Opinión

Ascenso a la ciudad ideal

Otra vez enfrentado al folio en blanco. No es que falten temas sobre lo que escribir, más bien es el miedo a caer en las insignificancias habituales. Cada semana intentamos elevarnos un poco más en la descripción del panorama ambiental y social de Ceuta, sin que el tono llegue a ser tan trascendente que nadie quiera seguirnos hasta el final del artículo. El esfuerzo, sin duda, merece la pena. Todo es mejor que fijar la vista en los asuntos intranscendentes que tanto parecen preocuparles a nuestros representantes políticos. Las mociones presentadas en los Plenos de la Asamblea se asemejan al parte del portero de un inmueble: faltan bombillas en tal barriada, la acera está rota en esta otra esquina, la máquina de baldear lleva tres semanas sin aparecer por la calle de mi vecina, etc… Este metafórico portero trabaja en un edificio a punto de derrumbarse, a cuyos vecinos tan sólo les importa que no haya ni una mota de polvo en la puerta de su casa.

Al mismo tiempo que los políticos visitan las barriadas haciendo una relación de desperfectos y ganándose el afecto de sus potenciales votantes, la ciudad navega sin rumbo. Igual es una impresión personal, y por tanto subjetiva al máximo, pero tengo la impresión de que Ceuta va de mal en peor. El territorio ha sido deformado por horrendas construcciones legales e ilegales; los hábitats naturales se han reducido hasta un tamaño preocupante; el mar ha sido esquilmado por un sistema de pesca depredador y nada previsor, y lo poco queda está siendo pescado con escopetas de arpón; los arroyos han pasado a ser carreteras o vertederos incontrolados; y los montes son el basurero predilecto de muchos descerebrados. Por si fuera poco, las calles ya no son transitadas por niños o por adultos en bicicletas, sino por imbéciles integrales haciendo  carreras al volante de sus bólidos infernales.

La presión que ejerce sobre el territorio la abultada población ceutí afecta a su propia conservación en un futuro no demasiado lejano. Encontrar un empleo en Ceuta en las actuales circunstancias demográficas se ha convertido en una tarea quimérica. Estas condiciones socioeconómicas tienen sus consecuencias en la calidad ambiental y en la salud física y psíquica de los ceutíes. La contaminación atmosférica, que incluye a la acústica, es cada día más acusada, por no hablar de los contaminantes infiltrados en el subsuelo o en las manchas de fuel que han quedado incrustadas en los arrecifes costeros como testimonio de las codiciosas empresas petroleras. Estas contaminaciones locales, sumadas a las planetarias, explican la mayor incidencia de enfermedades como el cáncer o los padecimientos cardiovasculares.

Capítulo aparte merecen las enfermedades psíquicas. Nuestros avanzados países occidentales son los mayores consumidores de ansiolíticos y antidepresivos. Vivimos encerrados en nosotros mismos y padeciendo un preocupante hacinamiento psíquico. Entre las cuatro paredes que muchos erigen en torno suyo sufren lo indecible, cuando lo único que escuchan es el eco de su propia voz. Es el único sonido posible en una habitación vacía en la que no cabe ninguno de los objetos materiales que acumulan sin descanso. Resulta paradójico que un mundo tan interconectado como el nuestro la comunicación interpersonal sea tan escasa y de tan baja calidad. Nadie escucha a nadie. Todos parlotean sin parar para un auditorio inexistente.

Tomando como base una frase de Henry D. Thoreau podemos afirmar que “lo mejor que pensemos será lo mejor que seamos”. Dicho de otra manera, esta vez por boca del escritor Franz Hartmann, “El hombre es el producto de sus pensamientos. Es lo que se hace a sí mismo por su modo de pensar y obrar”. Y, aunque no lo tengamos siempre presente, conviene tener en cuenta, como decía Walt Whitman, “que el espíritu y la forma son una sola cosa, y dependen mucho más de asociación, de identidad y lugar, de lo que habitualmente se piensa”. Quiero decir con esto que aquello que llamamos espíritu del lugar o genius loci puede y debe tener una gran influencia en lo que un pueblo o una nación puede llegar a ser. Nuestro pensamiento es algo que construimos a lo largo de nuestra vida a partir de nuestras experiencias sensitivas y emotivas.

Vivir en un lugar dotado de la belleza de Ceuta es tener la oportunidad de alcanzar las más elevadas cumbres del pensamiento y de la acción cívica. La intensa luz, la transparencia de su cielo, la sublimidad de sus paisajes o la biodiversidad de su mar y de sus bosques hacen de Ceuta una tierra fértil para cultivar las mejores semillas humanas. Si se enseñara a los niños a reconocer y valorar la belleza y la magia de Ceuta llegaríamos ser de nuevo, -como lo fue en ciertos momentos de nuestro pasado medieval-, la residencia predilecta de místicos, sabios y poetas. En vez de tener a  nuestros jóvenes tomando cervezas y cubatas o fumando canutos los tendríamos paseando entre los árboles plantados por sus propias manos y cultivando los huertos heredados de sus padres y abuelos. Sería para ellos más divertido y emocionante contemplar un atardecer desde el Hacho que estar con los ojos pegados al móvil o a la Tablet. Sí, ya sé que escribo como un idealista o un loco que vislumbra utopías inalcanzables, pero créanme si les digo que nuestra única esperanza está en el mundo de la imaginación.  Si algo distingue al ser humano es su capacidad creativa y el tesón con el que unos pocos hombres y mujeres trabajaron para hacer de sus sueños una realidad tangible. No importa lo lejos que esté nuestra Ceuta Ideal, el simple hecho de avanzar en su consecución no hará mejores hombres y mujeres.

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