Categorías: Opinión

Arte y cultura en Ceuta

Sobre la cuestión de la cultura en Ceuta habría muchas cosas que decir y comentar. Suponemos que cada uno tendrá su propia visión y contará las cosas según le vaya. En este sentido no creo que lo que ocurre en Ceuta en el campo de la cultura sea muy distinto de lo que acontece en otros lugares de España y de Europa. En general, percibimos una cierta involución en la percepción, en el pensamiento y la acción cívica y cultural.

Cada día se dedica menos tiempo a la contemplación, el estudio y la percepción, el pensamiento y la imaginación creativa. Estamos desligados del lugar, de la esencia y el espíritu de la ciudad en la que vivimos. Es curioso que Ceuta, desde el punto de vista artístico, haya dedicado tan poca atención al mar y a las gentes del mar. Nuestros sentidos están embotados, mutilados, aletargados. Las experiencias vitales son cada día menos enriquecedoras, atrapados como estamos en la rutina y el conformismo. Nuestros sentimientos hacia los demás están dominados por la desconfianza, el egocentrismo y el antropocentrismo. Estos sentimientos no consiguen transmutarse en emociones profundas y en una elevación espiritual hacia los planos superiores de la condición humana. Los ideales de la bondad, la verdad y la belleza no llegan a cuajar en ideas renovadoras y sintéticas debido al aferramiento a visiones etnocéntricas y egocéntricas. Las ideas doctrinarias y fanatizadas impiden el libre despliegue de la búsqueda individual de la verdad que nos elevan, a través de la acción y la educación, a la cultura. De igual modo, el desconocimiento de los símbolos comunes y el desmembramiento de los valores supremos, no permite el desarrollo de nuestra capacidad creativa que, a través de la expresión de nuestro mundo interior, nos conduce al arte.

La administración educativa y cultural, en Ceuta y en todas partes, como comenta Marc Fumaroli en su libro El Estado cultural, no anima a las personas a educar sus sentidos, enriquecer sus experiencias vitales y despertar sentimientos de amor y simpatía por las demás personas y por las criaturas de la tierra, ni motiva a pensar, idear y crear de manera autónoma. Esto nos lleva a invertir millones y millones en infraestructuras infrautilizadas: bibliotecas sin lectores, teatros sin espectadores y universidades sin apenas alumnos. Es todo un espejismo, un fachadismo cultural, que no sirve para nada. Lo importante es la foto y el artículo en la prensa. Mientras se gastan muchos millones en esta cultura del espectáculo, nuestros bienes culturales y naturales se encuentran en muchos casos abandonados o en serio peligro de conservación. El excesivo peso de la administración en la cultura se ha traducido en la hipertrofia de una burocracia tentacular en torno a la cultura que no facilita el surgimiento de iniciativas cívicas en el campo de la cultura, el patrimonio y el arte. Como dijo Emerson, la aparición de la belleza es la manifestación de una vida humanizada; y su misma existencia y desarrollo constituyen un buen indicador de la vitalidad de una comunidad. El divorcio entre el artista y la comunidad ha tenido como resultado, según supo ver Lewis Mumford, “que el trabajo que debería haber sido realizado por artistas de gran mérito ha sido hecho por personas de poco o ningún talento. Constructores especuladores y chapuceros levantaron la mayor parte de nuestras casas, ingenieros insensatos planificaron nuestras ciudades sin otra cosa en mente que el sistema de alcantarillado o las contrata para la pavimentación; hombres codiciosos y analfabetos, que han alcanzado el éxito en los negocios, discursean a la multitud sobre lo que constituye la vida buena, y así sucesivamente. La lista de cosas que hacemos mal en la comunidad moderna, a falta de artista que se encarguen de ellas, no tienen fin”. Dicho lo dicho por Mumford, resulta evidente que la inspiración para una vida buena tan sólo puede venir de los grandes artistas. Uno de ellos, el ceutí Diego Canca, estuvo la semana pasada en Ceuta para trabajar en un proyecto artístico cuyo objetivo es plasmar en una serie de obras nuestra ciudad vista desde las azoteas. La respuesta de los ciudadanos a su petición pública de ayuda para acceder a las azoteas privadas para tomar sus notas y apuntes ha sido extraordinaria, como él mismo ha reconocido de manera pública. Sin embargo, no ha tenido la misma suerte con la administración. Le han hecho sentir lo mismo que el célebre personaje de Dickens, Arthur Clennam, yendo de negociado en negociado del Circulonquio sin que nadie le facilite algo tan simple como un camión pluma para estudiar algunos planos que luego llevar a sus lienzos. No está Diego Canca precisamente contento con la actitud de los gobernantes y la clase política ceutí. La nota que les dio durante la presentación de su magnífico libro “Mi desnuda realidad” es la de un rotundo suspenso. Es cierto, como el mismo recordó, que estamos en tiempo de crisis, pero el arte, la cultura y la belleza no pueden ser siempre las sacrificadas cuando las cosas vienen mal. No vivimos sólo para comer, beber y dormir. Vivimos para emocionarnos ante la contemplación de bellas obras de arte, para pensar, para soñar, para imaginar e idear nuevos proyectos artísticos, para alentar el amor, la sabiduría y el arte. Esto es lo que nos hace humanos y otorga dignidad a nuestras vidas. Estamos aquí para amar, para conocer la verdad y expresar nuestro yo interior a través del arte, de la manera en la que a cada uno le resulte más fácil o atractiva (pintura, escultura, poesía, música, danza,…).

Renunciar a todo esto por motivos presupuestarios es devolvernos a la caverna platónica e involucionar como especie. Si algo necesitamos para salir de la crisis son personas idealistas, emotivas, cultas, sensibles, creativas, imaginativas, sabias y dispuestas, como lo hizo el otro día Diego Canca, a alzar la voz para reivindicar la cultura y el arte y criticar su desatención por parte de nuestros gobernantes. Hay quienes tienen una concepción estabulada de la condición humana. Imaginan el mundo como un gran establo en el que mansos seres humanos viven felices con una porción diaria de comida y bebida, aunque sea hacinados en ciudades deshumanizadas e inhabitables. Para los que defienden esta idea, mientras que haya un solo individuo pobre cualquier gasto en cultura y arte es un despilfarro intolerable. Pero no les preocupa cualquier clase de pobre. Solo les interesan los pobres ignorantes e incultos a los que ellos pueden guiar hacia su imaginada arcadia feliz. ¿

Y es que los artistas, los pensadores y los intelectuales no comen? ¿Cómo podemos mantener nuestros museos, archivos y bibliotecas abiertos si, como algunos proponen, reducimos o eliminamos las partidas económicas de los presupuestos públicos destinadas a su sostenimiento? ¿Cómo conseguiremos usuarios de estos equipamientos culturales si en los planes educativos desaparecen todas las asignaturas vinculadas a la filosofía y la creación artística? ¿A qué se dedicaran nuestros licenciados/as en Filosofía y Bellas Artes si sus disciplinas desaparecen de los currículos educativos? ¿Cómo será posible la creación de grandes obras artísticas de carácter perdurable si las administraciones y la clase política dan la espalda a nuestros artistas y creadores? Preguntas sin respuesta, hechas para suscitar la reflexión de nuestros lectores. Piensen en qué mundo quieren vivir: en el plácido valle paciendo entre dóciles borregos o en el Monte del Parnaso compartiendo obra y destino con las Musas inspiradores del arte y la cultura.

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