el tráfico y la zonas peotonales, con el botín a cuestas.                                                                                                                                          
Lo que sí que enseñan en las películas, sobre todo las policíacas, es que las huellas y el ADN es una pasada y que si hubiera existido , hace unos años atrás, no quedarían tantos criminales sueltos y también que cuando alguien no usa guantes y le da a una cajera -con sus propias manos- una nota de atraco, está indicándole , no su nombre , ni donde vive, sino sus huellas dactilares y su perfil genético.                                                                                                                                      
Por eso , por los jodidos nervios y yo creo que por la inexperiencia, el hombre se vio obligado a volver, donde ya había hecho su negocio, recogiendo la nota y pegándose el bote, siendo seguido y custodiado, hasta que lo detuvieron, esta vez sí, con las manos llenas de masa.                                                                                                                                       
Y no me dirán que no deja de ser curioso que alguien ,que se supone que está al otro lado del espejo, como Alicia, se salte -de una vez - para el lado del cristal oscuro , pero …¿saben lo que sería más raro todavía?, pues que este hombre , paseando por Ceuta, se hubiese ido a la biblioteca municipal y hubiese leído entre goteras, con el ambiente lleno de nervios y  miradas de extrañeza, con las premuras de los exámenes inminentes, de jóvenes que se quieren buscar la vida, encontrando un sitio entre ellos y sintiéndose muy viejo, con la ausencia de acné, de inseguridades, de previsión de futuro, porque…díganme, ¿no es una plaza de funcionario, suficiente para vivir con dignidad y holgura, no son unas oposiciones, la meta de muchos de estos jóvenes que asientan sus traseros, cuando las instalaciones y el deterioro de la biblioteca, los dejan, afanándose en ganar para su vida , precisamente, lo que este desastre, ha tirado por la borda?.                                                                                                                                                           
Y es que ya nadie roba más que dinero, trescientos mil seiscientos euros, con notas llenas de huellas dactilares, de genética, que nos hacen retrotraernos hasta nuestros orígenes y entrever nuestro futuro, porque nadie sabe la importancia de los libros, de los esfuerzos, de los sudores que se pierden en las bibliotecas, recogedero de mentes, de gente que quiere ir , más y más lejos, de gente joven, apretujada , pero no junta,  porque los separan los miedos, las ilusiones , los amores silenciados, las frustraciones, como a la élfica Marta, rubia y delgada, a la que las nuevas gafas rojas cree que no le sientan nada bien o a Jorge con los dolores de cabeza que le dan las matemáticas o a Alberto Millán con el hartazgo de madre e instituto, combinados al mismo y módico precio…                                                                                                                                      
Podría haberlos visto y haberse llenado los bolsillos de esperanza con ellos, podría haber aguantado y pensar que su vida era perfecta y no entrar en ese banco o entrar y pedir un préstamo o ir a por un ascenso, hincando los codos con ellos, o hacer más guardias, cualquier cosa , antes que dejar sus huellas impresas e invisibles, en un papel que amenazaba a una asustada cajera, que sólo veía la boca negra de su arma  reglamentaria, para conseguir que le diera billetes, de veinte , de cincuenta, de cien , de doscientos y de quinientos euros.

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