Allá en los principios de los años ochenta me encontraba con mi pareja en el Monte Hacho, en la parte contraria a la subida a la fortaleza, en un camino de tierra que hay a la derecha de la carretera, entrando por la zona donde se encuentra el faro de nuestra querida ciudad de Ceuta. Estábamos observando el anochecer. Había unas nubes muy raras pero con la poca luz que quedaba del sol hacía un conjunto cromático maravilloso, relajante y activaba mucho más la tranquilidad que las parejas jóvenes quieren en ese amanecer de la exploración de nuestros cuerpos, que le llamamos amor. La verdad que eran unos momentos bastante bonitos que le dedicábamos muchísimos minutos al cabo del día, igualito que ahora que no nos miramos ni siquiera a la cara.
De repente se hizo de noche y todo pasó a los mayores gozos. Pero esa noche no me encontraba bien. Tenía unos de los días que sabía que podía pasar algo y estuve en todo momento en una defensiva donde no quería apartar mi vista de todos los campos de visión que me podía facilitar el viejo coche en el cual nos encontrábamos, las ventanillas. Sobre la una de la noche aproximadamente observé una luz destellante que cayó a unos metros de donde estábamos al lado de la carretera donde nos encontrábamos, era algo de color blanco y la estela era de varios colores que iban desde el blanco al naranja, también se observaba el rojo. Me quedé perpleja y lo primero que pensé que podría haber caído un meteorito, o un trozo de ese tipo de material que provenía de otra galaxia. Mi imaginación empezó a volar. Pero sabía que tenía que salir rápida de la cabina de donde me encontraba y por eso lo primero que hice fue decírselo a mi chico, que se encontraba en la zona de las musarañas intergalácticas. Juntos decidimos ir a ver lo que yo sola había observado. Lo ví con pocas ganas y lo único que hacía era protestar como una vieja, así que me adelanté unos metros y vi a unos cien metros de donde se encontraba el utilitario una cosa que resplandecía. Se veía a simple vista ya que despedía unos colores que iban del verde claro fosforescente al naranja. También había quemado un poco de rastrojo que apagué con los pié rápidamente. Me arrodillé y lo cogí con mis manos pero tuve que soltarlo de inmediato ya que me quemó las mismas. Era una roca de color blanquecina con unas rayas de color verde oscuro, formaban dos líneas paralelas pero separadas muy finas. Las dimensiones eran de unos cinco centímetros de diámetro tirando a ser como una circunferencia un poco achatada, de ancho tendría un par de centímetros. Viendo la temperatura que había percibido hacía unos instantes le dije al nene que fuera al coche por algo para poder coger el objeto y llevárnoslo.
Yo me quedaba para que no se pudiera perder de vista, y en conclusión se pudiera debido al posible despiste y confusión de un lugar abierto perder definitivamente aquello tan raro que acabábamos de encontrar en aquel enclave de nuestra querida Ceuta, también debo de confesar que lo que no quería era de dejar de observar aquella preciosidad que la naturaleza había tenido la delicadeza de donarme y no quería bajo ningún concepto perderlo. Vino mi prometido y trajo el trapo para limpiar el salpicadero. Pero le dije que esperáramos unos minutos para evitar que no nos pudiéramos volver a quemar las manos y así lo hicimos. Por cierto que tuve que ponerme en casa pasta de dientes para evitar que me saliera una ampolla de la quemadura que tenía y sentía. Mientras me llevaba mi reliquia a casa empecé a pensar en meterla en una caja para tenerla lo más cerca de mi. Luego cuando se la dejé de ver a mi madre llegamos a la conclusión que teníamos que insertarla en hilos de oro para poderla llevar puesta en una cadena de las convencionales y poderla exhibir, luciéndola en mi pecho. Al cabo de unas noches empecé a soñar que mi pareja de aquellos momentos se encontraba dándose el lote con una chavala en la plaza de los Reyes. Al día siguiente me arreglé y me desplacé hacia donde había visto la noche anterior la escena y cual fue mi sorpresa cuando vi efectivamente esta vez en directo a mi pareja allí dándose el morreo con una nena de esas que son fáciles de atacar. Le monté el pollo y le juré que lo dejaba. Pero como todas las mujeres somos tontas le perdoné. Al cabo de unas semanas otra vez volví a tener un sueño donde veía a mi amiguete comprando una pulsera de oro que ponía te quiero. Sabía que estaba cercano el día de los enamorados el día 14 de febrero y me entusiasmé.
Sin embargo aquel día me trajo un ramo de flores quedándome más mosqueada que un perro que ha rastreado a un gato y no lo encuentra. Le interrogué sobre el asunto y me dijo que si era vidente o algo parecido ya que había ido a comprar efectivamente una pulsera para su hermana por encargo del novio de la misma para que no se diera cuenta que lo había comprado ya que no le dejaba ni a sol ni a sombra y encima la había tenido que esconder en mis cosas hasta el mismo día de este día tan señalado. Luego soñé que mi padre se caía de un segundo piso y que se rompía la pierna. Como era el pobre albañil no quise decirle nada, pero pasó al cabo de una semana aproximadamente. Otra cosa que soñé fue mi hermana que nunca había tenido novio saldría con un hombre con uniforme. Y al cabo de unas dos semanas me vino diciendo la misma que había conocido a un chico que era teniente. Yo la verdad que empecé a mosquearme ya que nunca había tenido tales sueños y los mismos eran ya constantes vaticinando muchísimas cosas. Me vino a la cabeza que lo que llevaba colgado, o sea, la piedra podría ser la causa y el detonante de las nuevas experiencias que estaba teniendo. Decidí guardarla en una cajita dentro de la caja fuerte que tenía mi madre no quería perderla, pero a la vez quería tenerla lo más lejos de mi. Desde entonces no volví a tener sueños premonitorios. Pero sigo pensando si sería la piedra la causante de todo o simplemente le había cogido manía”.
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