La quema de vehículos se ha convertido en uno de los fenómenos delictivos tristemente asentados en la ciudad. Desde los que son objeto directo de este tipo de actuación hasta los que se erigen en víctimas colaterales, nadie escapa a una situación, a una cultura del fuego, que se ha hecho fuerte como arma peligrosa. En las últimas semanas se están repitiendo las quemas, destacando el caso de los que se presentan como atentados en toda regla contra miembros de las fuerzas y cuerpos de seguridad del Estado. Si todos los episodios de quemas son graves de por sí, la connotación es mayor cuando esconde un atentado contra quienes se encargan de garantizar la seguridad y protegernos. Llama la atención la escasa o prácticamente nula reacción y condena ante lo que está ocurriendo, más allá de las críticas de los sindicatos policiales. Son asuntos de tanta gravedad que asombra el pasotismo generalizado que existe ante asuntos que esconden un mal mayor, porque representan el rechazo hacia las fuerzas de seguridad. Bomberos ha sofocado las llamas de casi 60 vehículos en los últimos meses. Son cifras para no olvidar.