Mencionar al Ejército del Aire en la Campaña de Ifni-Sáhara, lleva implícito hacerlo con gran elogio, el valor, el coraje y sacrificio de pilotos y mecánicos y esto decía el periódico El Día en febrero de 1958: “la Aviación cooperó brillantemente al ataque del Ejército de Tierra, al que apoyó en todo momento, desbaratando las concentraciones intrusas”. Concretamente un periodista de Diario de Las Palmas narraba que los pilotos para abastecer los puestos sitiados tenían que volar a menos de 30 metros de altura. Incluso añade que para ametrallar al enemigo los aviones Heinkel volaban a menos de 10 metros del suelo, escudriñando los escondrijos donde se ocultaban los rebeldes del Ejército de Liberación Marroquí, y al llegar al Aeródromo de Sidi Ifni los aviones aparecían con numerosos impactos de fusil.
El gran historiador militar general, Rafael Casas de la Vega, detalla minuciosamente todos y cada uno de los problemas con los que el Ejército del Aire tropezó en los territorios del África Occidental Española. Concretamente en Ifni, el aeródromo solo era apto para ‘Junkers’ y con limitaciones para los ‘Heinkel’ y los ‘DC-3’. Muchos días el aterrizaje y despegue se hacía sumamente difícil por las circunstancias atmosféricas. Sin embargo, en El Aaiún se permitía un máximo suficiente por ser un buen aeropuerto, con luces y ayudas a la navegación, apto para los aviones que existían en aquellas fechas, los ‘Junkers’, ‘DC-3’, ‘Heinkel’, ‘Buchones’ y los ‘T-6’. Villa Bens solo era apto para los ‘Junkers’ y Villa Cisneros no tenía problemas de tonelaje, pero sí de excentricidad.
Un magnífico periodista, perfecto conocedor de Marruecos y el África Occidental Española, Ramiro Santamaría, sobre la aviación militar escribía en su libro de “La Guerra Ignorada” lo que él vivió como testigo, afirmando el heroico comportamiento del Ejército del Aire. Y así lo especifica: “el rendimiento de la aviación militar se mantuvo excelente, y solo en algunos casos debido a las condiciones meteorológicas, muchas veces muy malas, dejaron de realizar algunos servicios, teniendo que jugarse sus vidas en muchas ocasiones. Ellos son los que tenían asegurado a las guarniciones el abastecimiento entre las islas y los territorios, así como los servicios de ametrallamiento y bombardeo y en socorro de los puestos sitiados. Ello a pesar de la constante oposición del enemigo, resaltando que todo ello se pudo llevar a cabo por el gran resorte moral de las tripulaciones, con el resultado de mantener elevado el espíritu de nuestros combatientes, y en definitiva, fue la clave de la victoria final sobre el enemigo”.
Nada se puede añadir en cuanto a elogios a la aviación militar sobre el testimonio de este periodista, el cual vivió toda la campaña lo mismo en las trincheras, que, a bordo de los aviones, y también en los interrogatorios a los prisioneros, descubriendo en muchas ocasiones, quiénes estaban detrás del alevoso ataque a los territorios, de donde procedía su armamento y municiones, y quién financiaba y dirigía aquella cobarde agresión.
Las misiones del Ejército del Aire difieren y son totalmente distintas al de Tierra. Cualquiera que entienda un poco de aviación, sabe que cualquier aeronave antes de su despegue tiene que formalizar lo que se llama ‘Plan de Vuelo’. Ello, en modo alguno, solo se puede modificar en casos excepcionales, y desde luego quien únicamente puede hacerlo es el comandante de la aeronave. En este caso, el del aterrizaje en Tichla, el entonces comandante José María Troncoso Palleiro del Ejército de Tierra, posiblemente obró más con el corazón que con la cabeza, y como anteriormente escribo, el Ejército del Aire es totalmente distinto al Ejército de Tierra.
Los hechos según el coronel de Aviación, Emilio Herrera Alonso, en mi opinión son los más acertados a la realidad y sucedieron así: “al evacuar el personal europeo de los puestos del Sáhara, quedaron cubiertos por personal indígena Río de Oro y Ausert. Este último había quedado guarnecido por el sargento y 20 policías. Se mantuvieron los de Bir Nzaran, Guelta Zemur y Tichla, todos ellos con guarnición de 1 cabo y 4 policías. De todos estos puestos iba desapareciendo la bandera de España, hechos que contemplaban las tripulaciones del Ejército del Aire en los reconocimientos aéreos. El puesto de Tichla estaba situado a 200 km del interior y próximo a unos 20 km de la frontera sur del territorio.
Pensando el subgobernador de Río de Oro, el comandante José María Troncoso Palleiro, que la guarnición seguía en el Puesto, solicitó del Sector Aéreo un vuelo para recoger a la guarnición, petición que le fue denegada. No obstante, solicitó de nuevo un vuelo de reconocimiento que le fue autorizado yendo en el Junkers’ (T.2B-192) tripulado por el entonces teniente-piloto Eugenio Mazarredo Iriarte. Al llegar el ‘Junkers’ a la vertical de Tichla, realizó una maniobra a baja altura, comprobando que la bandera de España ondeaba sola en el fortín, y que los policías saludaban efusivamente al ‘Junkers’.
El comandante Troncoso propuso al teniente piloto Mazarredo que tomara tierra en una zona adecuada. Con toda la razón el teniente Mazarredo le respondió que, aunque podía hacerlo, esto no constaba en el plan de vuelo ni tenía autorización de sus superiores.
Haciendo uso de su superior categoría, el comandante Troncoso le ordenó aterrizar, cosa que así se hizo. Con los motores en marcha, el comandante Troncoso se dirigió al fortín y con los policías formados se arrió la bandera de España con todos los honores, despegando el ‘Junkers’ instantes después con los policías y el resto de los ocupantes, incluido el comandante Troncoso”.
Este hecho el teniente Mazarredo lo puso en conocimiento de sus superiores, y teniendo en cuenta el grave riesgo en dicho aterrizaje, no solo del avión sino también de la tripulación, el general de la Zona Aérea de Canarias le expuso con desagrado al general-gobernador Gómez-Zamalloa lo sucedido el 23 de diciembre de 1957, finalizando con la correspondiente amonestación y sobre todo que, a pesar de dicho incidente, la bandera de España se arrió con honores.
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