Es de noche. Hace frío. La Plaza de los Reyes deja de ser foco de reunión de familias, parejas, ancianos... ni siquiera las palomas hacen de las suyas. Solo un puñado de hombres cubiertos de mantas, con los rostros desencajados por el hambre, buscan el calor que no encuentran sobre los bancos ubicados justo al lado de la iglesia de San Francisco. La casa de Dios. Qué incongruencia. A los invisibles no les llega siquiera su paz.
Las noches frente a la casa del delegado del Gobierno son duras. Se presentan como una especie de tortura. Los inmigrantes asiáticos que han cumplido ya una semana en huelga de hambre están débiles. Seis de sus compatriotas han necesitado asistencia sanitaria por el mismo cuadro: no les pasa nada, solo tienen eso, hambre. Hambre y mucha tristeza derivada de su situación de bloqueo.
El Estado se gasta millones en blindar sus fronteras y gasta esos millones en energía y burla de derechos para impedir que salgan de Ceuta. La esquizofrenia político-policial domina el día a día de estos hombres que dejaron atrás a sus familias y llevan, de media, diez meses en nuestra ciudad.
Justo cuando cogen el sueño, cuando empiezan a descansar sobre un suelo frío del que se protegen con mantas o algún cartón, se les levanta para que Trace baldee la zona. Se hace de madrugada, cuando el sueño es profundo. Sus cuerpos quedan rotos, se levantan, se retiran y baldean el lugar ocupado, cuando terminan ya no pueden echarse a dormir: el suelo está aún más frío y mojado.
La madrugada avanza, las condiciones son peores. El primer sueño se rompió, pero esta auténtica tortura no termina. Ahora llega el ruido de la fuente de la plaza, ensordecedor. No pueden recuperar el sueño perdido. A esto le seguirán los focos de los zetas policiales que les iluminan. No todos lo hacen, depende a quién le toque el turno. Hay policías que se niegan a quitarles los cartones como mandó la superioridad sencillamente porque es inhumano, otros en cambio cumplen, como también les enfocan directamente.
Esto sucede de madrugada, mientras Ceuta duerme, mientras los invisibles se hacen aún más invisibles, solo acompañados y reforzados en su espíritu por algunos ciudadanos que les apoyan, que se implican en su causa, que nos les dejan solos, ni siquiera de noche. Que son testigos de cómo el sistema puede llegar a mermar, a romper a ciudadanos que solo buscan dejar una ciudad en donde las normas migratorias no son justas porque no se aplican como se debe. Hay diferencias, persisten, solo hay que querer verlas.
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