Categorías: Opinión

Atormentarse con la fe

No pocos en vez de disfrutar de su fe –si ello fuera posible– no hacen sino atormentarse con ella, y, lo que es aún peor, atormentan al que tienen al lado. La ignorancia, el oscurantismo y la superstición son alimentos para sus espíritus, dando lugar, por tanto, a una fe ciega que irremediablemente ha llevado a no pocas personas al fanatismo y, sin duda, a la perdición. Como en estas personas el pensamiento crítico ha claudicado –han abolido el gozo de la libertad de pensamiento– todo lo justifican por la fe y viven sus vidas en función de ella. Conviven con una atormentadora, lacerante y punzante conciencia escrupulosa que les hace alejarse de todo placer humanamente permitido –tal vez tengan que dar cuenta de ello en el ‘Más Allá’–. Constriñen su libertad individual hasta sentir dolor en aras de un dogma  contenido en un libro revelado, que se convierte, así, en un manual de buenas prácticas. Libro revelado que se pierde en la noche de los tiempos, de cuando los mitos. Lo dijo Kierkegaard, la fe comienza precisamente donde el pensamiento se detiene.
Cuando acerté a leer la noticia de que seis ceutíes, pertenecientes a la Asociación Religiosa Masyid An Noor, muy cercana al Tabligh, habían viajado a Chile me acordé de las declaraciones de una joven egipcia, de un barrio de clase media de El Cairo, durante la primera ronda de la elecciones en Egipto entre cuatro candidatos –dos islamistas, Futuh y Mursi, y dos laicos, Shafiq y Musa–, que dijo que no votaría por el más moderado Futuh, porque “es un antiguo miembro de los Hermanos Musulmanes, si le votas terminaremos llevando niqab”.
La periodista catalana Pilar Rahola ha escrito recientemente un prolijo y documentado libro, “La república islámica de España”, cuya lectura hace, sin duda, reflexionar y estremecer hasta las piedras. Precisamente en su capítulo 13, titulado “De Ceuta a Tonga”, Rahola cita al Tabligh y sus andanzas por el mundo y en nuestra Ceuta. Es verdaderamente arduo extractar todo lo que allí se cuenta. Pero vale la pena intentarlo. De entrada escribe que Ceuta y Melilla son “las dos ciudades tótem de la radicalidad islámica”. No está mal para abrir boca.
Como escribe Rahola, “Yama’a at-Tabligh al Dawa”, es una congregación nacida para la propagación del islam, y tiene su origen al norte de la India. Su objetivo es la reforma de la sociedad islámica. A la que considera embrutecida por los valores occidentales, especialmente el secularismo, el materialismo y el liberalismo. Consideran que la propagación no es cosa de los ulemas, sino que es obligación de todo musulmán. Les guía una idea fija y central: “Obligar a hacer lo que es bueno y prohibir lo que es malo”, obviamente bajo su propio criterio.
El CNI tiene la mosca detrás de la oreja con el Tabligh, y lo considera un movimiento muy radical y ha entendido que la pertenencia al Tabligh era un motivo para negar la nacionalidad. Es considerado en los círculos gubernamentales como un movimiento conservador y fundamentalista, que induce a una conducta segregacionista respecto de la sociedad no musulmana, dentro de la cual no tiene ningún interés en integrarse. El Tabligh es conocido  por su intransigencia con los valores de la libertad e igualdad sobre los que se asienta nuestra sociedad, interpretando las normas coránicas literalmente. Incluso, según el periódico argentino La Nación, los servicios de inteligencia españoles habrían advertido a los argentinos de la peligrosidad del movimiento, y de la intención de reclutar musulmanes del país y así “poder usar pasaportes argentinos”.
No sólo es el CNI el que tiene la mosca detrás de la oreja. Mohamed Benallal, vicepresidente del Centro Marroquí de Estudios Estratégicos, afirmaba con rotundidad en 2008 en una entrevista en otro medio: “A pesar del comportamiento exterior pseudopacífico del Tabligh, este tipo de sectas asiáticas practican una violencia difusa, subrepticia. El Tabligh es una bomba que está ahí y que, tarde o temprano, acabará por explotar”. Y asimismo Benallal denunciaba que el Gobierno español había integrado al Tabligh dentro de la UCIDE, lo cual le reporta miles de euros de dinero público. Abdenur Pardo, converso, declara que el Tabligh “es un movimiento que llama a los musulmanes a mantener una identidad islámica diferenciada respecto de la sociedad de acogida”.
Rahola escribe que los Tabligh serán, pues, gente pacífica, pero usan los recursos del siglo XXI para tratar de imponer una sociedad del siglo VIII. No creen en la libertad individual, ni en la igualdad hombre-mujer, ni en el derecho a la opción sexual, ni en la bondad del debate interreligioso, ni en la carta de los derechos humanos, ni en el conocimiento científico, ni en la democracia. Finalmente, Rahola se pregunta al final del capítulo ¿Tenemos un problema? Y responde que tenemos unos cuantos, opacos, silenciosos y graves problemas. Y sentencia de este modo: “Porque los radicales no aman nuestros derechos. Pero conocen como nadie nuestras debilidades”. Un consejo: lea el libro. Se preocupará.

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