Me despierto esta mañana temprano como todos los días. Mi perra Abby no sabe de fiestas, ni del primero de mayo, ni de la lucha obrera, ni de los parias de la tierra.
Abby suele ladrarle a los currantes del servicio de limpieza municipal; se reúnen para coger sus aperos que guardan en un local de la calle Alfau: fuman un cigarrillo, comentan cualquier historia en esas charlas de madrugada de los currantes. ¡Abby, no les ladres!, son proletarios, trabajadores como nosotros, son camaradas de lucha.
La perra los husmea y se queda mirándoles mientras se gana algunas caricias.
La Marina sigue iluminada por las farolas de luces amarillas: papeles, vidrios, botellas de alcohol, cajas de pizza y basura de todo tipo. El botellón tiene esas consecuencias desoladoras.
Silbo en el silencio de la hora el Himno de la Internacional. Lo hago de vez en cuando recirdando las conversaciones de mi amigo Galiano en nuestra etapa revolucionaria. Ahora ya somos sesentones y, aunque pensemos en otras revoluciones más cercanas, nos sigue corriendo sangre roja por las venas.
Arriba, parias de la Tierra, parias que no se saben, parias porque no les permiten la conciencia de clase.
La legión famélica no tiene fuerza para ponerse en pie mientras las bombas, la guerra, el hambre y las enfermedades forman parte de su vida cotidiana.
Ya no atruena la razón en marcha, ni es el fin de la opresión. Nos hemos olvidado de ellos, esos que son estadísticas sin nombre, cifras abstractas, esclavos anónimos que muestran sus dientes para ser vendidos por los negreros.
No se puede hacer añicos el pasado porque el pasado siempre es el presente en un círculo que se repite una y otra vez.
La famelica legión aumenta, cada vez es más famelica, más explotada aunque ellos no lo sepan.
No cambiará de base el mundo porque los pobres serán más pobres, los ricos más ricos y la inmensa mayoría de trabajadores han dejado la lucha o no saben de ella. Son otros párias con móviles, televisión, internet y Netflix.
Ya no nos agrupamos porque no hay lucha final; ya dejamos las banderas, el puño en alto, los sindicatos como catapulta de solidaridad.
El género humano no es la internacional, esta ya es parte de una historia lejana en la que se reivindicaba estar unidos para tener más fuerza: las huelgas dejaron de ser huelgas, las manifestaciones, las barricadas, los piquetes... Ahora nos fumamos un cigarro en este primero de mayo en la playa, en la montaña, en los bares o en el aperitivo del mediodía.
Hay otros dioses, otros Reyes y otros tribunos: los bancos, la política corrompida, los negocios infectos, los gerifaltes de las finanzas: hay otras formas de rezar en el ateísmo, otras maneras de rendir pleitesías.
No hay un salvador, no está, no se le espera porque muchos trabajadores son los enemigos de los trabajadores que se visten con camisetas del Che Guevara
Nosotros, los trabajadores, no somos redentores, ni esperanza para los desesperados, ni consuelo para los desconsolados, ni pan para los hambrientos.
El tirano no caerá y seguiremos siendo siervos, habitantes en la caverna de platón. La liberación es ya un cuento chino.
No soplamos la fragua, soplamos las velas, soplamos cuando quema la sopa o en el calor del verano mientras bebemos una CocaCola en el MacDonalds.
El estado, las leyes, las instituciones, las criticamos pero nos abrazan como el oso cuando mata a su víctima, abrazamos sus abrazos.
Buscamos un líder que nos tutele, que nos venda crecepelo, que nos ofrezca oro aunque sea mierda.
Todos somos iguales pero hay unos más iguales que otros. Los explotados quieren seguir siendo explotados porque nos han dejado ciegos. La esperanza es que nos toque la primitiva o que me enchufe mi primo que para eso es mi primo.
"Quien no es revolucionario a los 20 años ni tiene corazón y quien lo es a los 40 no tiene cabeza... Somos descabezados descorazonados en un baile de zombis”.
Yo te recuerdo Amanda pero ya las calles no están mojada, ya no vas corriendo a la fábrica donde trabajaba Manuel.
Hoy andaré las calles con mi amigo Galiano en aquel tiempo en el que mirábamos las estrellas escuchando la guitarra de de Víctor Jara y las palabras de Allende defendiendo el palacio de la Moneda.
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