Los muros formaron parte de todas las primeras fronteras. Hoy asistimos a su multiplicación”, señala el “Atlas de las Fronteras” al comenzar esta parte del libro. Sin embargo, es muy poco habitual que las fronteras estén compuestas por largos y altos muros. Nuestra frontera, por ejemplo, la que durante tantos y tantos años cruzamos de un lado a otro, no estaba construida como un muro. Conocíamos su línea física, pero la barrera geopolítica no estaba aderezada con altas alambrados rematadas con afiladas concertinas. Eso vino luego; muy a finales del siglo XX , en 1993; es cosa de ahora.

El Atlas confirma que los muros, en la actualidad, solo representan una minoría de las fronteras trazadas. “Dependiendo de las definiciones y de los métodos de cálculo, -expone- entre el 3% (7.500 Km.) y el 18% (41.000 Km.) de las fronteras terrestres”. Realmente una pequeña parte, pero significativa. Destaca ejemplos anteriores, como la Gran Muralla china, el muro de Adriano y el muro de Berlín. Aunque este último es un caso muy particular, porque es uno de los únicos muros conocidos –junto al telón de acero en su conjunto y la actual frontera de Corea del Norte- concebido para impedir la salida y no para reprimir la entrada.

Aún significando los muros una minoría entre las fronteras existentes, se reconoce que en la actualidad los muros se están levantando en muchas partes: Estados Unidos, Israel, Arabia Saudí e India, entre otros, muestran su intención de fortificar la mayor parte de sus fronteras. “Desde el 11 de septiembre, el terrorismo se ha convertido en la principal justificación de esta aceleración”, se dice en el Atlas. Pero esta es solo una de las causas que avalan este tipo de medida, ya que la mayoría de los análisis muestran que es el aumento de los flujos migratorios la razón principal de su auge.

Para los responsables políticos que han de hacer frente a estas situaciones, la edificación de un muro es una opción visible y lógica para responder a un problema fronterizo, pero no pueden obviarse los efectos perversos que su existencia produce: los emigrantes se ven obligados a poner en riesgo su seguridad, exacerba conflictos, provoca la reducción del crecimiento económico, etc. Las críticas surgen no solo por incidir en estos efectos, sino por la rotundidad que supone la intervención. “El muro expresa la incomprensión, la separación, la segregación…”, afirma el filósofo Thierry Paquot. “Engendran nuevas formas de xenofobia y mentalidad endogámica”, agrega su colega Wendy Brown. “Separan a las personas y son una violación del jus communications entre los humanos”, refuerza la jurista Monique Chemilier-Gendreau.

Además, también se cuestionan por su ineficacia para cumplir los fines con que se justifica su construcción. “Mostradme un muro de 10 metros y yo os enseñaré una escalera de 11 metros”, decía la antigua secretaria de Interior de Estados Unidos, Janet Napolitano. Es evidente que por mucho que se cierren las fronteras continuaran siendo evitadas o burladas, si bien estas construcciones pueden ralentizar o bien canalizar los flujos. Debemos, por otra parte, ser conscientes de que “nunca nos hemos movido tanto fuera de nuestras fronteras”. El Atlas afirma que “se calcula que hay 244 millones de migrantes en el mundo (de los cuales 20 millones son refugiados)”. Una inmensa multitud en movimiento.

Entre toda esa multitud hemos de saber distinguir quienes huyen de sus países por estar sus vidas en peligro, por ser amenazados o perseguidos, de quienes son los que migran por razones de carácter económico. Los primeros tienen reconocido el derecho de asilo o a la protección subsidiaria, establecidos ambos en el derecho internacional y recogidos en las leyes de los Estados que han suscrito la Convención de Ginebra. En cuanto a los segundos, en términos estrictamente económicos, está suficientemente comprobado que los inmigrantes son un activo más que una carga. En base a ello, los criterios para canalizar la llegada de inmigrantes pueden ser reconsiderados para organizar la acogida. Sin embargo, la cuestión esencial es que los flujos se mueven de forma imprevista y desordenada, que se desencadenan con un empuje ingobernable y una afluencia tan multitudinaria que hacen casi imposible preparar las condiciones para recibir las llegadas y encauzar las entradas. En estas circunstancias las situaciones que se producen son muy desestabilizadoras, pues no solo se desbordan los medios y las condiciones de acogida, sino que se provoca un desequilibrio poblacional difícil de asimilar por la poblaciones establecidas en los países receptores. En especial, teniendo en cuenta que la bomba demográfica originada en el continente africano genera una reacción expansiva de su población cuyas previsiones son duraderas y desmesuradas y que, por otra parte, no parece que existan interlocutores responsables en esos países o gobiernos con capacidad para negociar con los que se puedan adoptar acuerdos que contribuyan a paliar la situación que genera la fuga. De ahí que los muros frente a los inmigrantes se hayan convertido en el método más inmediato de contención y de disuasión. “Pero los flujos siempre encuentran otras formas de cruzar…”

Entre los muros existentes en la actualidad, el Atlas recuerda que el más antiguo de todos ellos es el de la verja que se colocó frente a Gibraltar en el siglo pasado y, respecto a los de Ceuta y Melilla, data como fecha de inicio de su construcción el año 1993. En el mapa mundial el Estrecho no está mal servido. Entre las rutas existentes de alto riesgo se incluyen a las de Ceuta y Melilla, con especial reconocimiento como cementerio el del estrecho de Gibraltar. En el Mapa 1 está representado el Espacio Schengen, donde “Europa se atrinchera”, y en el que Ceuta aparece junto a Melilla como uno de los pocos muros y barreras antiinmigración que existen en las fronteras dentro del mismo. Al sur y al este de la línea de este espacio, los ciudadanos de fuera deben obtener un visado para entrar en él. El dispositivo Schengen cuenta en la actualidad con 26 miembros: 22 estados de la Unión y cuatro países no miembros. Está destinado a la libre circulación y a facilitar el comercio. Comprende mil setecientos puntos de entrada y 7.289 kms de fronteras terrestres. En torno a él, Europa levanta cada vez más barreras para protegerse de la inmigración irregular y los tráficos. Junto a las nuestras, existen muros en las fronteras con Turquía (Grecia, Bulgaria) desde los años 2000 y, más recientemente, en las fronteras de Hungría (con Serbia y Croacia), más los dispositivos de control en las fronteras con Rusia.

Dedica un apartado concreto a los “enclaves españoles”, a los que expresamente denomina “Europa en África”. El Mapa 2 reproduce el que a toda página contiene el libro. En él se incluyen dos epígrafes que se convierten en titulares para definir la situación: “Dos puertas europeas en África…” y “… foco de atracción para los inmigrantes”. En la parte descriptiva señala que “el incremento de la inmigración ilegal, procedente principalmente del África subsahariana, ha llevado a la construcción de unas “vallas” cada vez más difíciles de cruzar”.

En uno de los artículos de Carmen Echarri, titulado “La frontera blindada de Europa” (07/04/2019), destacaba el papel que ejerce Marruecos en su frontera con Ceuta como un Goliat financiado por Europa, “construyendo más asentamientos para las fuerzas de seguridad, abriendo carreteras y levantando nuevas vallas preñadas de cuchillas”. Sostiene que se realizan obras en Berrocal y obras en Benzú orientadas a frenar las entradas por vía terrestre, pero estas medidas que en el artículo se anuncian no suelen recogerse en ningún Atlas ni en libros semejantes. Parece que la frontera solo tuviese una cara, la del otro lado se desvanece. No obstante, en el Atlas se menciona que “el muro del Sahara debía en un principio proteger los intereses marroquíes frente a la rebelión saharaui: hoy su función antiinmigrantes es casi igual de importante”.

Observando las fronteras del mundo que el Atlas muestra en toda su variedad, lo que nos sugiere respecto a la diversidad es que nuestra frontera responde a una sorprendente singularidad. Se nos incluye bajo la denominación de “los enclaves españoles”, aunque también usa la denominación de “Europa en África” que es más de mi agrado. Sobre el sentido genérico del término “enclave” podemos hacer algunas consideraciones que para nosotros, de quienes se predica que somos gente fronteriza “enclavada”, no estaría de más tener en cuenta.

Se vienen denominando “enclaves” a los territorios nacionales no insulares separados del territorio principal, pero su utilización más precisa se refiere a territorios que están totalmente rodeados por el país vecino. Este concepto en el caso español, puede aplicarse con toda exactitud a Llivia, un municipio español en territorio francés (desde 1660). Llivia es un auténtico enclave terrestre, rodeado por territorio francés por todas partes. De manera que cuando el territorio no está completamente rodeado por el país vecino se les ha denominado “fragmento (de territorio)” y, de forma más adecuada, la geografía política les denomina “periclaves” cuando no están totalmente rodeados por el país vecino. Pero existe aún otra definición más ceñida, aplicable a la condición de ciertos periclaves que se caracterizan por disponer de acceso al mar, por lo que su situación no es la de estar totalmente enclavados. E incluso puede ser mayor su singularidad cuando su situación es la de un territorio rodeado por el mar salvo en el espacio fronterizo que le une al continente donde se encuentra el país vecino. Esa es con precisión la situación que nos define.

Los periclaves sin acceso al mar y, sobre todo, los auténticos enclaves terrestres (rodeados en su totalidad por otro Estado) son más numerosos y más pequeños que los periclaves con acceso al mar. Alaska (Estados Unidos), Irlanda del Norte y Gibraltar (Reino Unido), Kaliningrado (Rusia), Cabinda (Angola) son, junto a los mal denominados “enclaves españoles en Marruecos”, los periclaves con acceso al mar más conocidos. Pero existen algunos más.

En cuanto a los enclaves propiamente dichos, los que están rodeados completamente por el territorio de otro país, en 2015 eran aproximadamente en el mundo unos doscientos cincuenta. No está nada mal. La historia ha dejado establecidos en muy diferentes lugares a esos restos que se justifican por situaciones singulares. A menudo en ellos se plantean problemas de circulación de bienes y personas, que resulta necesario resolver mediante acuerdos que permitan el acceso y el transito por el territorio vecino. Nada especial. En condiciones de unas buenas relaciones de vecindad, es como sucede con el resto de las fronteras entre Estados. Las fronteras deben unir tanto como vienen a separar.

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